Grabado de la época en el que se ve a Francisco Romero y Acevedo portando, en su mano izquierda, la tela de lienzo enrollada en un palillo, a modo de muleta y, en la derecha, la espada “ropera”.

ORIGEN JAROTE DEL PRIMER ESTOQUEADOR A PIE

El caudal de sangre torera existe en tierras cordobesas desde bastantes años antes de que ejercieran la profesión taurina de una forma práctica los hijos nacidos en esta tierra. Y es que el toreo a pie tiene, o al menos así podría ser, su origen en esta provincia, concretamente en Villanueva de Córdoba o de la Jara, que también así se denomina la antigua Encinaenana, población que fue fundada en el siglo XIV por vecinos del pueblo que da nombre al valle de los Pedroches.

 

«La Plaza de España de Vilanueva de Córdoba, presidida por la Iglesia de San Miguel y el Ayuntamiento»

Villanueva de Córdoba es, hoy día con sus casi 8.700 habitantes, el segundo pueblo más poblado de los 17 que componen el citado valle, después del que ostenta la primacía, con más de 17.200 vecinos, que es Pozoblanco, con quien comparte el patronazgo de la Virgen de Luna, cuyo Santuario, en la dehesa de la Jara de Navaredonda, dista once y catorce kilómetros, respectivamente, de ambas poblaciones.

Los jarotes, gentilicio de los lugareños de Villanueva de Córdoba, se desafían en devoción con los tarugos, denominación que también reciben los pozoalbenses,

habitantes de la otra principal villa del Valle de los Pedroches, mientras que el pueblo de origen, o sea el Pedroche, perdió su derecho al patronazgo de la Virgen de Luna, porque un año incumplió su deber de posesión de la imagen durante los cuatro meses que le correspondían.

 

Crucero que preside la explana delante del Santuario de Nuestra Señora la Virgen de Luna, patrona de Villanueva de Córdoba y de Pozoblanco.

Pero volvamos al inicio del toreo a pie. Se podría decir que, si la leyenda fuese cierta, de Villanueva de Córdoba procede la sangre que da origen a la moderna tauromaquia, la que, en apenas cien años, desbancó totalmente a la tauromaquia tardo-medieval a la jineta, que tenía varios siglos de antigüedad, pero que siempre se arraigó más en lo caballeresco que en lo popular.

Decir que en aquel poblacho, que entonces apenas tenía un puñado de habitantes, fue donde tuvo su punto de partida y origen la moderna tauromaquia, puede sonar a chufla. Máxime cuando todo el orbe intelectual taurino viene señalando, invariablemente, a la rondeña Real Maestranza de Caballería como epicentro de tal invención.

 

Estampa del modo de alancear a un toro por un caballero, prototipo del toreo a la jineta. Los auxiliadores, ayudantes o escuderos de estos caballeros, fueron el germen que dio lugar al moderno toreo a pie.

Pero no, no es lisonja ni chanza, es que, según una vieja leyenda (1), en la Villanueva cordobesa vino al mundo el día 25 de enero de 1650 un varón llamado Sebastián Romero que, al correr de los años, sería el progenitor del que se tiene como padre o inventor del toreo a pie.

Del tal jarote, Sebastián Romero, se dice que, siendo ya un hombre cuajado, se marchó a tierras malagueñas en busca de mejor fortuna de la que, hasta entonces, le había deparado la crianza del cerdo, la recolección de tarugos de leña o la poca labranza que en su pueblo natal había.

Continúa la leyenda diciendo que en Málaga aprendió el oficio de zapatero remendón y lo ejerció con modestos resultados. Y allí conoció a una tal María de Acevedo, con la que se casó y, fruto de tal unión, nació en la capital malagueña el 12 de mayo de 1695 un niño que, apenas con dieciséis días de vida, fue bautizado en la iglesia de San Juan (2) con el nombre de Francisco, hijo de Sebastián Romero y de María de Acevedo, el cual, años más tarde, o al menos así se le considera, fue el inventor de la muleta y el primer torero a pie que se atrevió a matar a un toro frente a frente y usando como armas la susodicha muleta, una espada y mucho valor.

 

Retrato de Francisco Romero y Acevedo (1695-l767) obra al óleo salida, casi seguro, de la imaginación del pintor salmantino Antonio Carnicero Mancio (1748-1814). A la derecha, dibujo, copia del mismo retrato al óleo.

Las especulaciones sobre el citado Francisco Romero y Acevedo han sido abundantes y van desde la sublimación hasta la negación de su existencia (3) y, sobre todo, a la manipulación de su origen patrio y  edad. Casi todos los que han escrito sobre este personaje, aseguran que nació en Ronda un 25 de marzo, y fijan como posibles años natales 1669, 1686, 1699 y 1700, pero sin base documental alguna, ya que los archivos del registro civil rondeños fueron destruidos y, en consecuencia, los datos que se dan son supuestos y erráticos, unos por defecto y otros por exceso.

Y si en torno a Francisco Romero y Acevedo todo son especulaciones, ¿por qué no creer una leyenda que aporta muchos más datos, pelos y señales? Por ejemplo, dice: que fue bautizado en la iglesia de San Juan de Málaga capital, el día 28 de mayo de 1695 a los dieciséis días de haber nacido; que cuando aún era niño, sus padres, Sebastián Romero el de Villanueva de Córdoba, que estaba ya en la cincuentena, edad bastante madura para su época, y su esposa María Acevedo la de Málaga, se trasladaron a vivir a Ronda, ciudad de mucha actividad y, sobretodo, sitio de mucho señorío, donde pensaron que a su hijo le sería más fácil encontrar la forma de ganarse el sustento diario, en un futuro.

También dice la leyenda que se establecieron en el barrio de Santa Cecilia, junto a la famosa fuente de “los ocho caños”, abriendo un negocio de zapatería remendona, oficio en el que trataron de encauzar al jovencito Francisco, pero éste prefirió adquirir el de carpintero de ribera, artesanía que inició como profesión habitual, aunque no tardó mucho en descubrir que su verdadera vocación era la de sortear las reses bravas, tanto en corraleras, como en herraderos y en las faenas propias del matadero rondeño. Allí fue aprendiendo técnicas para burlar las acometidas de vacas y novillos bravos, lo que le permitió enrolarse e ir abriéndose camino entre el grupo de chulos o ayudantes de los Caballeros Maestrantes.

Estos auxiliadores, que también eran llamados escuderos, tenían por misión hacer el quite cada vez que el maestrante caía del caballo o se encontraba en peligro, quite que hacían a cuerpo limpio o usando como ayuda una prenda de vestir, generalmente la capa, aunque también usaban gambesones acolchados, gabanes o levitas.

En la tarde del sábado 21 del mes de septiembre de 1720, se celebró en Ronda un ajuste de cuatro toros a los que, los caballeros maestrantes dieron muerte por colleras, a dos bureles alanceándolos y a los otros dos a golpe de sable, que era lo habitual. Actuaron como auxiliadores Francisco Romero y otros tres chulos escuderos.

Antes de dar por concluido el espectáculo, Francisco Romero, que entonces tenía 25 años, pidió autorización para matar un toro a pie con su espada “ropera” (4) enfrentándose a cuerpo limpio. Le fue concedida la venia y, después de citar hasta cinco veces al toro y burlarlo con un lienzo blanco colgado de un palillo –lo que podría entenderse como la primera faena de muleta–, consiguió asestarle al morlaco un espadazo por el lado derecho del pescuezo, pero dejándole la espada entera clavada, en vez de, como hasta entonces se había hecho, herir al animal y retirar la espada. El toro no tardó en caer redondo al suelo, y allí fue rematado.

Para protegerse de posibles cornadas, utilizó una chaqueta de ante, con mangas acuchilladas y atacadas de tela en su interior, para aguantar los puntazos del toro. Con un correón de cuero de unos 30 centímetros de ancho, de los que llaman “mediavaca”, precursor de la faja ancha de considerable largura, de seda natural y color rojo, con la que se daban varias vueltas a la cintura los lidiadores de años posteriores. Los calzones también eran de ante rellenos de otras telas.

La noticia de aquella proeza cundió y Francisco Romero fue requerido desde otros lugares para que ejecutara la suerte de matar a pie ayudándose, tan solo, con un trozo de lienzo blanco envuelto sobre un palillo, para dejar clavada su espada “ropera” en la zona del pescuezo del toro.

 

En este grabado se representa a Francisco Romero y Acevedo, citando a matar recibiendo, con la muletilla y la espada “ropera”.

La repetición de esta suerte en otras plazas de Andalucía, Extremadura y Castilla, hicieron que Francisco Romero se convirtiera en el primer profesional matador de toros, siendo el pionero de que el toreo a pie se empezase a abrir camino como un espectáculo más popular y moderno que la lidia a caballo que, poco a poco, fue perdiendo protagonismo hasta quedar relegada, tan sólo, al limitado y secundario papel o tarea de infringir al toro un primer castigo con lanceta, a fin de atemperar su fiera acometida y facilitar así la labor de lidia de los toreros de a pie.

Desde entonces, Francisco Romero y Acevedo, siempre empleó el lienzo blanco liado en un palillo, como elemento imprescindible para citar y burlar al toro. Y le dio por llamar a tal instrumento “muleta”, porque decía que era su apoyo para esquivar la acometida de la res y que le servía de ayuda a la hora de entrar a matar cuerpo a cuerpo.

El admitir como cierta toda esta leyenda, obliga a dar por bueno que fue Francisco Romero y Acevedo el inventor de la “muleta”, aunque se sepa con certeza que dicho instrumento existía desde bastante tiempo antes, si bien nunca nadie lo había utilizado como ayuda para matar al toro citándolo a pie y frente a frente.

Cuando en 1726, Nicolas Rodrigo Novelli, escribió su “Cartilla de torear”, tuvo, necesariamente, que fundamentar sus teorías en las gestas de Francisco Romero y Acevedo, ya que los demás toreros a pie conocidos –que también utilizaron la muletilla, aunque no para ejecutar la suerte suprema, sino para burlar las acometidas de los toros–, tanto vascos, como navarros y sevillanos, tales como los

hermanos Felix, Juan, Pedro y Manuel Palomo, el también sevillano Manuel Bellón “El Africano”, José Leguregui “El pamplonés” o el vasco Martín Barcaíztegui “Martincho” eran, como pronto, coetáneos de Juan  Romero  que, si seguimos admitiendo como cierta la mencionada leyenda, era hijo del “inventor” del toreo a pie, o sea de Francisco Romero y Acevedo.

Y es que Francisco, el hijo del jarote Sebastián Romero, se casó a la edad de 30 años en la iglesia de Santa Cecilia de Ronda, concretamente el día 12 de septiembre de 1725, con María de los Santos, nacida en Morón de la Frontera, siendo ambos los progenitores del también famoso torero Juan Romero y abuelos de la célebre estirpe taurina rondeña.

Añadamos por último que, la leyenda sobre Francisco Romero y Acevedo, dice que este precursor del toreo a pie, falleció en Ronda en el año de 1767 cuando tenía cumplidos los 72 años de edad.

 

Portada de la Iglesia de Santa Cecilia de Ronda donde, según la leyenda, se casaron Francisco Romero y María de los Santos, el 12 de septiembre de 1725. A la derecha una vista del puente nuevo sobre el tajo de Ronda.

A la vista de todo lo expuesto, y si damos por cierta y valida la fecha del casamiento de Francisco Romero y María de los Santos, y que ambos fueron los padres de Juan Romero, tendremos que convenir que, cuando los autores de la “Tauromaquia de Guerrita” fijan el nacimiento se este ultimo en 1722, se equivocan, porque dicho año es anterior al del casamiento de su padres. Lo más probable es que, el famoso Juan Romero, hijo de Francisco Romero y padre de Pedro Romero, naciera en Ronda el 8 de marzo de 1727, y que fuese bautizado 6 días más tarde en la iglesia de Santa Cecilia con los nombres de Juan de Dios, tal como dice la ya varias veces mencionada leyenda.

Los datos que si se conocen como ciertos, son los de la boda de Juan de Dios  Romero de los Santos que, en 1748, a la edad de 21 años, se casó con Mariana Martínez en la Colegiata de Santa María de la Encarnación la Mayor, situada en la plaza de la Duquesa de Parcet de Ronda. También se sabe con certeza que tuvieron siete hijos todos Rondeños, de los cuales cuatro fueron también toreros: José, Juan Gaspar, Pedro y Antonio Romero Martínez.

 

Izquierda: Juan de Dios Sebastián Romero de los Santos hijo de Francisco Romero y Acevedo y padre de José, Pedro, Juan Gaspar y Antonio Romero Martínez. Derecha: José, el mayor de los hermanos toreros, hijo de Juan de Dios y nieto de Francisco. Retrato de Francisco de Goya y Lucientes.

Juan de Dios Sebastián Romero de los Santos, que en los anales taurinos figura como Juan Romero, falleció en Ronda el 11 de junio de 1824, a la edad de 97 años. En algunas biografías se dice que murió con 102 años, pero no es cierto, es un error debido a que toman como año de nacimiento el indicado en la “Tauromaquia de Guerrita”, o sea 1722.

La que sí cumplió 105 años, fue su esposa Mariana Martínez, que falleció en Ronda después de vivir holgadamente, con la notable fortuna ganada por su marido en los ruedos, disfrutando de los triunfos de algunos de sus hijos, y sufriendo las desgracias de los otros.

El segundo de los hijos de Juan de Dios Sebastián y de Mariana, que se llamó José Romero Martínez, era el mayor de los que se dedicaron a la torería. Hay biógrafos que dicen que nació el 1 de diciembre de 1745 pero, en esa fecha, su padre tenía 18 años y aún estaba soltero. Casi con total seguridad, el año en que nació fue el de 1750.

Con 15 años entró a formar parte de la cuadrilla de su padre. Continuó su carrera como matador de toros pero no destacó hasta la muerte de José Delgado “Pepe-Hillo”, con quien alternaba en Madrid el 11 de mayo de 1801 cuando el toro “Barbudo” de Peñaranda de Bracamonte, mató al infortunado “Pepe- Hillo”, y José Romero fue el encargado de dar muerte al toro asesino.

 

Aguafuerte, aguatinta, punta seca y buril, obra de Francisco de Goya, grabado nº 33 de la serie La Tauromaquia, que representa “La desgraciada muerte de Pepe-Hillo en la plaza de Madrid”

Su última actuación conocida fue en Madrid, en 1818, cuando tenía 68 años de edad. Falleció en Ronda el 19 de octubre de 1826, a los 76 a los de edad, aunque según algunos biógrafos tenía 81 años cuando murió. (5)

El segundo hijo torero de Juan de Dios y Mariana, fue Pedro Romero Martínez, cuya historia como matador de toros está ligada a la brillante época de su competencia con los diestros sevillanos Joaquín Rodríguez “Costillares” y José Delgado “Pepe-Hillo”.

 

A la izquierda, Pedro Romero Martínez y en el centro, Joaquín Rodríguez de Castro “Costillares”, ambos retratos son óleos de Goya. A la derecha, José Delgado Guerra “Pepe-Hillo”, dibujo a carbón de Pablo Ruiz Picasso, sobre un grabado de la época.

Pedro Romero nacio el 19 de noviembre de 1754, y se mantuvo en activo hasta el 20 de septiembre de 1799, fecha en la que toreó por última vez en Madrid, se dice que después de haber estoqueado más de 6.000 toros sin recibir ni un rasguño. En 1830 fue nombrado director de la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, y falleció en Ronda el 13 de febrero de 1839, a los 84 años de edad.

Otro de los hijos toreros de Juan de Dios, fue el bautizado con los nombres de Juan Gaspar Rafael María de la Pastora, que nació el 17 de octubre de 1756. No pasó de ser un buen subalterno, y falleció en la plaza de toros de Salamanca el día 12 o 16 de septiembre de 1802, toreando a las órdenes de su padre, a consecuencia de una cornada. Su hermano, el famoso Pedro Romeo, que alternaba ese día con su padre, fue el encargado de matar al toro que hirió mortalmente a su hermano Juan Gaspar, el cual fue enterrado al día siguiente en la iglesia parroquial de San Blas de la capital universitaria.

Antonio, el más joven de los hijos toreros de Juan de Dios y Mariana, nació el 18 de septiembre de 1763. Tomó la alternativa en Madrid el 9 de mayo de 1789. Fue protegido por su hermano Pedro, que era la gran figura de aquellos años. Falleció víctima de una cornada, el 5 de mayo de 1802, toreando en Granada, corneado en la ingle del muslo derecho al ir a matar, en la suerte de recibir, al toro “Ollero” de la ganadería del Marqués de Tous, falleciendo en la enfermería de la plaza.

 

Vista panorámica de la plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Ronda, inaugurada el 19 de mayo de 1785, por Pedro Romero y “Pepe-Hillo” con toros de José Cabrera y del Conde de Vistahermosa.

Estas son unas breves reseñas biográficas de la estirpe que, según la leyenda, inició un jarote que emigró a Málaga llamado Sebastián Romero el de Villanueva de Córdoba, que cuando nació aún faltaban 170 años para que el primer matador de toros cordobés, Francisco González Díaz “Panchón”, confirmara su alternativa y 215 años para que la tomara Rafael Molina Sánchez “Lagartijo”, el que sería primer califa cordobés de la torería.

NOTAS.-

1.- Los datos sobre Sebastián Romero, su boda con María de Acevedo, paternidad y bautizo de Francisco Romero, provienen de un viejo documento manuscrito de mi abuelo, Francisco Gómez Romero, al que le he dado la categoría de “leyenda”. Ignoro la fuente de donde procede los datos que en él se recogen. Los he buscado entre los muchos libros heredados y también a través del catálogo general de la hemeroteca virtual de la Biblioteca Nacional y en la Biblioteca Digital de Castilla y León, todo infructuosamente. Era buscar la aguja en el pajar. Mi propio abuelo indica en su manuscrito, que “los Romero de Villanueva de Córdoba eran parientes de su madre”, Concepción Romero Márquez. Por otros conductos, en nada coincidentes, los mismos datos relativos a esta “leyenda” también le habían llegado al documentado historiador de nuestra Fiesta Nacional, Rafael Sánchez González.

2.- La Iglesia de San Juan Bautista de Málaga es una de las cuatro que se crearon en la ciudad a raíz de la reconquista por los Reyes Católicos en 1487, situada en una zona populosa coincidente, hoy día, con el centro histórico de la ciudad. Sufrió algunos daños en 1680, a consecuencia de un terremoto, quedando destruida su torre. En 1931, recién instaurada la II República, concretamente el 12 de mayo, fue saqueada por las hordas socialistas, anarquistas y comunistas, que destruyeron todas las imágenes, lienzos religiosos y altares. Entre otras obras de arte, destruyeron tallas de la escuela de Alonso Cano, óleos atribuidos a Murillo y a Valdés-Leal, insignias de las cofradías allí residentes labradas en plata y carey, y bordadas en oro, y también quemaron el archivo parroquial que tenía sus orígenes en el año 1520.

3.- La Real Academia de la Historia, en la breve biografía que publica sobre Francisco Romero y Acevedo, culpa a Nicolás Fernández de Moratín de que, en su “Carta histórica”, lo considere torero, dando lugar a que otros historiadores posteriores, tales como Natalio Rivas, José María Cossío o Bruno del Amo, copiaran y difundieran las mismas escasas informaciones que sobre aquel personaje aportó Moratín. Dice incluso que falsea la historia cuando lo menciona como “el de Ronda” porque con ello no quiere

decir que allí naciera. También dice que menciona a Juan Romero y a Pedro Romero, pero no que estos fueran hijo y nieto del mencionado Francisco. Argumenta la Real Academia, que Pedro Romero en sus cartas, jamás mencionó que su abuelo se llamara Francisco ni que fuera torero. En ese mismo sentido, Diego Ruiz Morales, en el segundo volumen de “Papeles de toros”, dice que Francisco Romero es un “personaje inventado” y que ni fue torero ni fundó la dinastía de los Romeros rondeños. Por contra, José Sánchez Neira en “El Toreo: gran diccionario tauromáquico”, dice que fue el padre de Juan de Dios y abuelo de Pedro, y lo nomina como el primer torero de a pie que utiliza la muletilla como ayuda para entrar a matar cara a cara al toro con una espada.

4.- La espada ropera es el término derivado con el que, a partir del siglo XVI, se conoce en España a la tradicional arma blanca de hoja recta, delgada y larga que aparece en el Renacimiento con el nombre de tizona, sin que tal primitivo nombre tenga nada que ver con la Tizona del Cid. El apellido de “ropera” devino al ser un aditamento de la ropa normal de calle, y solía llevarse por estar de moda, aunque también se utilizaba como arma de defensa personal. Con posterioridad, a partir del siglo XVIII, su uso se generalizó en la tauromaquia y pasó a denominarse estoque, término que se impuso, sobre todo cuando su estructura se fue modificando para adaptarla al uso como elemento esencial para la ejecución de la suerte suprema o de matar al toro frente a frente.

5.- En la revista taurina La Lidia del lunes 29 de junio de 1885, se dice textualmente “Lo cierto es que en 1817, José Romero, ya viejo, y hallándose retirado de la profesión, trabajó en Madrid, a petición de los aficionados y del mismo Rey D. Fernando. Y decimos nosotros: efectivamente, José Romero, en 1817, estaba retirado de su profesión, como que hacía ya once años que había muerto. Es Pedro Romero a quien la lámina representa, señor crítico, y cierto, muy cierto, que éste, ya viejo, mató un toro como la misma indica.” Sin duda, el periodista de La Lidia se equivoca al decir que en 1817 llevaba once años muerto José Romero Martínez, porque la fecha real de su defunción fue el 19 de octubre de 1826 y, su última actuación en Madrid, fue en 1818 y no en 1817.

BIBLIOGRAFÍA

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Nicolás Fernández de Moratín

Editor Antonio del Castillo e impresor Pantaleón Aznar – 1777

Historia del Toreo

Fernando G. de Bedoya (1802 – 1860)

Madrid – 1850

Anales del Toreo

José Velázquez y Sánchez, Cúchares y Teodoro Aramburu

Edición de Juan Moyano – Sevilla – 1868

Apuntes biográficos de los matadores de toros: desde Francisco Romero hasta nuestros días

José Santa Coloma

Imprenta de García y Caravera – Madrid – 1877

El Toreo: Gran diccionario tauromáquico

José Sánchez Neira

Ediciones Turner – 1988 (primera edición 1879)

Caireles de oro; toros e historia

Pascual Millán

Imprenta El Enano – Madrid – 1899

La Escuela de Tauromaquia de Sevilla y otras curiosidades taurinas

Natalio Rivas Santiago

Librería San Martín – Madrid – 1939

Los Toros : Cossío

José Mª Cossío y varios más.

Espasa Calpe, edición 2007 (1º edición 1943)

La tauromaquia en el siglo XVIII, Cuadernos taurinos nº 1, colección “Grana y oro”

Bruno del Amo

Editorial MON, ediciones ARBA – 1951

Historia del Toreo

Néstor Luján

Editorial Destino – Barcelona – 1967

Dos siglos de tauromaquia cordobesa (siglos XVIII y XIX)

Rafael Sánchez González y Juan García Martín

Ayuntamiento de Córdoba – Imprenta San Pablo – 1990

Historia ilustrada de la tauromaquia (aproximación a una pasión ibérica) Colección la tauromaquia nº 16 y 17

Fernando Claramunt

Espasa Calpe, edición 1992 (corregida y aumentada)

Historia del Toreo

Daniel Tapia

Alianza editorial – Madrid – 1993

Historia del Toreo

Jorge Laverón

Acento editorial – Madrid – 1996

El hilo del toreo

José Alameda

Editorial Espasa – 2002

Cayetano Melguizo Gómez

 Cabanillas del Campo (Guadalajara)

a 11 de enero de 2023

Jose Luis Cuevas 

Montaje y Editor – Escalera del Éxito 254