Se los juro que yo no quería tocar el punto, pero es irresistible. Cómo pasa el tiempo. Un año y volvió a darse el acontecimiento más ordinario, pedestre y patético del mundo. Aunque esta aseveración es muy relativa, porque con sus huestes de Dadies Yankees regionales no se si capten el cachondeo- a las que se suman distinguidas comitivas de cholos, chundos, chichinflas y malafachas venidos de lejos, adjetivos que se me ocurren por cortesía de La Maldita Vecindad, flotas de carnales hasta las orejas de tequila, cerveza, pulque y porro; chompiras atiborrando la grada o que tambaleantes enfrentan a cuerpo limpio a los toros resabiados, que por cierto, se saben el jueguito de atrás para adelante y viceversa. Tipos, y alguna que otra tipa, con una afición de lujo a dejarse las femorales rotas en el los pitones, agregando el desinteresado afán de manifestar una estupidez gloriosa. Por todo ello, insisto en lo de lo relativo, la Huamantlada es algo conmovedor, primoroso y muy a tono con las expectativas de la morbosa concurrencia. Crónica de José Antonio Luna