He pensado en algunas ocasiones que el fundamento de la corrida de toros es también su final: la muerte. La muerte del caballo, del toro y del torero. Siempre el rito deviene en sacrificio y lo extraño es que, a la postre, la sensación, aunque sea momentánea, es que ha triunfado la vida. Eso es lo que saboreamos los que tenemos esa afición. Nos olvidamos de la muerte nuestra de cada día y tenemos la sensación de que, pese a los malos presagios, la Tauromaquia nos sobrevivirá por los siglos de los siglos. Visten los oficiantes galas pontificales, la ceremonia tiene sus normas y sobre al ara del altar el sacrificio pascual se hipertrofia y se convierte en un hermoso vacuno de amplia fisonomía y bien armada testa. No es una ofrenda feble e indefensa. Es un toro que aprende enseguida a luchar.

El verano penitente ha pasado. Ha sido un verano duro, muy duro, al menos pera mi apreciación personal, al margen de cierta dolencia que me ha llevado de una a otra esquina de la calle de la Amargura. No sé si esta circunstancia ha aumentado la sensación de peligro que se cierne sobre la fiesta por parte de alcaldes, animalistas, antiespañoles o simplemente tontos del bolo que se oponen a todo sin acudir jamás al análisis. Me mosqueaban hasta las noticias de los fallecidos en las llamadas fiestas populares y tradicionales, algunas de las cuales tampoco tienen mi beneplácito porque no comulgo con las tradiciones en las que todas las ventajas están de parte del hombre con su lanza, su tablero o el roscadero o cesto. La realidad es que, por fortuna, en la corrida tradicional, pese a la aparente igualdad de armamento, casi siempre muere el toro.

Entonces surgen las tesis animalistas que enfrenta a taurinos que argumentan que el toro existe gracias a las corridas de toros, frente a los de los anti-taurinos, a  los que les parece injusto que se críen esos animales en el mejor de sus paisajes, en el colmo de las delicias vacunas para, al final, encerrarlo en un chiquero, abrirle la puerta y, como en el circo romano, salir a la lucha. Hay una larga lista de animales que, sin esa posibilidad de luchar, mueren para servir de alimento, abrigo o adorno de los humanos, tigres, leones, el hermano orangután o el lobo lastimero. Creía yo que era algo digno de alabanza que se celebraran las corridas de toros para que  dieran lugar al mantenimiento de la raza brava. Se pone en canción lastimera el que uno se coma un centollo condenado al agua hirviendo, una ostra viva o un huevo frito con puntillas morenas que ha puesto una gallina alojada en la angosta prisión  de una jaula de un palmo de altura con una leve abertura para sacar la cabeza y comer noche y día con la luz encendida. ¿Le duele el tronco cuando a un árbol le cortan una rama?

Aunque simplistas, parece que mis razones iban a convencer a  cualquier interesado en el tema. No es así: les da igual y no tienen en cuenta que el toro o su antepasado el uro que poblaban muchas regiones de Europa ya no existen en donde no se dio el fenómeno de la corrida de toros o los festejos populares, señores ecologistas. Y muere más gente en los ríos, mares, piscinas, montañas o barrancos que en el cultivo de la liturgia torera.

Le daba vueltas y más vueltas a estos manidos argumentos cuando recordé que hace unos años, 1962, leí en “El Libro Negro” de Giovanni Papini una entrevista que le hizo a García Lorca en el café “Pombo” para conocer lo que opinaba el poeta sobre los extranjeros que vienen a España y ven una corrida de toros. Lorca le confesó al escritor italiano que por aquellos días (1934-35)  estaba escribiendo la elegía dedicada a su amigo Ignacio Sánchez Mejía  y quizá por ello le quiso convencer de “la belleza, heroica, pagana, popular y mística que hay en la lucha entre el hombre y el toro”.

La comparación lorquiana con un misterio religioso es suficientemente conocida; el toro significa la energía primitiva y salvaje y, al mismo tiempo, la ultrapotencia procreadora: el macho con toda su fuerza sexual. Todas las religiones tratan de mejorar la condición de sus hombres y mujeres y si hay muchas menos toreras que toreros puede que sea porque no tienen las mismas necesidades.

“Al hombre le corresponde disciplinar y conducir la fuerza con las inteligencia, debe ennoblecer y subliminar el sexo con el amor. Le corresponde matar en sí mismo la animalidad primigenia, vencer el porcentaje de bruto que hay en él. Su antagonista más evidente en su voluntad de purificación, es el toro. El hombre debe matar los elementos taurinos que hay en él: la adoración de la fuerza muscular agresiva y de la fuerza erótica igualmente agresiva”.

“La corrida es la representación pública y solemne de esa victoria de la virtud humana sobre el instinto bestial. El torero, con su inteligencia pronta y despierta, con la ligereza de sus movimientos rápidos y elegantes de su cuerpo, supera, vence y da por tierra con la masa membruda, ciega y violenta del toro. La victoria sobre la bestia sensual y feroz es la proyección visible de una victoria interior. Por lo tanto, la corrida es el símbolo pintoresco y agonístico de la superioridad del espíritu sobra la materia, de la inteligencia sobre el instinto, del héroe sonriente sobre el monstruo espumajeante o si se prefiere, del sabio Ulises sobre el cruel Ciclope”.

Esto lo dijo Lorca y lo transcribió Giovanni Papini. También Bergamín, descubridor del oxímoron que cantara siglos antes San Juan de la Cruz, la música callada, aseguraba: “El torero no solo se juega  su propia vida sino el sentido y razón mortal de esa vida: su significación torera, el ser o no ser de verdad un torero. El torero, el buen torero, no sale a la plaza para que le coja y le mate el toro, sino enteramente para lo contrario; para matar al toro él. La cogida – y, sobre todo, si es mortal – es siempre un accidente”. Este año de 2015, gracias a los adelantos médicos y quirúrgicos, se hubieran producido varios “accidentes”: Francisco Rivera, en Huesca, Jiménez Fortes, en dos ocasiones, en Las Ventas y en Vitigudino, y Miguel Ángel Perera, en Salamanca. Lo que no se si quedan poetas y literatos para cantarlo y contarlo. “La música callada del toreo”.      

 

 
 
 
Artículo de Benjamin Bentura Remacha
Periodista
Fundador de la Revista “Fiesta Española”
Escalera del Éxito 85