Feria de San Isidro, ha salido el primero de la tarde, José Antonio Morante de la Puebla despliega velas en series de verónicas inmensas que lo alejan del puerto. Embarca cargando la suerte, las manos bajas, la esclavina del capote pegada a la faja y girando la cintura para acompañar la embestida. La tanda derrocha cadencia y sentimiento, pesa de tanta nostalgia. El torero andaluz en estado de gracia, alarga los brazos para alcanzar esa verónica y media como la que Joaquín Sabina canta del Curro Romero. Por si algo faltara, sella la serie de recibo con una media en la que a la cadera recoge opulencias de toro y deja aromas de jazmín. Los duendes gitanos se alebrestan, ha venido un iluminado a desatarlos y la plaza, mitad de oro, mitad de plata, está rota y delirando. Las palmas son estremecedoras. Los viejos aficionados saben que han alcanzado el culmen después de una vida viendo toros. Los espectadores de ocasión perciben que han sido testigos de una obra histórica. Pero el de la Puebla está inspirado y ahora lleva al moro hacia el caballo en una serie de chicuelinas andantes. El animal de gran calado y mucha leña en la cabeza lo obedece hasta quedar bajo el estribo. Morante, en el esplendor de su gloria, está sentenciando la feria.

 

 

Llegó el último tercio para bautizar lo que ya llaman la faena del desmayo y el abandono. Morante toreaba como si estuviera soñando. Caricias en redondo con la muleta y remates con el de pecho echando el cielo más arriba. Citaba con los alamares de frente y resolvía el trazo con las muñecas de cristal. Su temple era fascinante. En el tendido unos renovaban votos y otros se estaban enamorando del toreo, pero todos sentían mariposas revoloteándoles por dentro. Todavía, faltaba dejar su impronta con dos pases del kikirikí del más dulce sabor sevillano. Pinchó en lo alto y en el segundo intento dejó la muerte. No importaba. Existen asuntos sublimes que no se pagan con orejas. En el aire taurino quedó suspendida la pregunta para mucho tiempo: ¿viste lo de Morante? Desde el jueves, los sesudos críticos empiezan ya hablar del arte morantiano y otros le nombran el magisterio, el síndrome y la inspiración de José Antonio el genio de la Puebla del Río.

 

Por otro lado, yo no lo se de cierto porque pasé las horas partiendo trozos de media luna. Pero creo que el viernes por la noche hubo corrida en Puebla, la nuestra, la de los Ángeles. Creo que fue un encierro terciado. Creo que fue un mano a mano que debió ser anunciado como competencia de velocistas, toreros no revolucionarios, pero sí revolucionados. Creo que hubo un par de faenas intrascendentes. Creo que imperó la ilusión de que triunfaron todos. Creo que cada competidor cortó una oreja y dos rabos, ¿o al revés?, ya no sé, en el Relicario se corta tanto. Todo, menos la malaleche.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Crónica de José Antonio Luna