Primer grabado de una corrida “caballeresca”, original de Johan Stradan, inserto en la obra:

“Venationes ferarum…”, de Philippus Gallaeus, 1578. (Lanzas, rejones, rejoncillos, espadas, banderillas y muletas

Artículo de José Mª Moreno Bermejo. Escalera del Éxito 123

-La evolución del toreo a caballo, origen de la corrida actual, se produce continuadamente a partir del 2º tercio del siglo XVIII, al comienzo del cual la corrida caballeresca fue desapareciendo paulatinamente. En los dos siglos anteriores los caballeros dejaron constancia del toreo a caballo en múltiples tratados en el que explicaban sus experiencias como alanzadores o rejoneadores*.

-El toreo a pie comenzó a ser de interés para el espectador porque recibía de él una emoción superior al que le producía el de a caballo. Las muchas reglas escritas por los caballeros no servían para el toreo nuevo y había que iniciar una “reglamentación” adecuada que se adaptara al ejercicio mixto de a pie y de a caballo, coincidentes en la fiesta. El Principe de Asturias (luego Carlos IV) encargó escribir el tratado a Juan Merchante, que declinó el honor, y al fin lo preparó José Daza, que fue  fraguándolo durante varios años hasta que al fin salió a la luz en 1777, un año después de la “Carta histórica…” de Fernández de Moratín, al que Daza acusó de que le había copiado parte de su manuscrito.

El 2º y 3º tercio del siglo XVIII es el lapso en el que se produce el cambio fundamental del toreo**. Durante su primer tercio, el siglo de las luces contempla la que podemos llamar la “ilustración” de la corrida. Aparece como pieza fundamental  de la misma la figura del “Varilarguero”, personaje que a caballo cuida de la integridad física de los toreros de a pie, que empiezan a ser los actores de la fiesta. El varilarguero tiene como misiones guardar la seguridad de los de a pie y controlar los desplazamientos de los toros. Visten con paño bordado con hilos plateados que los distingue de los otros caballeros en plaza, rejoneadores de rejón largo o de rejoncillos. Aún tardará en aparecer los picadores de vara corta o de “detener”, que vestirán al estilo campero castellano en sus principios.

Uno o dos de los varilargueros se situaba a la salida de toriles para azuzar al burel y echarlo de allí si acudía a querencias. Por ello se tomo la frase de “el que guarda la puerta”, que aún hoy se mal utiliza por los que no saben de qué trataba el asunto. También algunos usan lo de “varilarguero” para referirse al picador actual, lo que es inadecuado totalmente. En algunos tratados se alude al significado de doble acepción: “Varilarguero”: 1.- El que actúa con vara larga; 2.- El que larga al toro fuera de las querencias.

A medida que pasa el siglo XVIII va tomando forma el toreo a pie; surgen las ganaderías que crían toros cada vez más bravos (o menos mansos) y que no requieren de “azuzamiento” para embestir. El torero va adquiriendo importancia en la lidia y el picador de vara de detener ahorma la embestida del toro y regula su fuerza para la creación artística del de a pie. El gran trío del último tercio del XVIII, “Costillares”, Pedro Romero y “Pepe Hillo”, son los protagonistas máximos del festejo tardo secular, que se irá reglamentando debidamente merced a la Tauromaquia de “Pepe Hillo”, de 1793, (editada en 1796), y de la definitiva de Francisco Montes “Paquiro”, de 1836. La corrida ha quedado diseñada de forma definitiva, si bien luego admitió los cambios lógicos para adecuarla a la sensibilidades cada vez más estrictas  de los espectadores. Las puyas se dotaron de diversos elementos para evitar su entrada en el cuerpo del animal y prolongar el espectáculo. Los topes de limoncillo, naranja o crucetas varias impedían la muerte prematura del toro. Y a principios del siglo XX los petos mitigaron la cruenta suerte de varas al evitar la muerte de caballos en la arena. Sería en Francia, Toulouse donde se probó el primer peto protector del caballo en 1906, peto diseñado por Mazzantini y que llevó su nombre, auque todos lo llamaban: “El babero”. Después, en 1928 se hizo obligatorio el peto en todo el orbe taurino, evitándose el inaceptable espectáculo del caballo corneado.

Este hecho crucial y necesario trajo como consecuencia una inadecuada relajación en la actividad de algunos picadores que abusaron de la defensa que el peto prestaba al caballo para que también se la prestara a ellos. Vinieron los choques violentos en los encuentros, los tiempos prolongados bajo la acción de la puya, el castigo inadecuado…, y una degradación de la suerte experimentada en muchos de los que se suben a un caballo de picar. Es cierto que el cambio de las actitudes del toro, la doma de los caballos y el requerimiento de un toro determinado para la lidia artística que hoy es reclamada por muchos (no por mí) no requiere de demasiada épica a los que se ponen a picar. Pero también es cierto que la dignidad de la fiesta exige un animal combativo que deba ser lidiado a pie, no con la puya solamente, por un torero apto y valiente que se gane el derecho a darlo muerte tras solventar los riesgos que debe presentar un toro encastado, manso o bravo.

* -“Tratado de la caballería de la gineta”, de Pedro Aguilar, 1572; “Tratado de la brida y la jineta y de la caballería”, de Diego Ramírez de Haro, “Libro de ejercicios de la gineta”, deVargas Machuca, 1600; “Reglas de torear”, de Gastar de Bonifaz (hacia 1630); etc…

*-Ver: “La saga de los Merchante, el tránsito del toreo a caballo”, de José Mª Moreno Bermejo