
Por Paco Delgado. Del Toro al Infinito
Y no es para menos. Sevilla y Madrid se rindieron ante él. Hace unos días Pamplona enloqueció con su actuación en San Fermín, abriendo por primera vez la puerta grande de la Monumental de Pamplona. Antes otras plazas cayeron bajo su empuje y estamos a las puertas de los dos meses más intensos de la campaña. Una temporada que apunta un nombre como triunfador: el suyo.
No es ningún disparate pensar que estamos ante el diestro más en racha de la actualidad. Lleva, a falta de los últimos movimientos habidos desde la redacción de estas líneas hasta su publicación, 24 corridas toreadas en esta temporada que para él comenzó con cierto retraso, debido a sus problemas de salud, en Almendralejo, a finales de marzo. De esa cifra, un tercio ha tenido como escenario plazas de primera, 10 lo han sido de segunda y el resto fue en cosos de tercera categoría. En total ha obtenido 30 orejas y 2 rabos, uno conseguido en Jerez y otro en Aranjuez, que tampoco son un corral en cualquier sitio.
Ha estado cuatro tardes en La Maestranza, donde cortó tres orejas y todavía se recuerda su multitudinaria y apoteósica salida a hombros de Las Ventas, donde logró un triunfo como hacía mucho tiempo que no se registraba en la Monumental madrileña y cumplió su palabra de disfrutar de los sanfermines hasta el pobre de mí si salía a hombros en su cita pamplonica.
Además ha pasado por Castellón, Salamanca, Granada, Toledo, Alicante… y en todas estas citas ha dejado alto su pabellón y claro que está en un sensacional momento de forma. Un balance provisional el suyo que explica nítidamente que estamos ante un torero principal. Un torero distinto, especial y peculiar, en el que por encima de otras cualidades destaca una: su extraordinaria personalidad.
Una personalidad acusada, propia y estimulante para el espectador y para el aficionado. Y cuando en términos coloquiales decimos personalidad estamos hablando de pensar por sí mismo, de no dejarse influir por otros. Ya se sabe que una apariencia hermosa puede durar un tiempo, pero una personalidad hermosa es para siempre. Y ahí surge, esplendente, el de La Puebla, capaz de hacer un quite a cuerpo limpio armado sólo de un buche del que no se derrama ni una gota, cuya manera de comportarse, dentro y fuera del ruedo, no tiene nada que ver con lo que hace el resto de sus colegas, la mayor parte de los mismos cortados por el mismo patrón. Y esa es la gran diferencia.
Por no hablar, claro, de la otra gran cualidad de Morante: su capacidad, un atributo mucho tiempo escondido, desde que se le asignó el papel de sustituto de Curro y que le vino de perlas para estar durante demasiados años a rebufo de su condición de artista, dejándose llevar a merced de su inspiración y capricho, pero vivo desde su etapa de becerrista y latente hasta que tras la pandemia recogió el testigo de Ponce para tirar del carro de una tauromaquia huérfana de líderes y referentes.
¿Dónde está Morante? Está en él mismo. Siempre ha estado ahí, aunque su versión de artista haya eclipsado mucho tiempo al torero valiente y poderoso que siempre ha sido.
También es cierto que en estos últimos años así mismo ha cambiado la percepción que de él tenía la gente y actualmente se le espera y se le ve con otros ojos. Ahora casi todo vale, casi todo lo que hace está bien, casi todo es digno de elogio y de recompensa, cuando hace no tanto, eso mismo hubiese provocado si no pitos y lanzamiento de almohadillas, al menos un silencio recriminatorio. Pero Morante está de moda. Como Manolo Guillén escribió, ahora todos somos morantistas.