Fuente: Los toros dan y quitan

LA MATANZA DE FRAILES EN BARCELONA Y EN OTRAS CIUDADES EN
Solo para efectos ilustrativos
Un añoso  recuerdo de los tiempos idos
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Refiere el erudito, J. Sánches de Neira, en su libro “El Toreo: Gran Diccionario Tauromáquico-Tomo II” al referirse a la plaza de toros de Barcelona, << Lidiáronse en 1834 y en el siguiente 1835 toros navarros en casi todas las corridas; pero como en la que se celebró el 25 de julio de este dicho año se promovió el motin que fué pretexto para las sangrientas escenas de demolición de conventos y asesinatos de los frailes, las corridas se prohibieron de órden de la autoridad, sin tener presente que con ellas y sin ellas el hecho hubiera tenido lugar, como le tuvo en Madrid, Zaragoza y en otros puntos. Pasaron quince años primero que los barceloneses volvieran a ver corridas de toros en su ciudad…>> Se Estima conservadoramente que el número de religiosos sacrificados por la barbarie político-anticlericalista desatada en los años de 1834 al 36 en toda España sobrepasaron las 500 víctimas, de forma que la fiesta de los toros nada tuvo que ver con los oscuros fines de este abominable magnicidio.

En 1808 fue José Bonaparte, quien confiscó bienes eclesiales. En 1823 las Cortes de Cádiz, decretaron la reducción a un tercio del número de monasterios y conventos. De 1834 a 1854, la ominosa desamortización de Mendizábal confiscó todas las propiedades de monjes y frailes,  y parte de las del clero secular. En 1855 la Ley Pascual Madoz, fue la confiscación más perfeccionada de los bienes del clero, tanto regular como secular. Estas recurrentes confiscaciones han enriquecido tradicionalmente a quienes las urden y a sus patronos de la alta burguesía, y no a la plebe, quienes en fin último, generaron estos bienes confiscados, para engrandecer una industria de limosneros aprovechados de su fe, de forma tal, que la maliciosa paradoja que se observa en el tiempo, es que los pobres trabajen para el clero, y estos a su vez para los politicos y los encumbrados, quienes de vez en vez, cuando les ven con carnes e imperio, los despojan de excesos, aunque les cueste una excomunión, que desde siempre se tienen ganada.

Refiere don Juan José Zaldívar Ortega en su libro «Más de Bernardo Gaviño – Un Matador de Toros Septuagenario», Tomo II, página 79, que hacía un año que fue inaugurada la plaza de la Barceloneta con las corridas de los días 26, 27 y 28 de julio de 1834, se dieron esa temporada 5 festejos más, con éxito creciente. En la verificada el (25-07-1835), en la que tomaron parte los espadas Manuel Romero y el noble Rafael Pérez de Guzmán, se produjo una alteración del orden público que tuvo funestas consecuencias, y fue que, con el pretexto de que eran mansos los toros de Zalduendo que se lidiaron, el público, indignado, hizo grandes destrozos en la plaza, sacó a la calle a rastras al último astado de la corrida, uniéronse a los revoltosos otros elementos extraños y, dueñas las turbas de la población, asaltaron los conventos de frailes y dieron muerte a muchos de éstos. La musa popular dedicó el cantar siguiente a tan luctuosa jornada:
El día en Sant Jaume / de lány trenta cinc, / va haber hi bullanga / dintare del
turín. / Van surtir sis toros, / Que van ser dolents./ Aixó va ser causa / De crema els
convents.
Fundándose la autoridad en que aquellos trágicos sucesos se habían iniciado en la plaza de toros, decretó la clausura de ésta, y cerrada estuvo la Barceloneta por espacio de quince años, pues no se celebró corrida alguna hasta el (29-07-1850), en cuya fecha se verificó la reapertura para que alternaran los diestros José Redondo (Chiclanero) y Julián Casas (el Salamanquino), que dieron muertes a varias reses de casta aragonesa y navarra. Desde entonces siguió funcionando sin interrupción hasta que en Barcelona se construyeron otras plazas, pues aunque en las nuevas y en la vieja se celebraron algunos años espectáculos simultáneamente, en esta de la Barceloneta fue con intermitencias hasta el (23-09-1923), en cuya fecha se dio el último espectáculo, consistente en una novillada con seis toros de Hidalgo, en la que un tal Faroles rejoneó los dos primeros, y luego dieron muerte a los cuatro restantes, en lidia ordinaria, Isidoro Todó (Alcalareño II) y Ramiro Anlló (Nacional chico). La Berceloneta, que tenía una cabida para 12.000 espectadores, se mantenía todavía en pie en la década de 1940 y después pasó el inmueble a propiedad del Banco Urquijo, a sabiendas de que realizando en ella algunas mejoras, podría continuar dando funciones.

El Blog hispano en la Internet, «Cosas de Absenta» publicó el 8 de enero de 2012 una muy amena editorial titulada «Fantasmas en la Boquería», donde consigna que uno de los conventos que fue pasto de las llamas, la tarde en que los barceloneses salieron de los toros y se fueron a quemar edificios eclesiásticos, fue el Convento de Sant Josep de la Orden de los Carmelitas Descalzos. Este edificio se ubicaba exactamente justo donde ahora se encuentra el Mercado de Sant Josep, más conocido como La Boquería. Pero esta desgracia podría haberse evitado si el prior del convento hubiese hecho caso a un joven fraile de la congregación que, unos días antes, le advirtió de un peligro que se avecinaba. Al menos, eso es lo que cuenta la historia relatada por Sylvia Lagarda Mata en su libro «Fantasmas de Barcelona». Cuando decidieron dejar de celebrar la vigilia de su patrona, la Virgen del Carmen, casi ningún fraile mostró estar en desacuerdo con tal decisión. Tan solo un joven, recién ordenado, mostró su decepción ante el prior del convento previendo posibles consecuencias negativas en el futuro. La noche de vigilia de la Virgen del Carmen (15 de julio), cuando los frailes dormían, se empezó a oír unas voces como de ultratumba que despertaron a todo el convento. Asustados y aún adormilados, los frailes salieron de sus celdas y se dirigieron hacia la iglesia, ya que de ahí procedía el ruido. Al llegar vieron el coro de la iglesia ocupado por «otros» frailes de aspecto siniestro, con unos rostros demacrados y cadavéricos que se escondían bajo las capuchas de sus hábitos y que cantaban unos salmos misteriosos. Cuando acabaron la actuación, encendieron una vela cada uno y se dirigieron, en fila índia, al cementerio del convento entonando una nueva melodía aún más pavorosa que la anterior. Llegados al cementerio, los frailes calavera apagaron sus velas y se metieron, cada cual, en su lápida correspondiente. Los frailes del convento, tras presenciar tan fantasmagórico espectáculo, emprendieron la vuelta a la iglesia y allí encontraron muerto al joven fraile que se había atrevido a cuestionar la decisión de la comunidad de no volver a celebrar la vigilia de la patrona. Diez días después, el 25 de julio de 1835, los barceloneses que habían acudido a los toros asaltaron el convento quemando y asesinando a todos los frailes que no pudieron huir con suficiente rapidez. Desde entonces, hay quien dice que cada 15 de julio (vigila de la Virgen del Carmen) se oyen unos cánticos misteriosos en el mercado de la Boquería que bien podrían ser los fantasmas de los frailes asesinados por los barceloneses la tarde del 25 de julio de 1835. Yo nunca los he oído pero mi hijo de 7 años, que le encantan las historias de fantasmas, me ha pedido acercarnos al mercado la noche del próximo 15 de julio. Si descubrimos algo nuevo ya lo contaré.


Convento de Sant Josep antes de ser quemado el 25/07/1835

Fuente: http://srabsenta.blogspot.com/2012/01/fantasmas-en-la-boqueria.html