Por Fernando García Bravo. Escalera del Éxito 202

Si a los aficionados a las corridas de toros, y aún más a los que disfrutamos y tenemos otra afición añadida -más bien pasión- por la investigación y la lectura de los fundamentos y orígenes de la Fiesta, lo que más nos puede sorprender es la cantidad de curiosidades y rarezas que se han dado en los siglos de actividad. Cuando asistimos a ver un festejo comprobamos, que desde el paseíllo hasta que abandonan el coso los toreros, todo está organizado en  armonioso conjunto de tradiciones, muchas de ellas de ignorada procedencia. En un principio, nos creemos que las normas y los rituales existen desde los orígenes de las corridas de toros, ¡pues no es así!

   Por ejemplo, los avisos con toque de clarín, esta forma o manera de hacer saber al espada que va transcurriendo el tiempo prudencial que debe emplear para dar muerte a la res,  no se dieron en la plaza de toros de Madrid hasta bien entrado el siglo XX; concretamente el día 2 de mayo de 1916, aunque el Reglamento de 1880, en su artículo 80 indicara “que a los quince minutos, contados desde que se coloque el matador ante el toro, aquel se retirará al estribo de la barrera y dejará la res para que sea conducida al corral. Un toque de clarín anunciará haber pasado dicho tiempo”.

   Es decir, que en el pasado solo estaba autorizado dar un sólo aviso una vez transcurridos quince minutos, que según el Reglamento era con toque de clarín y conducido el toro al corral. Esto era lo que disponía la ley, pero en la práctica no ocurría así.

   De muy antiguo el uso era; si el matador no podía terminar con el toro se le cortaban a éste los tendones de las patas traseras con la media luna -una cuchilla afilada en forma de media luna embutida en un palo similar al grosos y longitud de una puya- y se desjarretaba a la res para que pudiera el puntillero rematarle impunemente.

   Después, fue costumbre que si no conseguía matar al toro en el tiempo marcado, era retirado a los corrales por la piara de cabestros, y a la puerta de toriles uno de los “chulos” de servicio sacaba la media luna, para mostrarla al público “para ludibrio del espada”.

   En la práctica el aviso se daba de la siguiente forma: una vez pasado el tiempo reglamentado desde que el espada comenzaba la faena, el Presidente hacía una señal a los alguacilillos para que avisen al espada; uno de ellos, colocado debajo del palco presidencial, salía corriendo por el callejón hasta el sitio donde se hallaba el espada y, encarándose con él, levantaba majestuosamente el dedo índice y partía veloz a la puerta de arrastre para que salieran la piara cabestros.

   La normativa de los tres avisos y colocar el reloj en un sitio visible de la plaza se tomo como resolución en una junta de los presidentes de la plaza, y a la vez Tenientes de Alcalde del Ayuntamiento de Madrid, y fue motivada por el escándalo ocasionado en la corrida celebrada el día 1 de abril de 1894, en la que el diestro Antonio Reverte en la lidia del toro Zafranero, de Esteban Hernández, después de dar ocho pinchazos, y una vez pasado el tiempo preceptivo, le dieron el aviso por medios tradicionales, es decir, con el dedo. Un algucilillo que sin duda, “por respeto a la tradición”, simulaba que iba corriendo y, siempre llegaba tarde en busca de los cabestros, por la tardanza motivó que el toro no fuese retirado a los corrales, porque el puntillero Currinche de un certero golpe estando el toro en pie lo dejó para las mulillas, formándose tal alboroto en la plaza que, incluso, el público invadió el ruedo. El puntillero fue conducido a la presidencia y amonestado.

   En la referida reunión, acordaron los Tenientes de Alcalde, a propuesta de los señores Ruiz Jiménez y el conde de Romanones, dirigir un oficio al Gobernador civil de Madrid, a la sazón, el duque de Tamames, “para que los medios que de que dispone, haga se coloque, frente a la presidencia de la plaza de toros, un reloj de campana a fin de que el público pueda saber con toda exactitud la hora en que el espectáculo comienza , así como los minutos que ocupa cada matador en la muerte de sus respectivos toros”.

   El reloj fue colocado, pero los avisos siguieron dándose por el conducto de los alguaciles y por el sistema de los dedos; el primer aviso se daba con un dedo; el segundo, enseñaban dos dedos; y el tercer aviso, con tres.

   La otra innovación, el de utilizar el clarín para dar los tres avisos, costumbre precisa, en las que en otras plazas aventajaban a Madrid, se estrenó en la fecha indicada de 2 de mayo de 1916, y el diestro Paco Madrid el primero al que dieron el aviso sin sembrar la duda si el alguacil va o no con el dedo tieso.