De Purísima y Oro: Al otro lado del espejo
Quién lo iba a decir. De lo que la niña hablaba era de utopías que en otra casa hubieran sido censuradas por la reflexión, el sano juicio y la prudencia. Pero el río del destino corre por despeñaderos impensados. Si Hildita soñaba con trajes de luces y quería afanarse en los morrillos de los toros, sus padres una vez pasado el soponcio provocado por la noticia, decidieron aprender lo que fuera necesario para acompañarla en su viaje místico y resuelto. De entrada, saberse amarrar los machos, porque con el Jesús en la boca tendrían que hacerlo consigo mismos, antes de trenzárselos a la hija cada vez que se calara la taleguilla. (…)