Fuente: Los toros dan y quitan

MANUEL LAGARES

Manuel Lagares, banderillero sevillano, nacido hacia el año 1850. Intentó al principio, como tantos otros, ser matador de toros; pero fracasado en esta especialidad, cogió definitivamente los palos y se dedicó a rehiletear. Apareció en los carteles de Madrid los años 1876 y 1877. Por plazas de España había actuado ya en varias ocasiones, pues figuró en buenas cuadrillas, entre ellas la de Manuel Domínguez, con quien estuvo de 1873 a 1875. Un toro del duque de Veragua XIV le cogió al intentar dar el salto de la garrocha en la Plaza de Toros de Madrid. Aquella tarde alternaron los diestros Francisco Arjona Reyes (Currito), Manuel Hermosilla y José Sánchez del Campo (Cara-Ancha), fue el domingo 10 de mayo de 1877, en la 3ª corrida de abono en la Plaza de la Corte. Se lidiaron astados de la ganadería del duque de Veragua XIV. En esta función,  nuestro paisano Hermosilla asestó dos formidables estocadas, y el toro, de nombre “Miserable”, corrido en quinto lugar, hirió gravemente al banderillero Manuel Lagares, al intentar éste dar el salto de la garrocha, poniéndolo al borde de la muerte y el año siguiente, para olvidarse de su fracaso, se quitó la vida. El incidente sucedió así: Lagares tomó la garrocha de manos del picador Bartolesis para efectuar la suerte; se fue al toro y se encontraron ambos en el centro del coso, clavó el palo en tierra y se elevó, pero medidos mal los tiempos, cayó al lado derecho de la res, volviéndose ésta y dándole por tres veces varios derrotes. Al ocuparse de este hecho (El Enano), dijo lo siguiente: «Ningún capote acudió oportunamente, ningún capote estaba en su puesto; ningún torero se había preocupado con la posible cogida de un compañero en suerte tan arriesgada y difícil; nadie tiene la culpa del fracaso; todos pudieron evitarlo;  algunos debieron precaverlo; no queremos decir más.» Lagares se restableció al cabo de algún tiempo y nuevamente intentó volver a ser matador de novillos. La suerte le fue poco sumisa, y acometido de hipocondría, según se dijo, se suicidó en Sevilla, degollándose con una navaja de afeitar el 20 de julio de 1878. (Crónica e ilustración de d. Juan José Zaldívar Ortega)

Citan en el libro «Necrología Taurina», segunda edición, de Tomás Orts Ramos, «El Niño de Dios» (1866-1939) y publicado en 1889: Manuel Lagares.- Este infeliz torero no debía citarse en esta necrología puesto que, su muerte fue debida a haberse suicidado el 20 de junio de 1878, en un rapto de locura. Trece meses antes, había sufrido una atroz cogida en la plaza de Madrid al saltar la garrocha. Retiróse a Sevilla después del desgraciado incidente, y hay quien asegura que, atentó a su vida porque le pareció imposible recobrar su salud.
http://bibliotecadigital.jcyl.es/i18n/consulta/registro.cmd?id=14529

Refiere el historiador contemporáneo don José Antonio Román Romero, que en todo tiempo pisaron los ruedos directores de lidia celosos del cumplimiento de su deber y atentos a la gran responsabilidad de su cargo. En todo tiempo hubo jefes de cuadrilla que se hicieron respetar, evitando el desorden y cuidando de que cada subalterno ocupase su lugar en todos los momentos de la lidia, alejando, con plausibles y acertadas medidas, el riesgo inherente de la fiesta de toros. Famosos, famosísimos fueron antaño, en el siglo XVIII, los oportunos quites del gran Pedro Romero. A la energía y celo desplegados por José Romero, se debió que no ocurriesen nuevas tragedias en la plaza madrileña la infausta tarde del 11 de mayo de 1801. Las acertadas disposiciones de Antonio Ruiz, «el Sombrerero»; de Francisco Montes, «Paquiro», y las de Luis Mazzantini, muy posteriormente, evitaron infinidad de seguros percances, y por último, la estupenda colocación en el ruedo, la gran atención prestada a todos los momentos de la lidia por el simpático espada toledano Ángel Pastor fue el origen de aquellos oportunísimos y admirables quites, salvadores de compañeros en peligro, quites presentados como modelo por los escritores de su tiempo y que le dieron tanta o mayor fama que la alcanzada como matador de toros.

Por desgracia, no siempre hubo en la plaza diestros que supieran prever contingencias desagradables, y el resultado fue, en verdad, bien funesto, ya que dieron ocasión a muertes, posiblemente evitables, cual las de Manuel Parra y Roque Miranda, y a cogidas de fatales desenlaces a no larga fecha, como ocurrió con la del banderillero sevillano Manuel Lagares, de quien hoy vamos a ocuparnos. Nació el infortunado lidiador, en la ciudad de la Giralda, el año de 1846. Desde que cumplió los diecisiete de su edad abandonó el oficio en que venía trabajando desde los doce que terminó la primera enseñanza, y con el hondo pesar de su pobre madre, recién enviudada, se aplicó a la actividad taurina con todo el ardor y entusiasmo de la juventud ilusionada. Con José Manzano, «el Nili»; Gerardo Caballero, José Machio y otros novilleros y aficionados hizo sus primeras campañas en las provincias de la baja Andalucía, distinguiéndose por su valentía y la habilidad con que manejaba el capote y los palos. No se curaban en esto solo sus anhelos, ensayó sus aptitudes como matador, y unos éxitos logrados en las plazas de El Ronquillo y Constantina le facilitaron la entrada en la de Sevilla, en cuyos carteles vio su nombre, con la alegría que es de suponer, para la novillada del 18 de junio de 1871, en la que tuvo por compañeros a Fernando Gómez, apodado entonces «Gallito Chico», y a un tal don José Bermejo -aficionado más que profesional-, los que habían de estoquear reses del novel ganadero Latfitte, que aun no había lidiado su ganado en Madrid.

Regular fue el trasteo que el novel lidiador empleó con su primer novillo, al que dejó para el arrastre con dos estocadas cortas y otros tantos pinchazos, faena de mejor voluntad que lucimiento, y por la que escuchó a la vez aplausos y muestras de desagrado. Espero con impaciencia la salida de su segundo, en el que se propuso estrecharse y arrancar unánimes palmadas, pero la fatalidad, la triste fatalidad, inseparable de la vida profesional de este torero, hizo que en segundo lugar le correspondiese un bueyancón resabiado, con la edad pasada, y de tanto sentido, que resultó punto menos que ilidiable, sobre todo por gente joven y de escasos recursos profesionales La faena realizada con la muleta y el estoque fue un verdadero desastre, y para que nada faltase, al saltar el toro la barrera despidió el estoque, el que cayó en el tendido y se le clavó en una pierna a un espectador, hiriéndole gravemente. En vista de tal resultado, Manuel Lagares desistió de continuar como matador, y de banderillero trabajó, sin cuadrilla fija, con novilleros y matadores de cartel, haciéndolo con alguna frecuencia con el señor Manuel Domínguez. Vino a Madrid como subordinado de Manuel Carmona, «el Panadero», haciendo su primera salida el 4 de junio de 1876, y en turno con «Manolín» y el «Ciudadano» pareó los toros «Corredor», negro, y «Ceacero», jardinero, de Laffitte, que estrenaba sus reses en la Corte. Valiente, pero poco lucido en estos toros, logró un éxito al parear con uno de frente, a toro parado, al morucho de gracia, el que le persiguió hasta las tablas.

En las cuatro corridas que Lagares toreó aquí dicho año no hizo faenas de mérito extraordinario, pero logró captarse las simpatías por su modestia y voluntad. Con el espada sanluqueño Manuel Hermosilla volvió a Madrid en la temporada siguiente, la de 1877, que le había de ser bien infortunada. Había pareado, regularmente, en la tercera corrida, 10 de mayo, al toro segundo, «Guerrero» cárdeno, de Veragua, como todos los de la tarde, y estimulado por los aplausos que el público tributó a los hermanos Del Campo (José y Manuel), que habían practicado, respectivamente, las suertes de salto al trasouerno y quiebro de rodillas, pretendió demostrar que también él sabía ejecutar toreo de adorno, por lo que a la salida del toro quinto, «‘Miserable», negro bragado, chorreado, se dispuso a dar el salto de garrocha, muchas veces ejecutado con éxito en corridas de provincias. Tomó la vara del picador Emilio Bartolesi, fuese solo y despacio hacia el animal, verificóse el encuentro en el centro del anillo, clavó en el suelo la puya y dio el salto; no midió con precisión el terreno, cayendo al lado derecho del animal que se revolvió y cogió al diestro. Lo más probable es que hallándose un peón estratégicamente colocado, hubiese evitado la cogida avisando al toro con el capote; pero ni el director de lidia, ni diestro alguno, se había preocupado de que podía ser cogido el compañero en suerte tan expuesta, y el resultado no pudo ser más lamentable, ya que el pobre Lagares sufrió los derrotes del enfurecido animal, sin tener a su lado inmediatamente un solo capote que le hiciese el quite. Es cierto que nadie tuvo la culpa de la cogida; pero no lo es menos que los matadores pudieron preverla y hasta evitarla.

El pobre banderillero soportó en la enfermería y hospital dolorosas operaciones quirúrgicas, pasó una semana entre la vida y la muerte, y durante el mes y medio que duró su estancia en el benéfico establecimiento, los diestros y pueblo madrileños le dieron inequívocas pruebas de su interés y condolencia. En el mes de agosto siguiente reanudó sus actividades profesionales, inaugurándolas, como novillero, en Sevilla, el día 12, donde estoqueó reses de Laffitte con «el Cirineo», y Julián Sánchez; fue luego a Ríotinto, donde estoqueó moruchos el 14 y 15; banderilleó toros en Cáceres, el 19 y 20, y el 21 mató novillos en la misma plaza en unión de «el Barbi». Volvió a Madrid el 27 para alternar con Francisco Sánchez en la muerte de unas reses de Joaquín Rodríguez, de Sevilla, escuchando palmas al matar el toro «Cabrero», negro, único que pudo estoquear, pues los dos restantes volvieron al corral por su mansedumbre, y no fueron sustituidos. Este día tuvo un rasgo simpático, cedió Íntegros sus honorarios a beneficio del hospital, donde tan perfectamente había sido atendido cuando su cogida. Siguió la racha de percances, aunque leves, por fortuna, en Murcia el 8 de septiembre y en Alcázar el 15 siguiente, terminando la temporada con una gran debilidad que perturbó un poco sus facultades mentales. A principios de 1878 entró en la cuadrilla de «El Gordito»; se disgustó con éste por motivos particulares, y fue despedido de la cuadrilla, lo que exacerbó su enfermedad mental. Debía trabajar con «Frascuelo» en Sevilla el 20 de junio de este año 1878, pero reconocido por el médico de la Empresa le fue negado el permiso. En la tarde de este día. Lagares, que era soltero y vivía con una hermana, mandó a ésta a un recado; en cuanto se vio sólo cogió una navaja barbera y se dio un tajo en el cuello, hallándole la hermana, a su regreso, muerto sobre un gran charco de sangre. Esta fue la infortunada vida profesional y muerte del simpático banderillero sevillano Manuel Lagares.