No hace mucho, en este mismo espacio, comentaba como uno de los críticos taurinos de actualidad consideraba que la revista Tierras Taurinas era el equivalente a la revista Science en el mundo de la tauromaquia. Nada que objetar al respecto. Pero sería injusto no responder que si Tierras Taurinas equivale a Science, la Revista de Estudios Taurinos que edita la Fundación de Estudios Taurinos puede rayar a la misma altura. Ambas revistas se preocupan de la cultura taurina; incluso podríamos decir de la ciencia taurina. De esta manera, no existe ninguna similitud entre lo que un lector puede leer en los pasquines de propaganda taurina que se escudan en la realidad actual del toreo y en la alabanza desmedida a todo aquel que aporte moneda y lo que se pueda leer en este tipo de revistas.

El número actual de la publicación me llega de manos de mi amiga Silvia que, ahora desde Lisboa, sigue empeñada en bucear en los aspectos culturales del toreo, en los estudios culturales de la tauromaquia. Se trata del número 34 de la colección y en él podemos encontrar artículos de lo más interesante así como reseñas de libros donde reaparecen nombres de autores que uno consideraba ya retirados.

Hay entre los artículos de este número al que me refiero uno que me ha resultado de alto interés tanto por la temática como por el contenido. Me refiero al que firman conjuntamente José Antonio González Alcantud, catedrático de antropología en la Universidad de Granada y Juan Manuel Barrios Ruzúa, profesor titular de Historia de la Arquitectura en la misma universidad. El estudio de estos académicos versa en esta ocasión sobre las corridas de toros que se organizaron en la Alhambra en el siglo XVIII. No es intención de este artículo destapar las bondades y lindezas del que se cita, que son varias, pero sí lo es defender la necesidad de proliferación de este tipo de estudios y de los medios que los soportan. Imprescindible para mantener una base cultural de la tauromaquia.

En efecto, el estudio de la historia taurina se conforma hoy en día como una necesidad. Poco a poco van desapareciendo de las librerías los libros sobre tauromaquia – poco a poco van desapareciendo también las librerías-  y aquellos pocos que quedan apenas escapan de narrar la figura de grandes toreros de ayer y hoy. En ese aspecto, la literatura taurina mantiene un nivel de idolatría que sin duda puede ser interesante –si uno quiere conocer  al dedillo más los éxitos que los fracasos de  las temporadas enteras de tal o cual torero- pero a todas luces insuficiente en lo que al detalle del estudio de la tauromaquia se refiere.

Por poner un ejemplo sobre el artículo comentado,  valga decir que en él se estudia cómo fueron  aquellas corridas de toros en la Alhambra. Sin embargo,  la red de relaciones históricas y de estudio, llevan a los autores a tratar temas de tanta importancia y variedad como la posible relación del origen del toreo con las tierras del norte de África –tema tantas veces tratado y todavía tan oscuro- ; la forma geométrica de las plazas de toros y su tránsito de cuadradas a redondas; la estrecha unión de  la liturgia del trato con el  toro con la fiesta y la diversión;  la relación de los organizadores con las instituciones de la ciudad o las desavenencias entre determinados miembros de la iglesia local y los organizadores, en donde se pueden observar discursos y argumentos de raíz antitaurina. Todos estos temas son tratados en un único artículo. En definitiva, historia taurina, historia arquitectónica, historia social: cultura taurina de primer orden.

Se echan en falta este tipo de publicaciones que más que necesarias son hoy en día imprescindibles. A ellas les han de seguir los congresos de estudiosos del toreo. La Fundación de Estudios Taurinos ya ha programado uno de ellos en noviembre. Escaparnos de la academia, algo tan típico en este país, no puede sino dañarnos y cortarnos las pocas alas que hoy nos quedan. Pensamos que quizás Europa  sea nuestra tabla de salvación. Pero nadie nos va a escuchar si eso a lo que queremos llamar cultura se reduce a un tío ayudado por otros cinco que mata a un toro a espada después de haberse entretenido con él. Nadie lo interpretará  como cultura a menos de que exista un andamiaje de estudios culturales que lo soporte. Los de antaño sirven como información positiva y como marco teórico para realizar los nuevos. Pero es imprescindible que estos nuevos sigan generándose y que haya entidades que los defiendan.