
‘..Nadie puede negar la necesidad de recordar. La enternecedora imagen de del hijo de Rafael, apretando la mano de Curro durante el funeral del mítico torero de Jerez, es una demostración palpable y significativa de respeto y ternura..’
Por Manuel Viera – Del Toro al Infinito
Nadie puede negar la necesidad de recordar. La enternecedora imagen de del hijo de Rafael, apretando la mano de Curro durante el funeral del mítico torero de Jerez, es una demostración palpable y significativa de respeto y ternura. El amor se aprecia. Apenan los ojos cerrados del viejo maestro junto a lo humedecidos por el llanto del primogénito que pierde al padre. Tan bella y, a la vez, desconsolada fotografía me llena de nostalgia y me hace recordar.
Rememorar aquel grisáceo día en el que se representó en la arena dorada del desaparecido coso del Arrecife utrerano unas de las cumbres del toreo de todos los tiempos. Fueron auténticas joyas de asombrosa perfección. Obras taurómacas de fascinante pureza clásica con las que dos genios del toreo adquirieron impensables niveles de complicidad creativa. El toreo hecho y dicho con una armonía y elegancia paradigmática. Luz de domingo de marzo que iluminó el amenazante cielo cárdeno de Utrera.
Curro y Rafael daban vida al toreo. Dos mitos de primerísima magnitud mostraban la memorable fuerza expresiva de sus respectivas tauromaquias. La magia de la media verónica se hacía escultura eterna. El lentísimo natural se prolongaba durante el resto de la tarde y, enseguida, aquellos muletazos aislados iban siendo ensamblados y rematados. El toreo se sublimaba tras las distintas faenas cobrando un hondo sentido y una nueva dimensión. Y cuando la obra estaba casi acabada añadían, a la manera de pinceladas que buscaban la perfección, los emotivos y grandes detalles del pase por bajo, ayudados por alto, la trincherilla y el kikirikí rebosante de torería. Cada lance de uno u otro era un derroche de inspiración. Cada pase un poema dedicado al arte. Ser testigo de aquello no tuvo precio.
Ahora, en la marcha de Rafael, con Curro despidiéndole, evoco aquel histórico 13 de marzo de 1988 para revivir, con el rigor y la intensidad que merece, aquella irrepetible, emotiva y significativa tarde de toros de un benéfico Festival de los Gitanos donde se produjo el hito en la historia taurina de aquella centenaria y ya derribada plaza de toros. Fue el día en que se inmortalizó el arte.