No en vano, en los años 60 del siglo pasado, viví casi todos los días de mi juvenil existencia escribiendo y confeccionando la revista “Fiesta Española” y haciendo juegos malabares para mantenerle hasta casi los finales de aquella interesante década, en la que supervivían toreros como Antonio Bienvenida y Antonio Ordóñez, volvían Manolo Vázquez y “Antoñete” y aparecían “los tres mosqueteros” que todo el mundo sabe que eran cuatro: Diego Puerta, Paco Camino, Santiago Martín “El Viti” y el verso suelto que siempre fue Curro Romero. La salsa picante era Manuel Benítez “El Cordobés”,  martillo de ortodoxos, ídolo de multitudes y reivindicador crematístico de la soldada torera. Llevó al Diccionario de la R.A.E. el “kilo de billetes”, equivalente a un millón de pesetas. La funda de su almohada sobre la que soñó su regreso a los ruedos fue firmada por don Pedro Balaña, don Pablo Chopera, don Livinio Stuyk y don Diodoro Canorea. Pese a todo, eran tiempos de alegría, de fiesta. No como los actuales, con toda la democracia que ustedes quieran pero con mucha pena. Pena, penita, pena, pena de mi corazón. Hace unos días leí un artículo de Félix Madero en el que afirmaba lo siguiente: “La fiesta, la mal llamada fiesta nacional, porque no es una fiesta y tampoco es nacional, tiene muchos engarces con la política. Para empezar, la lidia tiene cada vez menos adeptos y por eso hay calvas de cemento al capricho. La culpa es de los ganaderos, que crían sardinas y gatos en las dehesas; de los empresarios, que confeccionan carteles en los que la mediocridad y la falta de riesgo mandan y de los toreros, que tragan con una mentira que termina con ellos. Nadie se cree a un torero de postín lidiando en una plaza de segunda” Con comentarios como este y alguno más de cierta altura literaria y peor baba, comprenderá el que me leyera que hable de TRAGEDIA: Para mí es una tragedia que se tache de mentira en estos meses en los que medio centenar de toreros (matadores de toros y novillos, banderilleros) han caído heridos en las arenas de las plazas españolas con cornadas o lesiones de alto riesgo que en otros tiempos hubieran tenido fatales desenlaces, se diga que los ganaderos crían sardinas y gatos y resulte que algunos de los nefastos opinantes se rasguen las vestiduras porque se indulte la vida a toros o novillos bravos que se lidian por esas plazas de Dios, de primera, segunda o tercera categoría porque esa bravura que se mantiene en los toros de España, Francia, Portugal, México, Colombia, Venezuela, Ecuador o Perú se puede manifestar en sus ruedos, en la corrida de toros, fiesta que es más antigua que la tortilla de patata, tubérculo este que no se conoció en Europa hasta que no lo trajeron al Viejo Mundo los descubridores españoles. ¿Qué comían antes del siglo XVI los alemanes?

Y qué momento más inoportuno, señor Madero, para poner en solfa a los toreros. Rejuvenece la solera milenaria de Enrique Ponce, salta de la mesa de operaciones a la blanda arena de Ronda Morante de la Puebla y remueve las cenizas de Pedro Romero y Antonio Ordóñez y pone los pelos de punta a Rafael el Gallo, el gitano de los Gómez, el improvisador Talavante le canta por lo bajini a un toro en Mérida y Miguel Ángel Perera sienta sus reales en las ferias más importantes. Era ya un torero desde su más tierna infancia, pero la compañía de Fernando Cepeda ha consolidados sus excepcionales aptitudes. Y José Mari Manzanares, hijo y nieto. Dos abuelos nos dejaron hace poco, el de Ponce y el de Manzanares. A Pepe Manzanares lo conocí al lado de su hijo, allá por tierras murcianas, cuando el de Alicante, el padre del actual, tomaba la alternativa y tenía que cortar la temporada y descansar de sus ajetreos taurinos y juveniles. Pepe Dols tenía afanes poéticos y lo cierto es que en los ruedos recitó con ritmo y rima su hijo y ahora lo hace su nietro. Y cómo traspasa las maromas de los asientos de barrera y sube hasta las alturas míticas del viejo circo romano de Nimes. Tengo envidia. En Francia están los mismos toreros y los mismos toros que en España, pero los franceses van a los toros y ¡cómo van!. Con alegría, con serenidad, con templanza, sin estridencias, sin alborotos, con buenas bandas de música, armónicos y toreros pasodobles, con generosa entrega y moderada ecuanimidad. De Bayona a Nimes. Para los aficionados, Bayona es la nueva San Sebastián y Nimes la nueva Barcelona, refugios de los vascos y catalanes. Por ahí aparecen las orejas del lobo trágico que se quiere zampar a la Fiesta Española. La tragedia de los nacionalismos.

Pero lo de José Mari Manzanares en Nimes fue una lección magistral en la que se juntaron la ciencia, la inspiración, el toro y el torero. Desde al primer lance a la estocada en el segundo y sexto toros de su mano a mano con “El Juli” con lleno total. ¿Se hubiera llenado la plaza de Bilbao, por ejemplo, con este mismo cartel? ¿Media entrada? Algo huele a podrido…Después todo se olvidó y Manzanares salió a hombros por la Puerta de los Cónsules. ¿Perfecto? Como decía Wilder en lo de “las faldas a lo loco”: Nadie es perfecto. Un fallo por parte del torero: perdió la muleta en la emociónate ejecución de la estocada en la suerte de recibir en el sexto  por la violencia de la embestida del toro. Otro fallo por parte del ese toro: escarbó más de la cuenta. Dos fallos hacen más humana la apoteosis torera de la Feria de la Vendimia de Nimes. Humanamente divina.

Y para remate, un comentario sobre lo que Antonio Gala escribió en “El Mundo” hace unos días. Gala nació en Brazatortas, Ciudad Real, donde le regalaron un nicho con el encabezamiento de “Aquí yace el cordobés de Brazatortas …”, pero se crió en Córdoba en el complejo de la Electromecánica, donde el padre del escritor ejercía como médico. Allí, a su casa, la de sus padres, fue a comer un día de 1947 Manuel Rodríguez “Manolete”, que le explicó al joven Gala, 17 años sin cumplir, lo atroces que eran cada día de corrida la hora, el calor, el riesgo, el traje de luces… “Aquella temporada murió en Linares. Un par de “buenos amigos” impidieron entrar en la enfermería a la mujer con que pensaba casarse “in artículo mortis””. Don Antonio, con todos mis respetos, ¿usted cree que en aquellos momentos “Manolete” estaba en disposición de pensar en esas cosas? Ni “Manolete”, ni “Joselito” en Talavera, ni Granero en Madrid. Dicen los que saben, o dijeron hace tiempos, que “Manolete” no se casó con Lupe Sino para no darle u n disgusto a su madre. He curioseado en la biografía de Antonio Gala y he descubierto que, en su bautismo por la Iglesia, creo que no hay otro, le impusieron los nombres de Antonio Ángel Custodio Sergio Alejandro María de los Dolores Reina de los Mártires de la Santísima Trinidad y Todos los Santos. Ahora me explico muchas cosas y que dejara sus oposiciones de Abogado del Estado y se fuera a un convento de Cartujos. Uno sería, dadas las mismas circunstancias circunstancias, hasta anticlerical.

      

 

Artículo de Benjamin Bentura Remacha
Periodista
Fundador de la Revista “Fiesta Española”
Escalera del Éxito 85