Los días tranquilos, fríos y lluviosos de la navidad casi siempre los dedico a repasar libros leídos anteriormente y de los que guardas un excelente recuerdo. Uno de ellos es el que Muriel Feiner dedicó a los toros en el cine: ¡Torero! Buena escritura y documentación extraordinaria. Toreros que hicieron cine y cineastas que fueron toreros, o al menos hicieron sus pinitos.

 

En esto estaba cuando me vinieron a la memoria unas anécdotas relatadas por sus autores, o bien vividas en propia persona, como la última de esta serie de tres.

 

Primera: sobre los años 70 del pasado siglo, realicé un viaje profesional a Ceuta. Cuál seria mi sorpresa al encontrarme, en el Hotel La Muralla, con el gran artista del cine español y buen amigo, pese a la diferencia de edad, José Nieto. Estaban rodando una película, creo que extranjera, y nos reunimos para cenar con varios intérpretes de la cinta. Lo cierto es que, a los postres, hablamos de toros, ¡cómo no!, y Pepe Nieto nos contó sus aficiones juveniles que estaban de lleno centradas en la tauromaquia. Nos contó, cosa que no he podido contrastar, que quiso ser torero. Debutó en la carabanchelera plaza de Vista Alegre y, ante nuestro regocijo, nos relató su viaje a la plaza, con su cuadrilla y vestido de torero, en el tranvía por no tener dinero para un taxi. Entre las risas de todos los que allí nos encontrábamos, resaltaba la seriedad con la que Pepe Nieto recordaba su actuación, que no debió ser muy buena.

 

Segunda: recién terminada nuestra guerra civil, y con el fin de olvidarla lo antes posible, casi todos los pueblos de España montaban sus talanqueras y celebraban sus novilladas feriales. Y, parece ser, Villaviciosa de Odón fue uno de esos pueblos cercanos a Madrid que contó con Pablo González «Parrao» (a quien dedicamos nuestra anterior «Miscelánea») para su novillada de feria. Como en aquellos momentos Madrid y provincia dejaban mucho que desear en alojamiento y comidas, «Parrao» y sus tres banderilleros -uno de ellos, su hermano Pepe, muerto por un toro años después ­decidieron comer y vestirse en sus casas para salir hacia Villaviciosa, como quien dice, a la hora justa. El viaje en un taxi de los del famoso gasógeno. Nada más salir a la carretera, alguien que se cruza y atropello a un peatón. Policía (de las de entonces). El chofer queda retenido, y «Parrao» y su cuadrilla, vestidos de torero en medio de la carretera. No pasaba ningún coche -no había muchos en aquel entonces- pero quiso la suerte que un camión cargado de melones, que se dirigía a san martín de Valdeiglesias, los recogiese y los llevara a la plaza del pueblo.             Sorpresa, risas y triunfo al final de los toreros que recibieron ovaciones y agasajos antes de traerlos de vuelta a Madrid, lo cierto es que no sabemos como.

 

Tercera: torero de ciertas campanillas que se anuncia en el pueblo de Fuenlabrada, tan cercano a Madrid que el espada decide vestirse en el antiguo Hotel Victoria y, desde allí, acompañado de sus picadores y banderilleros, salir en la furgoneta para la plaza. Alguien apuntó que esa carretera llevaba mucho tráfico y convendría salir con tiempo. Todo se dio tan bien que se presentaron en Fuenlabrada con hora y media de antelación. Y, ¿qué hacer mientras tanto?

 

«Molleja», tercero de la cuadrilla del espada, apuntó la solución: tomar café en un bar de una de las a venidas que se dirigían a la plaza. Lógicamente, el camarero, al ver entrar a seis individuos vestidos «de aquella guisa» les miraba con los ojos desmesuradamente abiertos pensando que todo aquello era un sueño. Y «Molleja», con gran desparpajo, le dijo: «tranquilo, no se preocupe, que vamos a un baile de disfraces y hemos llegado demasiado pronto»