Estaba pintando un cuadro de Córdoba, muy especial por la cantidad de sensaciones que transmite la bella novia de los califas, y lo difíciles que son de plasmar. Cuanto más la conocemos más nos sorprende su variedad arquitectónica, su singularidad y su armoniosa gama de colores. La consecución de los tonos adecuados y su aplicación, fue de lo más peliagudo. Intentar plasmar los monumentos y sobre todo la campiña y la sierra, era muy complicado. No resulta fácil trasladar al lienzo fielmente lo que se percibe. Un cromatismo tan diverso, fue capaz a la vez de abrumarme como artista y de entusiasmarme como habitante del lugar. Quería imaginar y trasladar con pinceladas, la Córdoba discreta de Baroja, pero tenía un problema, y es que mis pinceles no la veían así, no acababan de entender lo de discreta, por muy sabia que fuera su procedencia, entendía el concepto e intenté comunicarlo en pinceladas, no discretas, sino más bien pudorosas, porque así lo entendían mis pinceles, la consideraban en todos sus aspectos efectivamente pudorosa, por lo importante que siempre fue. Ya Antonio Gala, opinando sobre el particular, dejó caer aquello de: .../”Córdoba lo ha tenido todo, todo, todo; de ahí que no le llama la atención cualquier cosa. Para el cordobés nada es demasiado importante…”… Lo que es tanto como decir, que su historia se asienta sobre un cumplido poso cultural. Desde ese punto de vista, está claro que buscar los colores y sus matices, que nos acercara a la similitud teórica, a la representación del cromatismo ideal, fue una misión casi imposible. Aspiraba a reunir en mi paleta una gama de colores que representaran a Córdoba la discreta, la pudorosa, pero también la colorista, la alegre, la tolerante y la guapa… Debía conseguirlos, tenía que representar a una ciudad muy poco corriente. Esos colores reales, esos matices sin mezclas, que el rosetón de pinturas de una paleta normal no podía facilitármelos, tenía que buscarlos en alguna parte, que fuera tan poco común como la obra misma, y en ese momento pensé en la sierra, y también en los patios…

Y subí brillante arriba

para traerme colores.

Busqué, y encontré de todos,

hijos todos de las flores,

y hallé en los costados del sendero,

nuevos verdes, verdes nuevos…

Y me los bajé, para seguir pintando el cuadro de Córdoba, silencioso como ella, acompañado del rasgueo único de la guitarra. Soñé que yo, me veía pintando y que los colores que necesitaba me rodeaban, y que ellos ayudaban acariciando a los pinceles, querían esbozar una califal única, necesitaban a la amiga de la sensibilidad:

 

 La poesía y también acudió. Esos versos que están inspirados en las plazuelas, en las calles, en los geranios, en los jazmines, en las gitanillas… de la Córdoba que es musa y un capricho entre las ciudades bellas, y un premio para los poetas, pintores, y escultores. Y ese enamoramiento que surgió de un sueño, hizo que envalentonado, tomara de nuevo los pinceles, y me propuse enamorar a la luna, merecía la pena que bajara para que paseara y soñara con nosotros.

Colaboración tras colaboración, el cuadro ya lo adivinaba terminado, faltaba muy poco, no echaba en falta casi nada, se notaba la poesía, la guapeza y lo acertado de sus colores, aquellos colores que me bajé de la sierra y recogí de los patios. Tomé los pinceles y perfilé la obra, teniendo especial cuidado al reflejar el misterioso paseo de la luna por el Bailío, por San Lorenzo, por El Potro, por la puerta del Puente Romano… ! qué grandeza, que belleza !, en silencio por las revueltas de esas calles, con el paso por sonido… logré captar y trasladar esa imagen, con la ayuda imprescindible del pincel impregnado en los surtidos colores naturales de las flores…

 

…de las flores de montaña

y ese suave olor que allí queda,

porque de allí…

no se mueve nada,

se queda como en un cuadro

se queda sí, pero te lo traes

prendido en el alma…

Hacía falta esa pintura, faltaba esa pincelada de romanticismo y de hermosura velada, que te engancha y te transporta por entre rincones que no siempre conoces. Cuantas veces has soñado con ellos, como algo especial y resulta que los tienes tan cerca que hasta parecen que te susurran…

 

Con todos esos ingredientes en la paleta, realicé una visión de Córdoba en el lienzo, a mi modo de ver y sentir, con la fidelidad que da la visión romántica, y la verdad sobre todas las cosas, hay que ser valiente y por supuesto artista, para emprender la tarea de entender y plasmar, una ciudad repleta de historia, con unas características monumentales únicas, y una diversidad de colores atractivos y especiales. Un cromatismo muy interesante, facilitado en parte por nuestra sierra y por las flores de los seductores patios. Colores que la hacen diferente y que le prestan personalidad e intimidad.

Ya han pasado unas fechas desde que me propuse finalizar la obra, ya he culminado el cuadro. Y he permanecido un rato en silencio observando el lienzo, escudriñándolo, casi ya queriéndolo… como algo vivo y personal. Resultaba evidente que sus colores procedían de la sierra y también de las flores de sus jardines y patios, aquellos geranios, claveles, pericones y gitanillas, formaban parte del resultado total, y también la luna constaba como protagonista, esos claroscuros de la luna de Córdoba, de una belleza total cuando se asomaba al río, y se pasea por las callejuelas…

Se logró, el resultado. El conjunto de la obra representa de forma rotunda el aspecto y el espíritu de Córdoba. Me gusta.

Como la vieron los poetas

mientras desgajaban poemas,

poemas que brotaron del alma,

y que dejaron enhebrados

en las púas de las zarzas,

poemas maravillosos

nacidos en la montaña.,

Es muy bonito, es muy entrañable, pero lo sorprendente es que las pinturas, como han salido de la misma vida, están vivas, !son las flores! que al convivir con el lienzo me hablan, sienten ser integrantes del cuadro, lo viven también, ! el cuadro tiene vida ! , como la Córdoba misma, aquella que fue turdetana, y después visigoda, y después romana, y después mora, y después cristiana…, es la misma que implora que la sigan amando, cuando la imiten en el cuadro, y que suspira porque los pinceles estén empapados en todas las flores, pero en especial por su sobriedad, en los de su Sierra Morena, que regala los blancos de la jara, los verdes de los pinos, los azules de su cielo, los marrones de sus rocas, el rojo del madroño, el morado inigualable de las moras, y muchos más… todos los que precisa una paleta de colores con alma.

Nació la poesía junto a la pintura, y hablaron con pureza del futuro y los monumentos le ayudaron. El Guadalquivir se preocupó de que en sus riberas de asentara gente con desvelos, con impronta, con poesía, con arte, y lo consiguió. La historia nos dice y nos regala la aseveración de que llegó a figurar como la principal ciudad del mundo. Sus pobladores cuando aquel pasaje del califato, funcionaron a la cabeza de los adelantos en todos los apartados, la medicina, las leyes, el comercio y la cultura. Se reflejaba certeramente en el paisaje y en las figuras que lo poblaban. Merecía que se le considerara como un ser, esa obra que estaba brotando y que a la postre brotó. Insisto, el cuadro tiene vida, porque la realidad que transmiten los tonos, han surgido de las flores, de las hojas, de los frutos y de las ramas. Aportaron matices y armonía. Hasta los pájaros, con sus plumajes variopintos, se prestaron a colaborar con sus colorines.

 Ese cuadro que hemos tratado de personalizar, hoy es admirado por visitantes de todo el mundo, que transitan embelesados por nuestras calles. La pintura que hemos empleado, ya no es pintura, está transformada en cal, piedra, adoquines, patios, museos, tabernas y el ingrediente de la fascinación, que nos regaló la joya de Medina Azahara, y la veladura natural de la madrugada que ofrecían el Cristo de los Faroles, la Calleja de las Flores, San Basilio, etc. etc. todos los rincones nos aportan algo, tenemos la gran fábrica de la magia, de los recuerdos entrañables. Allí desperté, tras soñar con la Córdoba que fue y que hoy se viste con las mejores galas y de señorío, para recordarnos su grandeza.

Escritores, pintores, escultores, artistas todos, nos han recordado a través de la historia, que nuestros ancestros fueron muy importantes, y que la belleza nació aquí y después se extendió por el mundo…

Con el verde por mantón…

y la jara como adorno,

como aderezo de gloria,

porque esa Córdoba,

la turdetana, la visigoda,

y después romana y mora,

se mira feliz en el río,

como una novia cualquiera

como antes se miró, Wallada…

Después de tanto piropo, ella sonreía, y el cuadro terminado se miró… y yo lo miré. ¡ Perfecto, ha quedado perfecto ¡, era lo que pretendía: una representación veraz de lo que hoy es, unas pinceladas de lo que fue y la ayuda inestimable de los colores que nos circundan, esa campiña, esa sierra, y esas flores… todo, todo, está en la pintura, en el cuadro que ha soñado la imaginación…

 FRANCISCO BRAVO ANTIBÓN

 

 JOSE LUIS CUEVAS

Montaje y Editor – Escalera del Éxito 254