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Artículo de Fernando García Bravo. Escalera del Éxito 202

Si miramos los remoquetes de la gente de coleta, el apodo Lagartijo sea, posiblemente, el más numeroso en cuanto a giros gramaticales. Como bien saben los aficionados el primero que llevó tal sobrenombre fue el gran  Rafael Molina Lagartijo. Pero al reclamo de la fama que conquistó este primer Lagartijo, se han acuñado más de treinta entre diminutivos como Lagartijillos o Lagartitos; de localidades, entre otros Lagartijo de Madrid; con ordinales, Lagartijo III;  de genero, hay varios que optaron en ponerse el mote de Lagartija, etc.

Nuestro protagonista, Emilio Ruiz Guerrero, también quiso emular los éxitos del destacadísimo maestro cordobés y no dudó en tomar como propio el de Lagartijito y con  esta variedad de forma diminuta del divulgado apodo original, se anunciaba en los pocos contratos que se ajustó.

Un día del mes de marzo de 1890 recibió don Jacinto Jimeno, representante de la Empresa de Madrid, la visita de un joven, que más que solicitar, parecía exigir que se le anunciara en una de las primeras novilladas que se celebrasen. No llevo carta alguna de recomendación, ni se había oído su nombre; pero vio en el novel torero, de correctos modales, una firme actitud en su mirada, algo tan extraño, que no vaciló en acceder a sus deseos, y para el domingo 16 de marzo de dicho mes se anuncia una corrida de cuatro novillos de la Sra. Viuda de Carlos Navarro, que serán estoqueados por José Rogel Valencia y Emilio Ruiz Lagartijito, suspendiéndose por causa de temporal. Aplazándose para el miércoles siguiente, cosa que tampoco pudo ser.

De nuevo nuestro protagonista aparece en los carteles el día 30 del mes expresado, esta vez le acompañaba en la función José Rodríguez Pepete –el segundo matador de este fatídico apodo- que habrían de torear cuatro novillos de Aleas.

Lagartijito, enfundado en un terno azul pálido con adornos de plata de Meneses y cabos rojos, pronuncia un brindis y recibe al primer novillo, llamado Bordador, viéndose desde los primeros pasos que se había equivocado de profesión.

Después de una colección de pases indefinibles, desarmes, achuchones y otros excesos, se tiró a matar entrando de cualquier manera. Los pinchazos en  de la anatomía del novillos fueron incontables, demostrando un desconocimiento completo de arte.  Solo resta consignar que Bordador volvió al corral vivo.

En el cuarto, que cerraba plaza, más de lo mismo. Volvieron a salir los cabestros después de varias tentativas con el estoque e intentar matar de lejos y a la media vuelta, huyendo siempre, dando sablazos en la tripa, en las pezuñas y en las orejas. La presidencia impuso una multa al matador de 50 pesetas, como pena de haber equivocado la vocación y con 25 pesetas a la Empresa, para que en lo sucesivo no anuncie matadores sin el oficio aprendido.

Solamente hemos rescatado otra actuación de Lagartijito. Esta fue en la plaza de toros del Puente de Vallecas (Madrid), el 24 de junio de 1890, de la que no hay constancia de su resultado. Pero parece ser que su labor se la tomaron a chufla y algunos espectadores se mofaron de él diciendo improperios.

Después abrumado y triste por los continuos fracasos y el recuerdo de la derrota y viendo que su ilusión no se cumpliría, anduvo vagando por Madrid.

Unos días más tarde, la noche del 3 de agosto, entró el Café Continental, en la calle de San Bernardo.

Poco después pidió el menú que se compuso de: sopa de pan con huevos; tortilla de perejil a la francesa; pepitoria de capón de Bayona; una botella de vino añejo de Valdepeñas; un flan con leche; una copa de coñac Martell; café; un puro habano, y por último, un barquillo relleno en vaso grande con agua de Seltz. Cuando terminó la cena, y lo hubo hecho con buen apetito, escribió dos cartas, una a su hermano, que era pintor de cierta fama, y otra al juez de guardia, que decía: “No se culpe a nadie. Me mato por mi voluntad. Recomiendo la pepitoria de este café, estaba exquisita. –Lagartijillo”. Cuando concluyó se disparó dos tiros en la sien derecha, falleciendo al instante.

A la mañana siguiente se supo que era un torerillo, que se llamaba Emilio Ruiz Lagartijillo, natural de Granada y que contaba veintinueve años de edad.