Fuente: Plá Ventura – Del Toro al Infinito
Hace pocas fechas en un coloquio taurino al que asistí un aficionado me preguntó, sin venir a cuento la siguiente pregunta. Oiga, ¿qué tenía Esplá? Así, a bocajarro te quedas un tanto perplejo porque hay que responder a la velocidad del rayo y, mi respuesta, por tajante y concreta, creo que fue la más acertada, al menos, los aficionados, así lo reconocieron. ¡Talento, amigo, mucho talento tenía ese hombre como torero, como lo sigue atesorando en la actualidad! Y ahora lo explico con todo lujo de detalles.
Luis Francisco Esplá siempre sostuvo que, para triunfar en el toreo había que ser listo, muy listo; y lo decía de forma humilde porque jamás se disfrazó de aquello que no poseía y, para colmo, reconocerse como un hombre talentoso le sonaba como una humillación hacia los que carecían del talento citado. Utilizando la acepción que queramos, lo que sí quedó claro es que Esplá no era uno más porque, al final de su carrera, como diría un dicho popular, obras son amores y no buenas razones y, lo que se dice obras las consiguió por doquier; obras taurinas, en los ruedos y en los lienzos.
Recuerdo su época con toda claridad porque para eso somos coetáneos en la vida y, muchos le tildaban de heterodoxo cuando, por ejemplo, cosas del destino, el día de su retirada en Madrid con aquel toro llamado Beato se consagró, si es que todavía lo necesitaba, como un grandísimo torero. Resumir a un torero grande en pocas líneas es tarea complicadísima pero, todo empezó en aquella corrida llamada del siglo en el año 1981 en que, junto a Ruíz Miguel José Luis Palomar, salieron los tres por la puerta grande de Madrid tras haber lidiado un encierro de Victorino Martín, con corbatín incluido colgado en el pitón a uno de sus toros.
A partir de aquel momento Esplá se consagró como un torero auténtico lidiando las corridas más encastadas del campo bravo español, algo que le granjeó muchos éxitos por todo el mundo. Su faceta como banderillero no puede quedar en el olvido porque, con dicha suerte brilló hasta el infinito y, lo que es mejor, Esplá, Méndez y el Soro llenaban todas las plazas, lo que certificaba que aquello era un éxito sin precedentes para todos. Luego, claro, sus formas de reverdecer viejas suertes, su indumentaria, su colorido con el capote, y no me refiero al color, pero sí a su forma tan peculiar de manejar la tela. Muchos fueron sus aciertos, los que convertía en éxitos.
Madrid le respetó como a pocos porque, claro está, tenían motivos para ello. En Las Ventas, posiblemente, ha lidiado un número increíble de toros de los que, como decimos en la actualidad, son rechazados por las figuras mientras que, el alicantino, con su “listeza” habitual logró encarrilar su vida y la de los suyos, de ahí el bienestar que goza en la actualidad, todo ello ganado a base de sangre, sudor y torería.
Si allá por los albores del pasado siglo, el toreo disfrutó de un torero genial –entre otros muchos- como era Ignacio Sánchez Mejías, pasados los años Esplá recogió el testigo de aquel que entregara su alma a Dios en Manzanares, para emularle en todas sus actividades, especialmente con el don de la palabra y de su cultura exacerbada. Yo siempre confesé que, Esplá era el Ignacio Sánchez Mejías de nuestra época y, acerté por completo.
A medida que voy recopilando datos en mi mente al respecto de este diestro tan especial, la palabra talento hay que aplicarla por completo en la figura y obra de Luis Francisco Esplá Mateo. Y lo digo con orgullo de paisano y como aficionado puesto que, si en el toreo todas las épocas han sido difíciles para triunfar, convengamos que Esplá lo tuvo siempre complicadísimo con tantos toreros grandes con los que tuvo que competir y entre los cuales sobresalió en gran medida.
El alicantino dejó una estela de torero cabal, de ser un hombre de la cultura en todas las facetas que abordó, la palabra, los lienzos y todo aquello que rezumaba cultura por todos los lados.
Obviamente, el conjunto de la afición le recuerdan como un gran torero pero, los que nos hemos adentrado un poco más para conocer al personaje hemos llegado a la conclusión de que, su persona estaba incluso por encima de su torería, cosa tan inusual en los tiempos que corremos respecto a cualquier torero. Hablamos de un gran orador, un conferenciante de lujo que, asistido por el don de la cultura que se granjeó en los libros, en la actualidad, aunque no podamos verle torear si es un gusto, un placer escuchar el don de su palabra.
Pla Ventura y Esplá