Es la hora de la siesta
en la plazuela callada,
sólo se oyen los oles
que a algún nene se le escapan;
en medio de los curiosos
un chaval de sucia cara,
con sus manos infantiles
sostiene un trapo por capa,
y, ante un toro imaginario
los pies en el suelo clava,
erguido su cuerpo chico
los brazos mueve con alma.
Agita el ardor su pecho,
la frente el sudor le baña,
en la que negros mechones
rebeldes se desparraman.
Nadie lo ve sino él,
a un negro toro de casta,
el que al rozarle muy cerca
de sangre el traje le mancha,
y en sus oídos resuena
una música lejana
de pasodoble torero
y la gloria de unas palmas.
El bravo toro le embiste
y él, más se acerca a las astas,
¡cuidado! chilla la gente
¡cuidado!… que viene el guardia;
el corrillo se disuelve
y el chaval corriendo marcha,
con sus ensueños de gloria
con sus anhelos de fama.
Es la hora de la siesta,
de nuevo vuelve la calma,
huele a clavel y a jazmín…
en la plazuela callada.
Ángela Luna Villaseca. Córdoba, Noviembre 2015