Tediosa y pesada cual más. Así fue la tarde del domingo en la Plaza México, a causa, principalmente, de la apatía de los coletas que hicieron el paseo. Es cierto que el bien presentado encierro de Real de Saltillo no era fácil. Pero tampoco fueron unos demonios, sino ejemplares serios, con edad, trapío, romana y leña suficiente en la cabeza, a los que era necesario poderles primero y luego, componer la figura. Si en el saludo capotero algunos toros no tenían recorrido, pues supongo que había que bregarlos para alargar la trayectoria. En una palabra, lidiarlos.

De muy escasa intensidad fue la actuación de Manolito Mejía, que por no salir de la duermevela no quiso ni banderillear. Se dejó inédito a su segundo que demostró ser un toro bravo en el caballo, ondeaba el rabo y metía los riñones recargando en dos ocasiones con alegría. A la muleta acudió codicioso, pero el diestro lo quiso teletorear y a otra cosa muchachos. El toro bueno sin deberla ni temerla y Manolito, debiéndola y temiéndola, a cada momento se distanciaron más y más, hasta terminar por divorciarse en definitiva.

A su vez, Pedro Gutiérrez Lorenzo frente a un burel de buen estilo, nos despabiló con una tanda estupenda de derechazos. Acto seguido, enrolló los estandartes y hasta mañana, que descansen. No fue capaz de mantener el tono y la faena vino a menos. El juez generoso le otorgó un premio barato, cumpliéndole el sueño de cortar una oreja en la plaza más vacía del mundo.

Por su parte, los toros que le correspondieron a Mario Aguilar no ofrecieron mayores prestaciones, pero el joven diestro la pasó de noche desempeñándose con una voluntad muy anodina y sin ese carácter que lo hace verse empeñoso y firme. Lo peor, es que el público se está acostumbrando a su mala suerte en el sorteo y cada vez le concede menos crédito. A su primero, entre picador, diestro y puntillero lo dejaron bañado en sangre. Entonces, el toro vendió cara su muerte, gota a gota se le escapaba la vida en rojos goterones de casta. Tambaleante luchaba por no desplomarse. Cuando por fin lo hizo, ante la enorme lección de coraje brindada y la ineptitud de los toreros, el que firma este artículo estuvo a dos segundos de convertirse en el más enfervorizado de los defensores de los animales.

Durante la soporífera tarde, los de Real de Saltillo eran los únicos despiertitos. De buena lámina, salvo el tercero que parecía un búfalo por la estampa y lo cornicorto, los demás, fueron morlacos de armamento respetable, de bellas hechuras, musculados y, sobre todo, con los años requeridos. En ello estribaba su emotividad desperdiciada. Es que los toreros de la actualidad sueñan con toros inofensivos, como el de Carranco que le echó el guante a Omar Villaseñor la semana pasada. De cachondeo: Con la pala del pitón y una delicadeza asombrosa le levantó la pierna, así lo tuvo un tiempo en que el matador pudo haber efectuado ejercicios de estiramiento, tocándose la punta del pie antes de tumbarse en la arena a revisarle los amortiguadores y pasarse por debajo del toro, para salir por el otro lado tan campante como lo hubiera hecho el maestro mecánico “Mofles”. Quieren al pastueño que repite como si estuviera amaestrado, animalitos soporíferos, cosa que no fueron los de Real de Saltillo. En el arte de Cúchares, gracias al aborregamiento de las masas y de los cornúpetas, los toros bravos están cayendo en desuso. A dónde hemos llegado. Ojalá estuviéramos soñando.