Nunca pude ver torear a Manolete, porque nací seis años después de que muriera en Linares de aquella forma tan dramática, sólo reservada a los héroes y a los mitos. Mi padre, que fue un gran aficionado a la Fiesta, siempre me habló de Manolete como si de un dios del Olimpo se tratara, y me metió el veneno en el cuerpo.  Luego me  consolé viendo todas las películas o videos que han caído en mis manos sobre él. Por suerte hay muchas imágenes de Manolete mostrando su tauromaquia y su poderío. No me canso de verlos un día y otro… y lo que más me impresiona de esas secuencias de imágenes, es la mirada siempre triste del torero. 

 

Manolete  reflejaba en su rostro, llevar sobre sus hombros una pesada carga  aunque triunfase con ella en todo el mundo. Me impresionan   de esas vueltas al ruedo que daba, como ofrecía su mirada triste a quienes le aplaudían, los mismos que más tarde le mostraron las entradas, le insultaron y le decían a gritos el precio que les había costado. Esa mirada triste  del héroe, es para mí, como si Manolete quisiera establecer comunicación entre él y cada uno de los espectadores a los que miraba. Siento en esa mirada como si el héroe quisiera despedirse porque intuye su final cercano. Me impresiona siempre la solemnidad con la que hacía los paseíllos, una solemnidad que rozaba lo majestuoso, por las connotaciones estoicas de aquel que va a encontrarse con la muerte, y lejos de huir, camina con paso firme y resignado hacia ella, desmonterándose solemnemente ante la presidencia. Ese hombre que caminaba en Linares con paso firme y resignado hacía la muerte, también lo hizo aquel día con una tremenda personalidad. Con el prestigio que emanaba de su enjuta figura, hizo concentrar en torno de su forma de ser, siempre discreto y callado, el paradigma del toreo de su tiempo.  Su tauromaquia, sin duda le dio la inmortalidad, pero el mito fue obra exclusiva de la muerte. En eso el torero, no tuvo nada que ver.

 

Es verdad que Manuel RodríguezManolete” no era un santo, sólo un ser humano extraordinariamente dotado para su profesión. Pero había dos seres en él. El “Manuel Rodríguez” humano y el “Manolete” torero. Manuel Rodríguez era humano… demasiado humano, y cuando quiso liberarse de las ataduras de su profesión fue ya demasiado tarde. Él mismo, yo creo, aquella tarde de Linares, sintió con abrumadora certeza que sólo la muerte podría librarle de las dificultades para poder seguir siendo Manuel Rodríguez. El patetismo de su cara aquella tarde del 28 de agosto de 1947, antes de la corrida es, cuanto menos, acongojante y siempre que veo sus fotos me causa una espantosa angustia.

 

Manolete emerge como torero en el momento en que comienza la posguerra. Los figuras que estaban en la cumbre años antes tenían ya los días contados con la irrupción del cordobés. Hablo de Domingo Ortega y de Marcial Lalanda, pues estaban ya en el ocaso de sus carreras y sin embargo no se habían dado cuenta.

 

Manolete los mandó a los dos al retiro forzoso, pues mientras Domingo Ortega daba pases de trincherilla y rodillazos para doblegar al toro, Manolete llevaba ya un buen rato toreando y dando naturales con la izquierda en redondo. Con la llegada del cordobés, se fueron mas toreros al asilo: Chicuelo, Cagancho, Pepe Bienvenida, Gitanillo de Triana, Vicente Barrera y  Nicanor Villalta. El público español de la posguerra   necesitaba nuevos toreros para olvidar la tragedia. Manolete asumió esa responsabilidad muy a su pesar: “la responsabilidad de hacer olvidar una guerra”. A  partir del 2 de julio de 1939, fecha en la que toma la alternativa cortando dos orejas en la Real Maestranza de Sevilla, el diestro cordobés será la nueva figura que revolucione los carteles. Siguen mandando durante unos meses Ortega, Lalanda, Bienvenida o Vicente Barrera, pero todos ellos tenían los días contados, pues el nuevo estilo, diferente e inquietante, impuesto por el cordobés había ya calado hondamente entren los públicos. A los aficionados  que acudían a verlo, les inquietaba su personalidad tan fuera de lo corriente. Manolete daba una importancia y un sello extraordinario a los lances fundamentales: la verónica, la media, los pases al natural con la mano izquierda en tandas de cinco seis y siete pases. Demuestra día a día que es un extraordinario estoqueador en la suerte del volapié, que posee un valor sin límites que derrocha en todas las plazas tanto grandes como pequeñas y, como ahijado de Chicuelo, dio mucha importancia al toreo en redondo. No en vano el poeta Gerardo Diego escribió sobre él: “Torneados en rueda/ tres naturales/ y una hélice de seda/ con arrabales”.

 

Quien llevó muy mal el retiro fue Marcial Lalanda, pues Manolete impuso su estilo de torear cerca del toro y con unos condicionantes estéticos nuevos y sorprendentes, que hacen que Lalanda se quede sin sitio y se retire en 1942. Marcial no supo digerir el nuevo toreo del cordobés y llegó a decir de él que era “un torero de poca clase”, algo normal pues el toreo de cada uno era radicalmente diferente, pero en los duelos que mantuvieron entre ambos, en aquellos apasionantes mano a mano, fue Manolete quien siempre salió victorioso y fortalecido. Manolete y Arruza, a pesar  de lo que se haya escrito, nunca fueron en realidad rivales, pues ambos se complementaban. Respecto a Luis Miguel Dominguín, él creyó hacerle sombra al cordobés, pero la realidad fue muy distinta. Nadie de la época vio en Dominguin un rival para el maestro de Córdoba. Logró fama por desafiar a Manolete en la temporada 1947, sin embargo en la de 1946, que Manolete no toreó en España, nadie consideró a Luis Miguel como el número uno del escalafón, puesto que en ausencia de Manolete su trono siempre quedó vacante.

 

CONTINUARÁ…