Ese fue su nombre y su apodo artístico. Nació en la calle Sopranis, número 21, del barrio Santa María de Cádiz, el día 11 de octubre de 1857. Era hijo del banderillero Manuel Ortega Díaz “El Lillo” y de Carlota Ramírez.

En Puerta de Tierra, umbral del paraíso gaditano, inicia el aprendizaje ampliando conocimientos en el Matadero Municipal de su bella Tacita de Plata. Su padre no quiere que se dedique al arte del toreo, y trata de abrirle otros caminos, embarcándole en un vapor costero que navegaba por el Mediterráneo. Tenía doce años, cuando el barco hace una escala en Málaga y Antonio la aprovecha para torear una becerrada, sobresaliendo entre todos los participantes. De esta aventura malagueña se deriva su apodo “El Marinero».

 

“El Marinero».

 

A los 15 años, Antonio Ortega ya figura de matador en una cuadrilla de jóvenes toreros gaditanos, de la que es primer espada Manuel Díaz Jiménez “El Lavi”. El incipiente torerillo ya vive sus sueños en plenitud, a pesar de su corta existencia. Así, el 29 de junio de 1871, hace su presentación en Madrid, la plaza soñada. Su trayectoria torera se extiende y en 1873, embarca hacía Lima, de banderillero en la cuadrilla de Francisco Díaz “Paco de Oro”, después torea encuadrado en la del morenito Ángel Valdés “El Maestro». Arrebatado por la fuerza del toreo y de la aventura, de Lima va a La Habana, dónde alterna con Lázaro Sánchez.

Bajito de estatura hace que su toreo, obligatoriamente, se caracterice por ser habilidoso y espectacular, aunque siempre realizado al son que marcan sus sentimientos. Libre como el viento que mece las olas del mar, su andadura por la vida, va a ritmo del péndulo entre España y América.

 

En 1875 regresa a Cádiz y torea por distintas plaza del Ruedo Ibérico y, en 1878 embarca otra vez, hacía La Habana donde cumple contrato en Santiago de Cuba. De allí pasa a Perú. Durante este tiempo sufre dos graves cogidas una en Lima y la otra en La Habana. Vuelve al ruedo madrileño diez años después de su presentación, el 8 de septiembre de 1861, para torear una novillada.

El grave percance sufrido en Santiago de Cuba se lo ocasiona un astado que le coge tan bruscamente que le produce una fractura en la pierna derecha, corriendo el peligro de amputársela. Esta circunstancia le obliga apartarse de los ruedos y volver para España. No consigue reponerse anímicamente y cuando

todo está a punto para el naufragio profesional, piensa que aún hay esperanzas y decide comenzar un mañana mejor lleno de ilusión. Entre esas horas sus sueños vuelan de nuevo y retorna a los ruedos en 1882, alternando en su reaparición con Manuel Hermosilla y Luís Mazzantini. Ese mismo año en el mes de junio, torea en Algeciras y la presidencia le regala el toro a petición del público. De nuevo embarca a las Américas y a la vuelta el 20 de mayo de 1883 inaugura la Plaza de La Línea de la Concepción, acompañando a Antonio Carmona “El Gordito» y Salvador Sánchez “Frascuelo”, con toros de Teresa Núñez de Prado.

 

Ese mismo año es contratado como matador para la plaza de Montevideo alternando con Hermosilla y Mazzantini en las doce corridas que se celebraron. De regreso a la península torea en las plazas de Madrid, La línea, Cartagena, Sevilla, Valencia y Cádiz. El fuste de sus actuaciones novilleriles le anima a dar el salto definitivo a la alternativa que toma en Sevilla el 14 de mayo de 1885, de manos de Fernando Gómez “El Gallo». Torero hecho, con imaginación y recursos “El Marinero», no demora confirmar su doctorado taurino en Madrid, y el 4 de junio lo refrenda, con toros de Aleas, en presencia de Manuel Fuentes “Bocanegra”. En el transcurso de la lidia de su primer enemigo, al entrar a matar resulta herido con el arponsillo de una banderilla en el dedo pulgar de la mano derecha. Acude a la enfermería de la plaza de donde ya no sale para continuar la lidia. El segundo y quinto toro lo mata Fernando “El Gallo», el tercero y cuarto “ Bocanegra» y el último el banderillero Rafael Guerra “Guerrita». Desde entonces parece como si un gafe se hubiera abonado a la plaza de Madrid, cuando en su ruedo torea “El Marinero». La corrida del día 25 de septiembre de 1887, en la que va a tomar parte, se suspende por lluvia, igual suerte corre la del 8 de octubre que se da a la semana siguiente día 16, con toros de don Máximo Hernán. Torea de nuevo en el coso madrileño en 1889, resultando lesionado en la mano izquierda por el derrote de un burel perteneciente a la vacada de Pérez de la Concha. Repite el 4 de agosto en la misma Plaza y resulta cogido cuando se encontraba en el callejón, al saltar un toro de Pablo Romero, y le infiere dos cornadas, una en el glúteo y otra en la mano izquierda. Se aleja del caos que supone para él la plaza de Madrid y, en 1893, embarca hacía América. Actúa en la ciudad cubana de La Regla, dónde coloca banderillas al quiebro, citando al toro mientras entre sus piernas permanece tumbado el banderillero Antonio Abao “Abaito», alarde que realiza a imitación de Antonio Carmona “El Gordito», quién solía prodigarla por los distintos ruedos hispanos.

En el año 1894 va otra vez a América, para torear especialmente en Colombia y Uruguay. En ese viaje el 21 de octubre, inaugura la Plaza de Tacubaya, acompañado de los toreros Francisco Jiménez “Rebujina» y Juan José Durán “El Pipa», siendo los toros de Atenco.

 

Cartel de toros de Sevilla. 2 de septiembre de 1894.   Antonio Ortega El Marinero y Miguel Báez Litri.

La templada inquietud de su vida en continua búsqueda en desorden, de hallazgos de oportunidades, sirve de placer, de felicidad. Cuando cree que ya es suficiente, hace un alto en su carrera torera y busca la paz, el descanso merecido del guerrero. En su Cádiz natal, torea la última corrida de su viajera trayectoria taurina, en la que hizo bueno su apodo de “El Marinero», el 12 de agosto de 1900, con José Villegas “Potoco” Francisco Carrillo y Diego Rodas “Morenito de Algeciras”.

Una vez retirado, se dedica a comisionista de reses, sin descuidar su industria de tablajero. Fue también inspector de carnes en el Ayuntamiento gaditano. Como torero fue torpe y basto, aunque valiente y hábil con la espada.

 

EL MARINERO

 

En su barrio de Santa María, Antonio Ortega trata de acostumbrarse a vivir una serenada existencia entre la amistad de los cabales, mientras el mundo va cambiando totalmente para él. Tan rebelde a situaciones estáticas en sus anhelos de juventud, ahora piensa que el sol al amanecer no espera, lo descubre cuando ha cumplido suficientes años, ha pasado mucho tiempo y se encuentra en el otoño de su existencia. “El Marinero«, quisiera diariamente prolongar las mañanas ante la Bahía de Cádiz, junto a su azuladas aguas y frente a la mancha blanca del Puerto de Santa María, que se divisa allá en la otra orilla. Mirando su azul, recuerda los primeros días de su vida cuando ya se aproxima la sombra en la oscuridad de su existencia.

 

EL MARINERO

 

El 15 de febrero del 1910, fallece en Cádiz, entre la nostalgia y el recuerdo de la singladura torera que él mismo eligió. En esos últimos momentos le acompañaban su familia y amigos más íntimos: Su esposa Carolina Camerino, sus hermanos Enrique y Francisco Gabriel, su cuñado Manuel Camerino, su tío el banderillero “El Cuco», su primo “El Poncho», y su gran amigo Perico “El de las viejas ricas», portador de una gracia sin límites.

Enrique Ortega Jiménez, “El Lillo”.-

Aunque se dice que el destino está escrito, Enrique Ortega Jiménez “El Lillo” fue torero por imperativo de su linaje. Nace en Cádiz, el 15 de julio de 1892, primo carnal de los “Gallos», Rafael, Fernando y José. Aunque parecía que su destino sería el negocio de carnicería que poseían sus padres, encontró lo que a la vida pidió y transformó su sueños en realidad al acudir a torear a capeas y tentaderos. En Cádiz, torea a los 14 años vestido de luces y mata a su primer becerro. Encendida la llama de su afición ya es prenda arrebatada por el toreo, un mundo donde entra incorporándose de banderillero a la cuadrilla juvenil del matador Manuel Gárate “Limeño Chico”. Su sino torero le marca en edad moza. Cuando comprende que está sobrado de aprendizaje, consigue torear de banderillero con distintos diestros, e incluso con Rafael “ El Gallo» y “Joselito”.

 

La cuadrilla de Centeno Por Vazquez Díaz.

 

En la “Huerta El Lavadero”, de Gelves, propiedad de sus primos, los “Gallo”, se ensaya matando un toro que banderillean Rafael y José. Repite su empeño matando otro toro en la finca de “Pino Montano”. Logra en 1911, verse anunciado como espada encabezando un cartel con “Quinito II». Enrique Ortega, luce con arte cabal, finura y gracia, su estilo torero. Con su embrujo gitano se mantiene seis años en el escalafón novilleril y retorna, en 1920, al de subalternos para torear de banderillero en la cuadrilla de Rafael “El Gallo». Vuelve por sus fueros con toreo impecable, seguro, espectacular, varonil, para incorporarse de nuevo al grupo de los novilleros.

 

Lucha de fieras en la plaza de Aranjuez. G. Doré.

Torea en Sevilla, gusta, aunque sin romper con la fuerza que se requiere para ser catalogado figura. En 1912 participa en un festival que se celebra en Camas, donde resulta cogido grave, circunstancia que le obliga a replegar sus trebejos toreros y apartarse de los ruedos. Su bondad, simpatía y corrección, le granjearon muchas amistades y un buen ambiente personal fuera de los cosos. En edad madura, en 1940, se le ve por las plazas de toros de mozo de estoques de Rafael Ortega “Gallito”, (hijo de “Cuco» y sobrino carnal de Rafael, Fernando y “Joselito”), como si dijese: “Me duele, a lo de ayer, decir adiós”. Aceptó el destino con el planteamiento de la cuestión: “seré el que siempre consiguiera ser y estar a mi manera”.

Francisco Ortega Ramírez.-

Un vago recuerdo perdura del torero gaditano y gitano Fernando Ortega Ramírez hijo de Manuel Ortega Díaz “El Lillo” y de Carlota Ramírez. Había nacido en Cádiz como también su hermano, el matador de toros Antonio “El Marinero”. Su estar en el toreo palidece con el tiempo, sueño, a veces, solo imagen palpitando el misterio. Ese misterio, que en ocasiones envuelve a los calés. Banderillero en distintas cuadrillas de toreros andaluces, allá por 1860-1870, el aire de las salinas de San Fernando, siempre aire risueño, influyendo en la armonía, y el ritmo saleroso que sabe darle a las telas toreras.

 

También le empuja clavar rehiletes con decisión. En los ruedos su canción torera tiene todos los matices del crepúsculo, desde la blanca tibieza de la aurora, a la luz clara del mediodía. Aún joven en la primavera de su existencia, su voz se quiebra. El 20 de octubre de 1884, fallece en su Cádiz natal mientras lloran las gitanas y las buenas gentes.

“Como sumido en un sueño

de lunas entrelazadas,

la muerte, ese río que no cesa,

se llevó sus últimas esperanzas”.

 

Continuará…

 

 

Antonio Rodríguez Salido. –

Compositor y letrista. –

Escalera del Éxito 176.-

José Luis Cuevas

 Montaje y Editor

Escalera del Éxito 254