José Ulloa Navarro Tagabuches.

Aunque peque de reiterativo y, alguno me llame “pesado”, tengo que volver a quejarme de este mal que a todos nos preocupa y que nos obliga a permanecer en casa más tiempo del deseado. Pero como dice el refrán “no hay mal que por bien no venga”, esta forzada permanencia me hace prestar más atención a aquellos libros que duermen en la repisas de mi modesta biblioteca, todos juntos y bien alineados. Libros que adquieres y por carecer del tiempo necesario para su lectura, lo depositas en la estantería junto a los demás con la promesa de leerlos más tarde, luego te olvidas de ellos y aparecen en momentos tan determinantes como estos que estamos viviendo. Hoy espulgando en esas repisas, la suerte, ha hecho que me fijara en un librito pequeñito de esos de tapa blanda -una especie de cuadernillo de solo 40 páginas- que su autor Jesús Almazán González lo presenta así: “Este cuadernillo tiene como finalidad dar a conocer al lector un compendio de la vida y los hechos más significativos de los bandoleros que pasaron haciendo historia, desde el siglo XVIII hasta principios del XX”.

Los personajes expuestos en él están ligados a la historia de la serranía de Ronda: Diego Corrientes, Juan Caballero El Lero, José María Hinojosa El Tempranillo y José Ulloa Navarro Tagabuches. Todos ellos vivieron en la época que se conoce con el nombre de Periodo Romántico. También se detalla la vida de los últimos bandoleros andaluces como Juan José Mingolla Pasos Largos, Francisco Ríos El Pernales y Joaquín Camargo Gómez El Vivillo, del que hemos hablado en otro artículo anterior a éste, por haber sido capaz de subirse a la silla de un jaco e intentar ponerle una vara a un toro bravo.

José Ulloa «Tragabuche» antes de hacer el paseíllo.  Lámina de M. Castellanos

Cuenta también González Almazán en su librito que los bandoleros y contrabandistas, los toreros y flamencos son los principales protagonistas de la atmósfera legendaria que envuelve a la Andalucía romántica. Por todo ello, hoy nosotros vamos a escribir de las aventuras y desventuras de un personaje de nombre José Mateo Balcázar Navarro, que se apodo Tragabuches y que heredó el apellido Ulloa al acogerse su abuelo a una orden real en la que el rey Carlos III autorizaba a los zíngaros a elegir el apellido que quisieran, siempre que se naturalizaran en España y él tuvo el capricho de escoger el de Ulloa, sin que se conozca cual fuera el motivo que le impulsará a ello, al igual que otros no menos ínclitos adoptaron el de Guzmán, Pérez de Vargas, Ponce de León o Fernández de Velasco.

La historia de nuestro personaje comienza cuando el célebre Pedro Romero estableció en el Matadero de Ronda una especie de escuela del toreo bajo los auspicios de la Real Maestranza de Caballería con el objeto de educar peones de lidia y hasta allí llegó para aprender el oficio un muchacho de nombre José Ulloa Navarro, de precedencia gitana, agraciado de rostro, -mezcla de Cagancho y Albaicín-, de trazas ágiles, fornido, valeroso y que era conocido con el histórico mote de Tragabuches, impuesto a su abuelo porque, según versión de quienes conocían a sus antecesores, el viejo Ulloa se había comido un pollino recién nacido aderezado en adobo.

José Ulloa aprendía tan rápidamente el oficio y revelaba tan singulares cualidades para el toreo que Pedro Romero aseguraba que, de él, se podría hacer un buen lidiador. A pesar de ello, al maestro no le iba mucho esta clase de artistas, no le consideraba demasiado por su condición de gitano por lo que Ulloa aprovechó la enemistad que tenía su maestro con su hermano José, para marcharse con la cuadrilla de éste y la de su otro hermano, Gaspar Romero. Dos años estuvo con ellos como sobresaliente de espada y se asegura que en el 1802, este último le concedió la alternativa en Salamanca, precisamente en la tarde que él tuviera el infortunio de ser víctima de cornada mortal. Después de la desgracia ocurrida a su padrino y maestro, Tragabuches, haciendo gala de su gran conocimiento del arte y desplegando un valor inaudito, despachó los toros que restaban por torear y matar. Cumplió muy bien y la empresa le hizo un valioso regalo. José Ulloa Tragabuches pudo haber sido la pareja de Jerónimo José Cándido en aquella época, pero veamos como se malogró su carrera taurina. Los malos mengues quisieron arruinar un matrimonio y un torero. Ésta es su historia:

José Ulloa sentía desordenada y febril pasión por María La Nena, la choni calé más hermosa, atrayente y seductora de toda la gitanería rondeña. Desde que se unió a ella dedicaba más tiempo y atención al contrabando que a los toros. Los lotes de lujosas ropas y fantásticas sedas que conseguía introducir a España fraudulentamente de Gibraltar, La Nena (bailaora de tablao), los vendía clandestinamente a la alta aristocracia. Así transcurría la vida de ésta cañí pareja plena de felicidad y con enardecido camelo.

José Ulloa Navarro, perfilándose en la suerte de matar. Lámina de M. Castellanos.

Al regreso de Francia de Fernando VII El Deseado en el año 1814, para ocupar de nuevo el trono que había entregado a Napoleón, las autoridades malagueñas proyectaron festejos extraordinarios, entre los que se celebrarían tres corridas de toros que encargaron su organización al espada cordobés Francisco González Pachón, también alumno de Pedro Romero, por aquel entonces muy en boga. Además le dieron la facultad de elegir a otro matador y Pachón llamó a su amigo Ulloa, para que en dichos festejos actuará con él de segundo espada.

«Tragabuches» abriéndose de capa. Lámina de M Castellanos

Tragabuches aceptó, e inmediatamente envíó su equipaje a Málaga con unos arrieros, y dos días después, y al caer la tarde, a lomos de un magnífico caballo que acababa de adquirir, emprendió el camino desde Ronda siendo despedido por La Nena con las mejores muestras de cariño.

Ya entrada la noche y cuando había caminado unas tres leguas, (17 kilómetros aproximadamente), la cabalgadura tropezó en un tronco de árbol o roca, con tanta violencia que salió despedido de la silla y en el impacto contra el suelo se produjo una lesión en el brazo izquierdo y magullamiento general en todo el cuerpo. ¡Maldita sea!, exclamó el calorró, pues en aquel estado no había ya que pensar en cumplir su compromiso. Sobreponiéndose a los agudos dolores que sentía, volvió a montar en su grastré emprendiendo el regreso a Ronda cuando ya la ciudad estaba completamente a oscuras y en silencio. Sobre las dos de la madrugada llegaba frente a la puerta de su casa. Llamó repetidas veces sin obtener respuesta inmediata y como nadie contestara lanzó el silbido aflautado que La Nena conocía perfectamente. Estaba ya a punto de derribar la puerta del corral cuando La Nena, se asomó a la ventana alumbrando con un candil, sorprendida de la llegada de su romeo, al que creía muy cerca de Málaga y al que le inquirió la razón de su regreso.

José Ulloa contestó que había sufrido un accidente y le pidió que le abriera cuanto antes la puerta porque tenía mucho dolor en el brazo lesionado. María La Nena bajó corriendo a descorrer los cerrojos y apartar la tranca para franquearle la entrada. La impresión de terror que revelaba su semblante, no podía disimular, despertando súbitamente, en el ánimo de su marido una sospecha terrible. La fisonomía de aquella mujer era denuncia tan evidente de ese pavor que se apodera del criminal sorprendido infraganti que la inalterable confianza de Ulloa en la fidelidad de su cónyuge no bastó para desvanecer su mala impresión. Por primera vez sentía la mordedura de los celos, que en aquel carácter salvaje, enamorado hasta la locura, tomaron proporciones trágicas.

Olvidando sus padecimientos y ocultando en lo más íntimo de su corazón la tempestad de sospechas celosas que rugían en tan estrecha cárcel, José arrebató el candil de la mano trémula de aquella hermosa gitana, subió al piso de arriba donde tenía su morada registró habitaciones y puntos propicios al escondite con la imponente calma del hombre resuelto a cualquier extremidad, mientras la infortunada romí lloraba amargamente como desvanecida en un sillón inmediato a la puerta de la estancia y, en donde, el zíngaro lidiador, desengañado de sus desconfianzas por aquel infructuoso registro, estaba casi tentado de pedir perdón a aquella beldad ofendida por los celos injustos.

Pero las fatigas y los sufrimientos morales que experimentó aquella dolorosa jornada le produjeron bastante sed, y para aplacarla se dirigió a una tinaja que había en la cocina y al destaparla y meter el cazo para coger agua se encontró con la cara de Pepe El Listillo, un chaval avispado, simpático, monaguillo de la parroquia inmediata, que allí se había escondido y, con razón, de las iras del esposo burlado; entonces… lo escuchó todo. Exasperado y furioso agarró con una mano la cabeza del muchacho, con la otra extrajo de su faja una faca de grandes dimensiones y, abriéndola con los dientes, la hundió en la garganta del desdichado joven que la diño en el acto.

Seguidamente como loco buscó a la romí que se había refugiado en la sala de arriba y cogiéndola por la cintura, en un desesperado esfuerzo de su único brazo útil, la alzó por encima de su cabeza y la arrojó a la calle; el golpe contra el pavimento le produjo instantáneamente la muerte. Salió a la calle a donde yacía La Nena con el cráneo destrozado, arregló sus ropas y aterrado por la suerte que le esperaba, ya que en aquellos tiempos para el parricida no había circunstancias eximentes -la horca era inevitable-, montó en el caballo y salió huyendo con el fin de ganar la sierra y eludir la acción de la justicia.

El escándalo en la ciudad fue tremendo. Hubo testigos que le vieron entrar en Ronda, otros que se dieron de cara con él cuando precipitadamente se lanzaba al campo; por último, uno que vivía enfrente de su casa presenció el momento de lanzar a la mujer por la ventana. Estas pruebas, unidas a la sangre que había quedado en la cocina, fueron bastantes testificales para condenarle por rebeldía, a ser arrastrado por la tierra, ahorcado y encubado después.

«Tragabuches» bandolero.

Ya no se volvió a saber nada más de Tragabuches, hasta que pasado algún tiempo fue rumor público en toda la baja Andalucía que uno de los terribles bandoleros conocidos por Los Siete Niños de Écija era un gitano que se distinguía, entre todos, por ser el más sanguinario y cruel. Se sospechó que aquel salteador fuera José Ulloa, pero no llegó a comprobarse.

El literato sevillano de la segunda mitad del siglo XIX, José Velázquez y Sánchez, autor del libro Anales del Toreo y archivero del Ayuntamiento de Sevilla, revolvió los documentos judiciales de la ciudad y puso en claro que José Ulloa perteneció a la célebre cuadrilla de bandidos, que a última hora no fueron siete, sino muchos más. Por sus investigaciones, se supo que los compañeros de Tragabuches capturados dieron pormenores precisos del mismo.

Los bandidos Luís López y Antonio Fernández , ajusticiados el 18 de agosto de 1817, contaban crueldades horrorosas realizadas por el gitano en la orgía de su desesperación. José Escalera fue ejecutado el día 15 de septiembre, Fray Antonio de la Gama, y José Alonso Rojo, el 27 del mismo mes y año, murieron también en la horca y hablaban de igual forma del torero gitano.

Juan Antonio Gutiérrez El Cojo, ejecutado en Sevilla el 7 de febrero de 1818 decía que Ulloa había matado hombres para llenar un cementerio. Por último Antonio de la Fuente El Miños que también sufrió pena de la horca el 13 de noviembre de 1818, cantaba en la cárcel:

Tragabuches y los Siete niños de Écija.

“Una mujer fue la causa / de mi perdición primera / no hay perdición de hombres / que por mujeres no venga.

Significaba que ese fandango que entonaban en sus correrías era llamado el de Tragabuches, porque de éste lo habían aprendido. Aquella banda de forajidos, mermada por los que fueron presos y condenados, perdió importancia y desapareció por completo a causa de haber indultado el rey a los que se presentaron a las autoridades. De la gracia estaba exceptuado Ulloa, y como no pudo acogerse a ella también desapareció, perdiéndose como una gota de agua en el mar. Probablemente emigraría a Portugal, que era entonces la salida más fácil para los prófugo de Andalucía.

En el último tercio del siglo XIX, apareció en un pueblo de la baja Andalucía un gitano viejo con nombre y apellidos que no concordaban con los de Tragabuches; a nadie dijo su origen ni su procedencia.

Colocado de guarda de campo por un labrador acomodado, vivía solo en una choza sin relacionarse con nadie, tenía una arqueta cuyo contenido no podía inspirar sospechas, dada la pobreza de su dueño.

La leyenda de Tragabuches en la prensa escrita.

Al morir el gitano, y por confidencias -en los pueblos pequeños no hay secretos posibles- se supo que en los últimos momentos, le confesó al hacendado a cuyas órdenes servía que aquella arqueta contenía una cantidad respetable de monedas de oro y se las entregaba en agradecimiento por lo bien que le había tratado. También hubo quien averiguó que había pertenecido a la cuadrilla de Los Siete Niños de Écija y que aquel dinero procedía de un robo famoso llevado a cabo en La Lusiana, pueblo de la provincia de Sevilla. ¿Sería el famoso Tragabuches, con nombre y apellidos supuestos? Alguien lo sospechó y llego a creerlo.

El amor por la bailaora María La Nena, que tan trágicamente terminó le obligó a cambiar el rumbo de su existencia.

“Por el amor de una mujer / tuve un momento loco / y esa mi ruina fue…

Mala bají, la de éste calorró, que abelo tantas ducas, que terminó en una rufia burlesca de choros y comendadores de bola, aunque pudo burlar la autoripen.

Antonio Rodríguez Salido

Escalera del Éxito 176

Compositor y letrista

 

                                                        

Jose Luis Cuevas

Montaje y Editor

 Escalera del Éxito  252