En la Plaza Monumental de Madrid, recientemente se ha descubierto una lápida en cerámica policromada en recuerdo del matador de toros Rafael Ortega. La afición madrileña le hizo su torero desde el día de su presentación en el ruedo de Las Ventas, el 14 de agosto de 1949, alternando con Trujillano y Manuel Santos, con cinco novillos de la ganadería de don Gabriel González y uno de doña Francisca Sancho.

                En esa fecha el triunfo con salida en hombros fue absoluto y los aficionados asombrados  le colmaron de elogios por su labor torera y el estilo depurado como estoqueador. Repitió en cuatro novilladas más sin salir de Madrid y en el coso de sus éxitos tomó la alternativa de manos de Manolo González que le cedió el toro “Cordobés” de la ganadería de don Felipe Bartolomé, en presencia del portugués Manolo Dos Santos, que resultó cogido y la corrida quedó en mano a mano.

                Nacido en la isla de San Fernando en Cádiz, sus paisanos le llamaron “El Tesoro de la Isla”. Sufrió varias

 

cornadas gravísimas, tenía el cuerpo lleno de cicatrices y nunca se sintió relajado de ánimo y siempre demostró que sabía torear muy bien y con pureza, con verdad, y sobre todo, que nadie le aventajaba practicando la suerte de estoquear de la que bien puede decirse que fue un “virtuoso”.

 

                Retirado de los ruedos llevaba algunos años cuando reapareció en 1967, con aplauso general, a los 43 años de edad, con cinco tardes triunfales en Barcelona, pero en la quinta el 1 de octubre sufrió una cornada más de carácter gravísimo. En 1968, solamente toreó nueve corridas y se retiró definitivamente.

                Por todo lo expuesto, es un diestro que merece la mayor consideración de los aficionados. El 18 de diciembre de 1997, falleció en Cádiz, su recuerdo queda perpetuado en el coso que le consagró con la referida lápida.

 

 

 

 

 

 

 

 

Crónica de José Julio García