Escribía el otro día David Gistau en “ABC” sobre la afición nacional a “chapotear en el complejo de los españoles, somos una mierda”. Bueno, puede que tenga razón. Pero si este aserto lo aplicamos a los toros, la sensación maloliente es devastadora, de ruina total. Y a ello contribuimos todos los que vivimos a su alrededor, incluidos los que escribimos, opinamos, pontificamos. Unos más que otros. ¿Los más culpables? Los que llevan mandando en esto, en las empresas y en los medios, casi medio siglo, sobre todo una pareja que ahora se rasga las vestiduras y dice que esto se acaba si no se pone remedio. No hacen examen de conciencia y entonan el “mea culpa” con los dólares saliéndoles por las orejas porque también han mandado al otro lado del Atlántico y buenos “jalleres” se trajeron para la “Península”. Fenicios puros.

Y la cosa está de lo más fulera – de ful, no de fular – hasta llegar a la pelea de un periodista y un banderillero. Nada nuevo. Hace años, Octavio Martínez “Nacional” fue en busca de “Don Gonzalo” que se encontraba en un bar de la madrileña calle de La Aduana, le avisaron al señor cardona y el director del programa taurino de Radio Toledo (RATO) rompió una botella, apoyó su codo izquierdo en la barra tabernaria y espero las llegada del bravo almeriense. No pasó nada. Sí sucedió en Alcalá del Río hace cien años y unos días. Lo contaba Mariano Banzo en su columna de efemérides centenarias de “El Heraldo de Aragón”. Escenario: el sevillano pueblo de Alcalá del Río, un belén de casas blancas con un castillo en lo alto, a orillas del embalse del Guadalquivir y a 13 quilómetros de la capital, famoso por muchas cosas y, entre ellas, por el pañuelo de la novia de Reverte con cuatro picadores en las esquinas y Reverte en medio. Torero de leyenda y aventura, con estatua frente al ayuntamiento, tuvo un imitador, Antonio Olmedo, al que apodaban “Valentín” no por el santo de los enamorados sino por su arrojada entrega ante los toros, de dolorosa trayectoria profesional pero con alternativa en la plaza de Murcia de manos de don Luis, el del ferrocarrilero italiano, confirmada en Madrid, naturalmente por aquel entonces, principios del siglo XX, por Antonio Fuentes, elegancia en el vestir y en el torear. Excursiones a América para supervivir, regreso a la cuna bética y excursión cinegética en los albores de 1914. A la vuelta, larga velada tabernaria, desafío, cara a cara, unos dicen que por asuntos amorosos, y el contrincante, Manuel  Santos Millares, que saca un revólver (algunos aseguran que fue un cuchillo)  y le dispara tres balazos a “Valentín”, que muere en el instante. Un novillero que estaba en la juerga y que Banzo afirma que se apodaba “Pomito” y que yo pienso que era José Pomares “Pomarito”, se fue a su casa, tomó su escopeta de caza e hirió al asesino de Antonio Olmedo en el pecho. Entonces, madrugada del 2 de enero de 1914, si llegó la sangre al río. Algo hemos mejorado.

Andrés Amorós, en “ABC”, va de amores, el póstumo de don Juan Belmonte, el póstumo. La vida del “pasmo” fue pródiga en esta clase de sucesos. Se decía que en sus días postreros era la peruana Amina Assís, juncal y morenaza amazona, la que encandilaba el futuro setentón y apócrifo trianero. No era así: era un amor más largo, duradero y sereno, el de la camera (de Camas, se entiende, paisana de Romero y Camino) Enriqueta Pérez Lora, casi cuarenta años más joven que su devoto amador. Bien está. Lo que ya no está tan bien es que Ortega Cano salga en los periódicos, que se diga que ha vendido “Yerbabuena” en casí 5 millones y medio de euros y ahora anuncien que se compra una finca en Badajoz por casi 2 millones de euros con hotel rural y todo. Y, mientras tanto, el marcapasos, las angustias carcelarias, la petición de indulto, los problemas del hijo adoptado (“carne de cañón”, se decía antes) y el rincón oscuro de la paz que se asoma. ¿Hay un especial maleficio torero? ¿Qué hubiera sido de la gran persona que fue Francisco Rivera “Paquirri” si hubiera supervivido a la tragedia de Pozoblanco? No hay contestación. ¿Hipótesis? Todas.

El caso de Jesús Janeiro “Jesulín” es muy diferente, pero, también, atípico. Niño prodigio, hizo de su capa un sayo y se compró un tigre al que llamó “Curripipi”, una finca que bautizó como “Ambiciones”, devolvió desde el ruedo bragas y sostenes en lugar de sombreros, abanicos, flores o puros, cantó el “toa, toa, toa”, se vistió de amarillo como el submarino de los “bitels” y enamoró a la Milá con su bajada de pantalones para enseñarle la cornada de Zaragoza. Llevaba el mejor furgón del toreo con cama y retrete y así batía todos los record sumando más de 150 corridas en un año. El contraste con JT es francamente escandaloso. “Ni tanto ni tan calvo”. En el término medio está la virtud. – JT, 30 corridas en plazas importantes para poner una piedra para el futuro de la fiesta española, por favor – . Es mi ruego de principio de año.

Jesulín ya es don Jesús. Acaba de cumplir 40 años y ha merecido los honores de sendas páginas en “El Mundo” y “ABC” y un papel en la nueva película de Santiago Segura, espero que junto al “Pantojito”. Bueno, me da igual porque hasta el momento no ha visto ninguna de las dirigidas por el famoso comisario Torrente, el brazo fuerte de la Ley. Mi amigo José María Recondo me decía muchas veces que había hecho la promesa de ni asistir nunca a una corrida de solo rejoneadores. Yo he prometido no ver películas de extraterrestes, espaciales o de Santiago Segura, no salir a la calle en chándal y sí dormir con corbata. Esta última promesa la he hecho desde que el otro día contemplé asustado la foto de los del “Matadero” de Durango y comprobé que ninguno de los presentes llevaba tal masculino complemento.

Pero “Jesulín de Ubrique”, al margen de los gustos de cada cual, ha sido – y es, salvadas las distancias de tiempo y actividad – un buen torero. Templado, largo, mandón y con carisma. Así parece y así es. Recuerdo la inventada anécdota o sucedido chusco entre dos meretrices paseando por Gran Vía de Madrid hace más de medio siglo. La una con un abrigo de visón y la otra con una zamarra zurcida y con brillos. – ¡Vaya abrigo, paisana! – Ya ves, uno de mil. – ¿Y tú? – Yo, mil de una. Polvos y lodos. El de “Jesulín” coronó a la “Princesa del Pueblo” que mata por “su Andreíta”, que también es de don Jesús Janeiro. No me negaran los que  me leyeran que lo de los toreros, pese a los agoreros que anuncian su fatal declive, tiene su misterioso encanto. Hasta el hermano del propio “Jesulín”, Víctor, que no ha tenido nada reseñable  dentro del mundo del toro, llenó un cuadernillo completo, 36 páginas, de la revista rosada más significativa de la prensa nacional, “Hola”, con motivo de su enlace matrimonial. Algo tendrá el agua cuando la bendicen. Depende de la dosis: con mucha agua hasta nos podemos ahogar. Mientras tanto, nadamos y guardamos la ropa. 

 

Artículo de Benjamin Bentura Remacha
Periodista
Fundador de la Revista “Fiesta Española”
Escalera del Éxito 85