Tal vez, es el más popular y conocido de los pasodo­bles flamencos que se escuchan en la mayoría de los cosos. El fla­menquísimo pasodoble de «Nerva», una partitura que acerca hasta el espectador de la corrida esa flamenquería, ese duende y esa gracia de la que hace gala el pasodoble an­daluz. En este caso, un pasodoble escrito y dedicado a un pueblo de la provincia de Huelva: Nerva, al que cantó hace 73 años el músico nervense Manuel Rojas.

Y como no hay que negar la sal a aquél que la sal derrama, mucha fue la que el buen músico nacido en Nerva derramó sobre las cinco líneas del pentagrama a la hora de componer tan flamenco pasodoble allá por el año 1935.

Un músico, Manuel Rojas, al que la sutil pincelada flamenca se le daba muy bien como demuestra su otro pasodoble flamenco –Aroche-, dedicado al serrano pueblo onubense de igual nombre.

Es evidente que el músico Manuel Rojas estaba tocado por, digamos, esa «Gracia de Dios» a la hora de componer pasodoble s flamencos. Ello, tal vez fuese porque el buen músico nervense, que arrastraba las secuelas de una poliomielitis que le dejara marcado de por vida con una ligera cojera, se viese agraciado y compensado de dicha tara física, cuando el Sumo Hacedor, siempre generoso y misericordioso, le dotó de esa gracia andaluza y esa flamenquería que a la postre imprimiría a sus pasodobles de «Nerva» y «Aroche».

Un pasodoble, «Nerva», con muchos años de existencia a sus espaldas, del que me atrevería a decir que le llegó la fama y popularidad de la mano de la fiesta de los toros y que la mayoría de los aficionados han conocido a través de la Banda de Música que más lo ha popularizado, la del Maestro Tejera, titular de la Real Maestranza de Sevi­lla. Ella; el incomparable marco del coso del Baratillo, y esa rara y especial sensibili­dad de la que hace gala el público sevillano a la hora de escuchar un pasodoble fla­menco, han sido, y son, los verdaderos y auténticos «culpables», dicho sea entre co­millas, de que el pasodoble de «Nerva» hoy sea conocido en toda España y se escu­por todas las plazas de toros de nuestra geografía.

Tal es el encanto de este pasodoble para los aficionados sevillanos; tal la admira­ción que sienten por esta, llamémosla «reliquia flamenca»; tanta la atención que prestan los tendidos maestrantes a sus toreros compases, muy especialmente a su ai­roso y alegre fandanguillo flamenco, que es muy comentado el hecho de que algunos son los diestros que prefieren que sus toreras faenas sean silenciadas y no las ameni­ce el maestro José Tristán con tan celebrado y aplaudido pasodoble, por entender que el público, más atento a los compases del pasodoble que a cuanto acontece en el ruedo, no presta la debida atención a su quehacer torero.

Es muy posible que así sea tratándose, como se trata, de Sevilla y sus aficionados. Hay quien dice que cuando suena el pasodoble de «Nerva», hasta el grácil y torero «Giraldillo» se empina sobre su metálico pedestal y se adorna a los tejadillos de la cer­cana Maestranza para escuchar y jalear por bulerías tan popular y flamenco pasodoble.

En Madrid, en la plaza de toros de Las Ventas también es acogido con mucha simpatía y fuertes aplausos cuando lo programo y dirijo en algunos de los intermedios de las co­rridas.

Yo, como profesional de la música y compositor, disfruto dirigiendo «Nerva» y me siento correspondido con los aplausos del respetable.