Artículo de Luisa Moreno Fernández. Escalera del Éxito 177
Me van a permitir que hoy divague un poquito, pasando de puntillas sobre el tema de «aprendiendo a torear», para contestar a un amable lector que me escribe sobre el tema y, visto lo visto, he llegado a la conclusión de que la duda que me ha expuesto se puede hacer extensiva a muchos aficionados.
En primer lugar, si he limitado la extensión de la corrida a capa, muleta, banderillas y suerte suprema, es por dos razones: sobre la puya y el picador ya he escrito en varias ocasiones, y sobre todo, porque me he limitado a las faenas de los toreros de a pie, dejando para otros más expertos las propias de los jinetes, sean picadores o rejoneadores.
Y en segundo lugar, querido lector, creo hasta el convencimiento que el toreo es por encima de todo, técnica y luego todo lo demás. Ya lo dijo Don Gregorio Corrochano que de toros sabía lo suyo: «Torear es salir a poder al toro, a luchar con el toro, a dominar al toro. Y después, lo que ustedes quieran». Es decir, primero la técnica, que es el poder, el dominio, la lucha y la inteligencia, y luego lo que entra por los ojos como la elegancia, la armonía, la estética y todo eso que llamamos arte. Y hoy, desgraciadamente, hemos invertido estos términos y damos más importancia a la estética que a la práctica. Porque es mucho más fácil calibrar la belleza de un pase que el mérito técnico del mismo, y así damos más importancia y despierta más admiración el torero estético, elegante, «fino”, que el que desarrolla gran técnica, que «sabe el oficio».
Amigo lector, yo misma en los inicios de mi afición caí en la misma falacia; eso de que el toreo es ante todo estética es una opinión generalizada entre los espectadores escasamente formados, y de tantos críticos y periodistas más imbuidos de cursilería literaria que de profundo conocimiento y visión técnica. Todos somos aficionados pero militamos en campos diversos: el miope que solo ve la estética, y el que tiene una vista perfecta y visión profunda de la técnica. Visión superficial los primeros y visión aguda los segundos. Para unos, «el tarro de las esencias», «la gracia y pinturería», «la derechura de giralda» y tantas otras posturitas de petimetre; para otros el embrujo de la ciencia y la técnica.
Todos los toreros, esos hombres que salen a poder al toro dándolo todo, tienen más caminos a seguir que trajes de luces. Según el que tome cada uno se convertirá en un torero de una u otra clase, es decir, bueno o malo, técnico o artístico, largo o corto, auténtico «o falso. El torero toreará en uno u otro terreno, cercano o alejado, dará uno u otro pase (aunque no vengan a cuento). Pero lo que debe saber es qué tipo de lance debe dar en cada momento, por qué ese y no otro, cómo dar ese pase concreto para que surta el efecto buscado, buscar el terreno apropiado. En pocas palabras debe saber elegir, y hacerlo en un instante, según las condiciones del toro. En esos por qué, dónde, cuándo y cómo está la verdadera esencia del toreo, la técnica, la ciencia. Y todo torero que no sepa elegir el camino más idóneo y oportuno, que se pierda en el laberinto de por qué da un pase y no otro, de la forma justa, en el terreno mejor, será tal vez muy estético pero seguro un mal torero. Lo que debe observar un buen aficionado es la técnica (junto al valor) de un torero. Todo lo demás es meramente anecdótico porque no da regularidad ni fundamenta eso que es tan necesario aunque tenga mala prensa: oficio.
De este tema no es que sean muchos los que hayan hablado, al menos que yo sepa. Ya he nombrado a Corrochano. También hice hincapié en el asunto José Bergamín, Sureda, Uno al Sesgo o K-Hito por nombrar periodistas de pro y que no cobraban por alabar a un personaje que se pudiera permitir el lujo de pagar los elogios. Cagancho, Curro Puya o Domingo Ortega, toreros todos ellos considerados entre los mejores, y mucho más técnicos que estéticos, tenían un concepto mucho más funcional del toreo que cualquiera de esos que se extasían ante unos cuantos pases bonitos, unas posturitas de contorsionista y unos arrebatos de tremendismos que nada tienen que ver con el arrojo.
Ya ve. Uno de mis toreros preferidos siempre ha sido Rafael Ortega. Sin ese tarrito de las esencias, sin sensiblerías figurinistas, pero muchísimo mejor torero que muchos de los «gallitos» del escalafón. Y su mayor virtud fue, sin duda, su conocimiento del toro, su saber científico, saber que imprimía a su toreo y que le hizo uno de los mayores técnicos del arte taurino. Creo que tantos coletudos endiosados deberían hacer un examen de actitud y convertirse a la religión de humildad y considerarse un algo ignorantes frente al astado. Convendría no hacer oídos sordos a una realidad que casi todos (y sálvese quien pueda) pasamos por alto, y es que el toreo, esa lucha entre hombre y toro, es pura y llanamente una técnica que se puede realizar con estética, y no una realidad que puede y debe resultar bonita aún a pesar de que se carezca del necesario conocimiento y ciencia.
Y no tema resultar inoportuno. Su carta por el contrario, me sirve para recordarme que los que creemos saber algo de toros estamos en pañales. y que el toreo se descubre cada tarde o mejor dicho, nos lo descubre cada torero que sabe aplicar una técnica más o menos artística y estilista. Hasta la revista que viene.