Fuente: Pla Ventura. Del Toro al Infinito
El pasado día 12 se cumplieron veinte años desde que David Silveti, El Rey, como era conocido en México, se inmoló para que los suyos no sufrieran por la depresión que el diestro arrastraba cuando los médicos le certificaron que, por su estado de salud era imposible volver a los ruedos. Eso ocurría en el 2002 pero, al año siguiente, desoyendo las opiniones de los galenos, todavía le sobraron arrestos para actuar dos veces en La México para enloquecer a los aficionados por última vez, Mar de Nubes, el último toro que lidió dejó constancia de lo que había sido su carrera y, por ende, su inenarrable arte.
Nosotros, desde España, tuvimos la dicha de ver aquellas dos actuaciones por TV y, las mismas nos bastaron y sobraron para confirmar que, Silveti, en aquellos momentos, un hombre sin apenas facultades físicas enardeció a la afición capitalina como en sus mejores tiempos. Fueron las suyas dos actuaciones llenas de personalidad, su valor más arraigado y, sin duda, por su arte inmaculado. Barrunto que, mermado como estaba en su estado físico, hizo bueno su axioma tan particular cuando sentenciaba que, vivir es una circunstancia, pero torear era una necesidad para el alma y, si ya le habrían privado de aquella dicha su vida apenas tenía sentido; que no la tuvo como las pruebas certificaron aquella noche de noviembre.
La historia de David Silveti ha sido algo digno de elogio al más alto nivel puesto que, si ser torero, para cualquiera, es un hecho admirable, en el caso de Silveti, su profesión alcanzaba rangos de épica al más alto nivel porque, para su desdicha, distintas lesiones óseas en sus rodillas le llevaron más de cuarenta veces al quirófano; digamos que, en su vida profesional estuvo más tiempo en los nosocomios que en los ruedos, demostrando, con su actitud que, torear sí era una necesidad del alma puesto que, cualquiera hubiera abandonado tras el primer envite de aquel calvario insufrible. Pero David Silveti pudo con todo, hasta el punto de la locura más cuerda que se recuerda de un hombre que se vestía de luces para darle satisfacción a su alma y, a su vez, a los aficionados que cada tarde le vitoreaban. Pese a tanto contratiempo, hasta toreó creo que alrededor de quinientas corridas de toros, algo impensable para un hombre que, si aparentemente se le veía entero, su cuerpo estaba destrozado por las intervenciones quirúrgicas.
Personalidad, cadencia, gusto, empaque, torería al más alto nivel que, todo lo podríamos resumir en un sola palabra, arte. Y ese era el baluarte que Silveti esgrimía en las plazas de toros que, su único pecado no fue otro que su mal manejo del acero ya de, de haber acertado como debiera, su nombre todavía hubiera llegado más lejos. Ni esa lacra con el acero impidió que el diestro de Guanajuato brillara con más intensidad que el Astro Rey. Es cierto que, como la historia nos ha demostrado, los toreros artistas se han consagrado por su arte, nunca por el mejor o peor manejo con la espada que, si se me apura es el refrendo de todo aquello que el diestro ha hecho; pero eso quedaba para los demás puesto que, David Silveti tenía demasiada carisma como para recriminarle su mala fortuna con el acero.
Se marchó junto a Dios David Silveti pero, para fortuna del toreo nos legó a su hijo Diego Silveti que, en los momentos actuales y desde que se doctoró sigue siendo una gran figura en México. Gran orgullo sentiría en estos momentos el Rey David si estuviera entre nosotros y comprobara los triunfos de su vástago que, siendo hijo del más grande, mucho mérito tiene el último Silveti que tenemos en los ruedos. Mucha suerte para Diego Silveti y, a ser posible que los toros y las lesiones le respeten porque, pese a su juventud, de cornadas y lesiones ya sabe muchísimo.