Fernando García Bravo. Documentalista Taurino. Escalera del Éxito 202
La conducción del ganado bravo, bien para ser encerrado con destino a la lidia o bien para ser sacrificado en los mataderos, con frecuencia han dado incidentes cómicos, cuando no escenas desagradables, principalmente en comarcas, en alguna de las cuales era costumbre arraigada conducir el ganado de lidia por las calles de la población, y en otras era necesario hacerlo así por el lugar en que se hallaba situada la plaza o el matadero público.
Claro que esto de los toros desmandados, turistas, por unas horas, de la vida municipal, sería un capítulo muy largo de contar, por ser innumerables las que se recuerdan que han formado llevándose a la carrera por delante, en un San Fermín improvisado a la caza y captura de un balcón o una reja salvadora. Tiempo habrá en otro momento para hacer una recopilación de todos lo sucesos curiosos de esta índole que recoge la historia de la tauromaquia.
Hace ya algunos años, y eso fue el día 23 de enero de 1928 en Madrid; En las primeras horas del día un toro bravo, propiedad de D. Luis Bermúdez, de unas 30 arrobas, bien armado y de cuatro años, que al parecer formaba parte de una punta de ganado (doce cabezas), que iba conducido con el resto de las reses desde Carabanchel para el matadero convenientemente custodiado por vaqueros y una parada de cabestros, se dio a la fuga.
No obstante los esfuerzos de los vaqueros que por todos los medios trataban de detener a la res, no pudieron darle alcance desapareciendo velozmente con dirección al centro de la población, penetrando en ella por la cuesta de San Vicente hasta llegar a la Plaza de España, corneando a varias personas. Continuó su paseo por la calle de Leganitos, llegando a la de San Vicente y Palma, hasta entrar en la Corredera Alta de San Pablo, donde la presencia del cornúpeto produjo enorme pánico entre los comerciantes y el público que en aquella hora se encontraban adquiriendo comestibles para el día.
El toro ya embravecido, embestía a todo cuanto se movía a su paso, dejando un rosario de heridos, seguía su carrera por toda la Corredera, a penetrar por la Gran Vía (entonces Conde de Peñalver) por una de las calles que parten de la del Desengaño.
La sorpresa del público que con los gritos daban la voz de alarma a los transeúntes que no se percataban del peligro llegó a los oídos del matador Diego Mazquiarán “Fortuna”, que pasaba por la Gran Vía acompañado de su esposa.
“Fortuna”, al advertir lo que ocurría y haciéndose cargo, se despojó del gabán, le dio unos lances al toro, a fin de pararle y sujetarlo para evitar que no causase más desgracias. Cerca del lugar donde se celebraba la “lidia” se encontraba el Casino Militar, solicitando el diestro que le trajeran una espada. Le trajeron un espadín, pero no servía por ser la hoja muy flexible. Mandó a un muchacho en un automóvil a la calle Valverde, donde tenía su domicilio, para que le dieran un estoque.
Quince minutos, aproximadamente, tardó el muchacho en traer el estoque, durante los cuales el diestro continuó lanceando al animal entre ovaciones de la muchedumbre. La escena se desarrollaba en el número 13 de la calle, esquina a la calle del Clavel. Las aceras y los balcones estaban completamente llenos de público que presenciaba “la lidia improvisada”.
Al llegar el muchacho con el estoque fue recibido con una gran ovación, a las que siguieron otras por algunos pases que daba el matador para cuadrar la toro. Entró matar, dando media estocada. El diestro dio dos lances más, sacó el estoque y se dispuso a descabellar. Por fin la res rodó por los adoquines al segundo intento.
“Fortuna”, en pie y al lado de la res muerta, saludaba conmovido ante la imponente ovación. Desde los balcones las gentes agitaban los pañuelos pidiendo la oreja, y a esta solicitud se unieron cuantos habían presenciado el hecho. Entre vítores, varios de los presentes levantaron en hombros al diestro y le pasearon por la Gran Vía llevándole en volandas hasta el café Regina, donde esperaba su mujer.
A iniciativa de los comerciantes de la zona, se solicitó para el diestro la Cruz de Beneficencia, que le fue impuesta por el diestro Nicanor Villalta, el día 11 de octubre de 1928, en el ruedo de la plaza de toros de Madrid.