El espada taribeño hacia su presentación como matador en su plaza, despachando lote de astados de limitado juego ante los engaños, lo que en parte deja a medias cumplidas las expectativas tejidas en torno a su arriesgada apuesta de encerrarse con seis toros.

RUBÉN DARÍO VILLAFRAZ

@rubenvillafraz

(SAN CRISTÓBAL, Enviado Especial).- La tarde era de una expectación enorme. En toriles aguardaba una corrida muy bien presentada a la que se le esperaba con un juego similar a la del año pasado en la Feria del Sol donde deslumbró. Pero una cosa propone el hombre y el toro la descompone, dice el refrán. Uno a uno fueron saliendo del caballos los pupilos del joven ganadero Edgar Bravo hechos marmolillos, hasta allí el gas de bravura y nobleza, y por ende las posibilidades de triunfo. Íbamos por el ecuador de la corrida y pocas cosas a resaltar habíamos visto, a excepción de los espectaculares tercios de rehiletes que se prodigó Colombo, o la contundencia con la que anduvo con la espada. Cualidades había por ver, lo que faltaba era toro.

Y salió el quinto de la función. Casi los ánimos estaban al piso, y eso que habíamos visto una faena de intermitencias como fue la del segundo, donde por alto, tratándolo de aliviarlo, y luego por la mano diestra Jesús Enrique pasó con empaque y torería las pastueñas embestidas del astado, al que no forzó para no acabarle las limitadas llamaradas de bravura. Dosificado metraje por naturales para luego culminarla de estocada entera ligeramente traserita, para el palco no caerse a coba y conceder las dos orejas, cuando en realidad era para una, asegurándole así la salida en volandas.

Como íbamos, era el quinto y los ánimos aun en los presentes era que no habíamos visto la verdadera dimensión de Colombo. Y ante «Atrevido» se jactó Jesús Enrique de agradar al respetable con par de series por la derecha con la profundidad y rotundidad que nos había demostrado a lo largo de los últimos años. La plaza veía así lo que puede ser un diamante en bruto, ese que hay que pulir, porque condiciones tiene. Los medios fueron el terreno donde el terciado burel siguió con nobleza las telas de un poderoso torero, al que se le notaba su ambición por cuajar la faena que hubiese querido. La plaza un hervidero, hasta que tras una inaudita petición de indulto, Colombo se perfiló y dejaría espadazo ligeramente trasero y desprendido, necesitando de dos golpes con el descabello para cortar una oreja, bien ganada, la de mayor peso de la función.

El resto de la corrida transcurriría entre el aburrimiento, la falta de casta y raza de los toros lidiados, y los nervios del torero por como estaba resultando la apuesta. El que abrió plaza, de nombre «Rubencho», poco le pudo dejar estar, ante lo parado que resultó tras el único puyazo fuerte que recetó Alfredo Guimerá. Similar historia resultó el tercero, dosificándole exigencias por ambos pitones y ni aun así resultó la cosa, donde lo mejor fue el soberbio volapié con la que le despachó a las mulillas. Y en el que cerró plaza, por cierto cuyo brindis recayó en la persona del Dr. Nelson Hernández, nuevamente las ansias y voluntad por rematar tarde se estrellarían ante lo que se pudo considerar el elemento común de los astados lidiados, falta de fondo y casta a los engaños, elementos que han hecho ascuas el deseos de todos por ver una tarde de triunfo a plenitud.

Queda en el panorama el hecho del Táchira contar igualmente con Colombo un torero de gran valor. Hay toreros, hay afición. Esperemos que esto mejore, para poder así ver una fiesta brava con elementos que la hagan más atractiva de cara al público en general, que es el que hay que recuperar y de nuevo llevar a la plaza.