Fue el historiador taurino Nestor Luján, quien discernió y aclaró lo “sobredimensionada” que fue la “supuesta rivalidad” entre los dos toreros, pues a juicio de  Luján, Dominguín perteneció a un mundo nuevo, una manera adulterada y ficticia de entender la tauromaquia, que aun se entendía como anacrónica mientras Manolete  estuvo vivo. Nada pudo hacer Dominguín en vida para anular a Manolete. Cuando el cordobés  toreaba de perfil lo hacía para ceñirse  muy cerca del toro, mientras que Dominguín haciendo lo mismo daba la sensación de un “desangelado desapego”. En realidad ningún torero consiguió ser un verdadero rival para Manolete, porque el verdadero rival no fue otro que la propia sociedad de aquella época, cansada ya del dominio indiscutible del “héroe inexpugnable”.

 

Lo cierto de todo esto es que el torero cordobés, enseñó al público que era posible estar bien con el 90% de los toros, a base de aguantar y consentir en un sitio que ningún torero de su tiempo fue capaz de pisar. Pues Manolete no solo paraba, templaba y mandaba mas que ningún otro, sino que “ligaba” como nadie. La ligazón en el toreo se convierte así en la clave de su tauromaquia, y no el muletazo aislado.

 

Impuso la unidad básica de la faena. Los pases  dejan de ser un fin en sí mismos para convertirse en eslabones de un todo que es “la tanda”. Manolete impuso romper con la curvada geometría belmontina y adoptó la recta, que le permitía ligar mejores muletazos que propiciaban que el torero se convierta en el eje de la acción sin apenas enmendarse. De esta forma hacía pasar una y otra vez la embestida del toro, ciñéndolo al máximo hasta que le impedía seguir prolongando la serie. Esa prolongación al máximo es la razón técnica de su toreo perfilero y puro. Toreaba de esta forma porque así él sentía el toreo, y esa concepción hierática y verticalista de su toreo le llevó a torear de perfil,  nunca como ventaja sino todo lo contrario, pues arriesgaba así más que ningún otro. Al dejar la muleta a la altura del cuerpo mas bien retrasada, podía pensarse que el torero escamoteaba la primera parte del muletazo, poro era ahí donde más arriesgaba pues traía al toro embebido de lejos teniendo este que pasar antes delante de su cuerpo, con el riesgo que eso tenía. Citando de esa manera permitía, con enorme aguante, que los toros intentaran estrellarse en la tela sin dejar él que la enganchara, y era capaz de llevarlos toreados con lentitud y rematar el pase allá donde la máxima extensión física de su brazo le permitiera. Por eso consiguió dar los pases más largos en duración que cualquier torero de la época. Los naturales con la izquierda de Manolete fueron un ejemplo de perfección y temple. Esta manera de concebir el toreo le permitía arrimarse como ninguno al toro, y con esta técnica logró sacarle partido a toros, que en otras manos, hubieran acabado en tres minutos en el desolladero. Consiguió por tanto hacerles faena a esos toros que cualquier torero llama “inservibles”. No cabe duda por tanto, que el cordobés agrandó el toreo, pues lo dotó de majestad y empaque personalísimos, huyendo del adorno histriónico y afectado tan común en  toreros  como Ortega o Marcial. Esa ausencia de abalorios, la recia seriedad y sequedad de su valor dio a todo cuanto hizo un halo de autenticidad que a ojos del público parecía un gigante. Hacía faenas extraordinarias que culminaban finalmente con una inmejorable y perfecta estocada a volapié.

 

Con él llegó a México la locura en los inviernos de 1944, 1946 y 1947.  Muchos aficionados mexicanos  empeñaban sus relojes y sus pequeños tesoros familiares, para pagar una entrada y  ver torear a Manolete. El Gobierno Federal de México tuvo incluso que intervenir impidiendo que se celebraran más festejos de los previstos de antemano, porque la alteración que se estaba produciendo en las economías domesticas era tan notable, que la economía del país comenzó a estornudar. La gente vendía sus automóviles y empeñaban incluso sus colchones para verlo torear. Allí fue más ídolo si cabe que en España y no digamos ya mas que en Córdoba, donde nunca se ponderó en su medida a este “monstruo” mientras estuvo vivo. Fue por tanto un ídolo indiscutible en México y un ejemplo para los toreros de allí que no habían visto nunca torear de esa manera. No habían concebido aun ponerse delante de un toro como lo hacía Manolete y eso fue lo que más impacto causó. Cuando lo vio torear por primera  vez Silverio Pérez en la Maestranza de Sevilla quedó perplejo, y lleno de estupor preguntó: “¿…pero esto lo hace todas las tardes?”.  Gregorio Corrochano, que como sabemos era belmontino de pies a cabeza, dijo sin embargo de él que “…la plaza se llenaba con su presencia; él eclipsaba el ruedo y al toro, y sólo se le veía a él”.  Por su parte Felipe Sassone, publicó en Dígame  que Manolete dio una vuelta de rosca mas al concepto de tauromaquia impuesto por Juan Belmonte, pues hacía sus faenas en un palmo de terreno  “que es la mas suprema y difícil manifestación del arte del buen lidiador”. Por su parte Francisco J. Domínguez en su libro “Los Califas del Toreo” apunta que “Manolete aporta ritmo,  precisión,  cercanía, el tiempo de las faenas y la fragmentación de las mismas, aportando quietud con un vertiginoso juego de muñecas. Fue la perfección del concepto de ligazón en el toreo”.

 

La muerte de Manolete supuso la desaparición de su toreo que, reconozcámoslo ya de una vez, fue el “toreo eterno” y perfecto. Su manera  de torear, citando de perfil, fue imitada por algunos durante pocos años pero pronto cayó en desuso, precisamente por una razón de mucho peso: el terreno en que Manolete clavaba las zapatillas estaba demasiado cerca de la muerte. Tras él,  se vuelve pues al toreo  de frente y aparece una nueva manera de torear, exagerada, de alardes innecesarios y una supuesta valentía inconsciente pero de riesgo calculado. Me refiero a los Litri y los Chamaco; los toreros “tremendistas” que aparecen justo cuando en España acaban las “cartillas de racionamiento”: nuevos toreros y una nueva sociedad que comienza a comer y a olvidar una guerra. Pero mientras Manolete estuvo en activo, desde 1939 a 1947, nadie osó hacerle sombra: ni toreros ni toros. Él fue el faro en torno al cual giraron todos los públicos en España y América. Por eso será siempre inmortal, aunque la muerte lo convirtiera, muy a su pesar, en un mito.