A lo largo de la historia muchos toros han conseguido fama por muy distintas razones; la primera por su condición de “bravo” en la plaza; otros, por circunstancias como son las desgracias ocasionadas durante su lidia o en la dehesa; y otros, por particularidades varias. Con acierto, el periodista Luis Nieto Manjón afirma que: “toros extraordinarios, que han pasado a la historia, se han jugado en contadas ocasiones, pero la “leyenda” y por diferentes razones se hicieron famosos y fueron tratados así”.

 

En el primer capítulo, que debe ser el de méritos, aparece como referencia el toro Jaquetón, de la ganadería de Agustín Solís, por su bravura demostrada el 24 de abril de 1887 en la plaza de toros de Madrid. Tomó nueve varas derribando otras tantas veces, y dejó para el arrastre siete caballos. Tal fue su codicia que hubo de ser apuntillado, sin poderse lidiar en los demás tercios, por haberse reventado un pulmón.

 

Otros motivos son por su nobleza, como es el caso del toro Civilón, de Juan Cobaleda, que con gran propaganda fue enviado a Barcelona, donde se lidió el 28 de junio de 1936. En plena lidia y trascurrida la suerte de varas, el mayoral lo llamó, acudiendo dócilmente Civilón y dejándose acariciar. El público ante este gesto de nobleza solicitó el indulto.

 

Igualmente hay otros sucesos, que son atípicos, ni siquiera han pisado el ruedo, como el ocurrido al toro Churro, de la ganadería de Vicente Martínez, de Colmenar Viejo,  y destinado a lidiarse en la plaza de Zaragoza, en la corrida de inauguración de la temporada del año 1877, en la que estaban anunciados los diestros José Machío y José Ruiz Joseíto. Cuando conducido al objeto indicado, rompió el cajón en el que era llevado hasta la estación de Mediodía desde la del Norte, transportados, de una a otra estación, enjaulados en cajones por las calles madrileñas.

 

Al filo de las once del día 29 de marzo, día de Jueves Santo, cuantos transitaban por la calle de Segovia empezaron a correr despavoridos, huyendo de un toro que, rompiendo el cajón en que se encerraba, emprendió veloz carrera, acometiendo a cuantos bultos veía por delante.

 

Este toro, de buen trapío, de libras y bien armado, atendía por Churro, y durante más de una hora tuvo en constante alarma a los nocturnos transeúntes.

 

El cornúpeta subió por la expresada calle de Segovia, recorriéndola de arriba a abajo. Después pasó a la plaza de Puerta Cerrada, continuando su marcha por la calle de Toledo, en la que intentó entrar en el café de San Millán, rompiendo cristales y poniendo a todos los parroquianos pies en polvorosa, que aprovechando la confusión, huyeron sin pagar cuanto habían consumido. Desembocó en la plaza  Mayor, calle Mayor, y de Platerías, plaza de los Consejos, pasó y repasó el Viaducto, volvió a la plaza Mayor, fue por la de Hileras, Arenal, plaza de Isabel II y Oriente, hasta llegar a la de Bailén, sembrando el terror y causando muchas víctimas, pues no cesaba de voltear a cuanto se ponía por delante, entre otros revolcó a los espadas Juan Martín La Santera, Manuel Pérez El Relojero y al banderillero Antonio Bulo Malagueño.

 

Los sorprendidos con la visita del toro en libertad, trepaban por las rejas de las ventanas, se refugiaban en los huecos de los portales y otros se arrojaban al suelo muertos de miedo.

 

Churro, perseguido por guardias de Orden Público llegó, como hemos dicho, a la calle de Bailén donde avisado el portero del Ministerio de Marina, llamado Francisco Fraquer Sala, apostado en una ventana, con buena puntería, acabó con la vida del fugitivo de un certero tiro de carabina dando con el animal en tierra.

 

En las Casas de Socorro de los distritos de La Latina y Audiencia fueron asistidos de cornadas graves José Vega, cogido en la calle de Segovia; Juan Grande, en la de Morería; Pedro Jorge, en la de Mancebos; Alejo Merino, en la Puerta de Moros, y Paula Gómez y Pascual Álvarez, en la calle de Toledo, siendo después conducidos a sus respectivos domicilios y otros, al Hospital General.

 

El portero Francisco Fraquer fue felicitado; se le pidió para él la Cruz de Beneficencia, e, incoado el correspondiente expediente con las informaciones de rigor, se le concedió la cruz de tercera clase de la Orden Civil de Beneficencia.

 

Así terminó el paseo de un toro llamado Churro por las calles de Madrid.