Aprendiendo a torear

 

Vaya por delante que hoy me va a ocupar una de las satisfacciones que da la Fiesta grande, al menos desde el punto de vista de «plumífera y propagandista de los toros”. Vengo ocupándome, como ustedes saben, desde hace varios números, de ese «embolado» que es tratar de explicar eso tan complejo y engarabatado como es el arte y la técnica del toreo, en los distintos modismos de lances, suertes, pases o quiebros y demás zarandajas que componen la ciencia práctica de torear. Y digo que hoy voy a darme el gustazo de, siguiendo en esa misma faena, responder a un amable lector de nuestra revista, quien habiéndome escrito una misiva de felicitación por los anteriores artículos en estas lides de desenmarañamiento, me pregunta que le gustaría aclararse de una vez por todas de la diferencia que hay entre lidiar y torear, y que perdone su «papalina» sobre el tema (empleo su propio término que no deja de tener gracia y mérito, sí señor). Y no tema molestarme, que no es tal molestia y para eso estamos.

 

No es usted sólo quien tiene tamaño lío de términos, querido lector (a su voluntad sacrifico su nombre, pues no faltaba más), pues por esos tendidos de plazas y hasta en tertulias sesudas y doctas crónicas, se usan ambos términos de un modo liberal y equívoco. Y perdone que aproveche la ocasión (que va dentro de la línea de mi «defensa de la fiesta») para contestarle con un artículo en lugar de hacerlo directamente, pues su pregunta, que no es tan «simple» como usted mismo se autoculpa, pueda parecer.

 

Mi primera ayuda, como la de cualquier aficionado de nueva hornada, ha sido echar mano de los libros. La enciclopedia de la Real Academia de la Lengua me aclara (por decir algo) que lidiar es: «Burlar al toro luchando con él y esquivando sus acometidas hasta darle muerte», y es sinónimo de contender, pugnar, combatir y torear. Por su parte, torear lo califica como «lidiar los toros en la plaza, fatigándoles llamando su atención a diversas partes u objetos». ¿A qué ya lo tiene claro? ¿Qué no? Pues no se preocupe, hombre, que no es el único, y a mí me ocurre igual. Así es que echo mano de El Cossío, ese señor que de toros sabe como nadie. He aquí lo que nos dice: «Lidiar es acción de dar al toro lidia. Conjunto de suertes que se practican con el toro desde que se le da suelta del toril hasta que se arrastra». Y torear es «lidiar los toros en la plaza, corriéndolos para hacer en ellos suertes, ya de capa y las demás que se conocen de a pie, y a caballo con rejón o pica». O sea, más de lo mismo, aunque la conclusión es única: Torear el lidiar y lidiar es torear. Pero maticemos más para aclaramos. La palabra lidiar deriva de lid, que es lucha, combate, pelea, y de ahí que lidiar es la pelea sostenida entre el toro desde que se embarca en la finca hacia su destino en la plaza, y sus enemigos, que son los lidiadores (que no son sólo los toreros según el concepto nuestro). Tan lidiador es un vaquero en el campo como un «forçado» portugués, un recortador o los perros y otras fieras que antaño se echaban a pelear con los toros. Porque, repito, eso es la lidia: Lucha, pelea o combate. Al evolucionar el concepto simple, evoluciona el concepto global. Desde los combates que se iniciaron en Tasalia (Grecia) tres o cuatro siglos a.C. hasta las corridas que se practican hoy día, dicha evolución es más que evidente. En España, heredera universal y propagadora de este combate, los lidiadores eran los alanceadores o rejoneadores y sus auxiliares o capeadores, llamados así por las armas (lanzas o rejones y capas o capotes) que usaban. Ya ve, amigo lector, que estoy prescindiendo de la lucha sostenida entre el hombre y el toro en el período anterior cuya única finalidad era la caza para su subsistencia. Pues bien, con el correr de los tiempos, los auxiliares dejaron sentir su influjo sobre los espectadores de estas luchas y se alzaron con el gusto de «la afición» merced a sus alardes de valentía y posteriormente de su arte, y los lidiadores de a caballo pasaron a ser auxiliares a su vez, convertidos en picadores o varilargueros (por usar la pica o vara larga). Este cambio de funciones trajo consigo el de denominación, y lidiadores de a caballo quedó para los que usan el équido y los de a pie pasaron a llamarse toreros o toreadores, por el juego más directo con el toro. Esta denominación ha ido cambiando en el transcurso de la evolución del toreo, y aplicándose los cánones de los distintos modos de lidiar, los de a caballo se llaman hoy rejoneadores, caballeros y picadores o varilargueros (he oído alguna vez llamarles puyeros, que para gustos están los colores) y los de a pie son denominados como matadores, maestros, espadas y jefes de cuadrilla, y auxiliares, peones, capeadores, banderilleros y subalternos a los integrantes de las cuadrillas de los maestros. Todos, absolutamente, son lidiadores o toreros.

 

También se oye con frecuencia, que sabios dialécticos tiene la afición taurómaca, eso de «torea bien pero no sabe lidiar». Para mí es una frase que carece de sentido. Aunque eso es lo que ocurre cada vez con mayor frecuencia (auque siempre haya ocurrido), pues consideramos como torero al que se viste el traje de torear y lo único que hace es dar lances y muletazos sin la más mínima idea de lo que hace, solo porque ha visto ejecutar a otros esos lances, y los ha ensayado ante un espejo, o de «salón», y ya se considera torero o lidiador, apoyado más que por su ciencia (nula) por el papanatismo de paisanos y amigos que (también con nulos conocimientos) dicen: ¡Qué pena, con lo bien que torea…! pero créame, amigo, no sabe torear porque no sabe lidiar, no es torero porque no es lidiador. Torear es la acepción moderna de lidiar, como lidiar es el concepto primigenio de torear.

 

¿Queda contestada su demanda, amigo aficionado? Pues… de nada, ya mandar, que para eso estamos.