Al finalizar el festejo los asistentes estaban sobrecogidos pero con la impresión de haber asistido a una verdadera tarde de toros.

 

El público apreció la dureza y el poder del ganado, aplaudió el aguante de los picadores y valoró el valor de los toreros al enfrentarse a semejantes fieras.

 

Aunque no hubo ningún crítico que supiese hacer la crónica que se merecían: Artillero, Asesino, Bandolero, Borracho, Buscavidas, Mainete y Manta al Hombro, que así se llamaban los siete «pavos» riberos.

 

A la salida, me  acerqué a comentar con el mayoral el juego tan terrible de sus astados y al ver mi admiración por el ganado, se sinceró conmigo, contándome la historia de los toros de aquella tarde.

 

En la ganadería, las vacas vacías y las paridas, los “erales”, los “utreros”” y los toros de saca estaban repartidos por las diferentes fincas; en el Soto Mosquera – verde y lleno de sombra y de frescor- se habían apartado cuarenta vacas horras, que habían llegado recientemente de otra afamada y comercial ganadería  junto con un bonito toro cárdeno de la misma procedencia.

 

Una calurosa noche de Agosto un vaquero nuestro se acercó hasta mi casa para comunicarme que las cuarenta vacas y el cárdeno habían desaparecido del soto – cruzando el río-  muy escaso de agua en esa  época.

 

Las vacas y el toro – por el rastro y lo que me comunicaron algunos vecinos – habían bordeado el pueblo y se dirigieron hacia las cercanas Bardenas.

 

Enseguida se organizó una partida en busca del ganado; ese día hacía un calor insoportable y el rastreo fue totalmente infructuoso; durante meses, como si se hubiese tragado la tierra al ganado, no se supo nada de el y se hicieron hasta rogativas a Santa Ana en la Catedral.

 

Al tiempo, unos cazadores del pueblo dijeron que en las Bardenas habían visto en un gran barranco reses con nuestro hierro. Se dispuso una especie de batida y llevamos hasta el lugar todo el “cabestraje” de la casa y el de algún ganadero amigo, además de una tropa grande de vacas; a caballo fuimos el dueño, yo como mayoral de la casa, sus hijos y  vaqueros, además de algún voluntario amigo; además nos acompañaron los perros que usábamos para mover el ganado.

 

Era primavera, la luz era de un suave blanco brillante y el Moncayo – a nuestras espaldas -, lucía como una muralla azul, con estrías blancas de nieve y coronado de nubes gigantescas. Toda la partida, los dieciocho bueyes – berrendos en negro y en colorado – y las vacas, ofrecía una magnífica estampa, moviéndose majestuosamente y con lentitud; sonaban  graves y acompasados los cencerros y el sol resplandecía en los momentos dorados del alba sobre los ásperos lomos de los bueyes; resplandecía la hierba y las matas de romeros explotaban en centelleos blancos de rocío.

 

Buscamos infructuosamente el ganado por los profundos barrancos y subimos hasta la Ralla y el Rallón – impresionantes y descarnados -.

Entre la tierra embarrada era difícil  moverse con los caballos y los cabestros y la búsqueda el primer día fue un fracaso.

 

Al día siguiente nos adentramos entre los pinares de Landazuría; el tiempo empeoró, estaba el cielo enfurruñado y bramaba el viento entre los arboles; a media mañana comenzaron a tabletear los truenos y su eco se multiplicaba por  la inmensa Bardena; salimos al Plano imponente y vacío; descendimos pegados a Cornialto por la cañada de los Roncaleses; zigzagueaban chispas y  centellas y hasta se veía caer algún rayo en la lejanía.

 

La lluvia comenzó a caer con más fuerza, las nubes negras llenaban el cielo y con cabestros, caballos y perros tuvimos que guarecernos en el corral de Gayarre.

 

Cuando escampó, comenzamos la búsqueda por la Bardena laberíntica; barrancos de las Bodegas, del Aguila, de las Cuevas, del Caldero; al atardecer detrás de un inmenso cabezo – cubierto por el barro -, aparecieron los restos del semental cárdeno de la casa; estaba parcialmente comido por los buitres –  las cuencas de los ojos vacías y el costillar descarnado – pero todavía se le veía una gran herida a nivel del cuello – parecía una cornada – así como varios “puntazos” en la piel de la tripa, que estaba dura y acartonada.

 

Con la nueva mañana, vino el sol radiante y vimos huellas de pezuñas del ganado en la tierra mojada; al mediodía y en el Barranco de Andarraguía, oímos lejanos ruidos de cencerros y mugidos que anunciaban la presencia del rebaño; al acercarnos vimos en  una hondonada con pasto a toda la tropa; parecían una oleada negruzca en un mar de ontinas “verdegrisáceas”; eran las vacas de la casa y precediéndolas dos gigantescos toros retintos de enormes cornamentas: “cornivueltas” y “astiblancas”.

 

Al avistarnos – nerviosos – comenzaron a bramar husmeando el aire; cambiando de careo, obligaron a la vacada – cortándoles el terreno – a meterse en una mancha de pinos; arrimamos todo el “cabestraje” y los perros al monte donde se  había metido el ganado; la “tropilla” de bueyes – empujada desde atrás y desde los lados por los caballistas – se movía por el bosquete reuniendo a las vacas; se oía – entre los pinos y las matas de romeros y de carrascos – el ruido metálico de los cencerros.

 

Parte de nosotros nos apostamos con los caballos donde finalizaba la espesura ; al rato comenzaron a salir nuestras vacas azuzadas por los perros y ya hermanadas con algunos mansos que actuaban como un imán sobre ellas; en varias pasadas, reunimos todas nuestras reses y las fuimos juntando en un barranco sin salida. Cuando apartamos todas las vacas, se asomaron – entre la maleza – los dos retintos; a uno le faltaba un cuerno y ninguno de los dos tenía marca alguna de hierro en los costillares o el anca ni señal en las orejas.

 

Encampanados se nos quedaban mirando, se veía que no querían abandonar a las vacas pero tampoco acercarse a nosotros. Les echamos los bueyes  y al principio parecían seguirlos humildes – moviéndose lentamente con ellos – pero en cuanto se acercaban a unos treinta metros de donde estabamos los caballistas con la piara de vacas berreaban, bramaban, escarbaban y arrancando  romeros con los cuernos, pegaban carreras de un lado a otro; cansados volvieron grupas y desaparecieron entre el boscaje – rompiendo el cerrado monte –

 

Continuará…