Hoy en día, el arte en escancia es injusta. A partir del renacentismo, cuando los ricos de la época financiaban a los grandes artistas; el camino de quienes aspiran a vivir del arte se ha vuelto, gradualmente más duro, más complejo; menos comprensible. 

En parte porque el arte en sí se ha vuelto “asunto de moda” y, debido al imparable crecimiento de las vías de comunicación satelitales, esas modas se convierten en asuntos virales que, en cuestión de segundos, llegan al mundo entero.

Las cada día, más grandes ciudades han alejado al ser humano de “la madre tierra”.   La gente se acostumbró a comprar huevos en cubetas, leche en cartones, carne; del tipo que sea, empaquetada al vacío o, recortada en los cortes más solicitados.

Se perdió ese contacto con la naturaleza donde, era natural faenar; un pollo, un cerdo, un novillo y utilizar todo lo posible de cada animal.

La gente de las grandes ciudades ha perdido contacto con la naturaleza, con la esencia misma de la vida y por eso hoy;  el ser humano protesta por la muerte de un animal y, tristemente; se desentiende de los cientos de miles de seres humanos que sufren la falta de hogar, de calor, de pan; de dignidad de vida.

Ser artista en estos tiempos se limita a crear: lo que este mundo descabezado quiere comprar.  El escritor, deberá limitarse a describir escenas brutales de muerte y violencia o, a intentar desbaratar una religión o, un sistema socio-político.  El pintor, deberá pintar, aquello que quieran los compradores.

Dejando así, escondidos en un cajón los sueños que pretendió escribir en un papel.

El músico, deberá acoplar su arte a lo que exija el público y así, tristemente ocurre con toda creación artística.

Los artistas han perdido su identidad y… el único gremio que aún se salva (y por los pelos) es el taurino.

En este mundo tan minimizado, tan ajustado a normas estrictas, a “lo que se espera”, el artista más golpeado es el torero. 

Su arte es efímero, dura muy poco y depende de muchos factores: el toro que salta por toriles, el clima, del estado anímico del propio torero y el del público, de la climatología…

Y sin embargo y contra de todo pronóstico, el arte taurino sobrevive; a pesar de los ataques que le llegan de muchos frentes distintos y, sobrevive porque es el rememorar la vida misma en pocos minutos.

Porque unos pocos privilegiados vemos en ella, la vida concentrada en unos cuantos segundos donde: un hombre, un animal poderoso y bello y un trapo, crean arte, arte que no puede colgarse en una pared, arte que no puede exhibirse, que no puede leerse o escucharse; la tauromaquia es un arte que, únicamente puede vivirse desde lo más hondo del alma, desde el más profundo de los sentimientos.

Es arte que se graba a fuego en la retina, en el corazón, en la mente; en lo que puede quedar en nosotros del hombre que fue por siglos, parte de la tierra; que convivió con ella, que aprendió de ella, que fue natural.

Cada día son cientos, quizás miles los artistas que luchan por abrirse paso en este mundo cada día más metalizado, materializado donde lo efímero, lo sublime, aquello que toca las fibras más íntimas del ser, va desapareciendo y tergiversándose el mundo.

Un anuncio de un cachorrito perdido, se extiende como un reguero de pólvora, pero;  la muerte obscura y olvidada de los “sin hogar” apenas si logra un par de líneas en un periódico.

 

Cada día son menos los poetas que cantan a la vida, al romance, al dolor y a la dicha.  Las novelas, en su gran mayoría aportan únicamente violencia y sexo exagerados.

La música se funde entre géneros para logar subsistir.  El arte parece pasar por un estado de putrefacción de ideas; los artista que, como todo el mundo tienen que vivir de su trabajo, muchas veces tendrán que retorcer sus metas para ofrecer un producto de mercado que, “tenga salida”.

Mientras la politiquería barata, mientras las mentes y las almas más enfriadas en el asfalto de las grandes ciudades nos lo permitan; el arte taurino sobrevivirá. 

Tiene muchos confrontadores, pero se apoya en tradiciones centenarias, en sentimientos vivos, en una valoración artística que no se encuentra en enciclopedias, está dentro de cada uno y muchas veces, asistir una sola vez, basta y sobra para que ese gusanito “taurino” se enquiste en el alma y no muera nunca.

Quizá dejarán de importunarnos cuando comprendan que, nacer es tan natural como vivir y morir y que todo ser vivo; nace, crece y muere; siendo pocos los que pueden darse el lujo de enfrentar la muere mirándola de frente.

No hay duda, el arte en los tiempos que corremos es; ¡simplemente, injusta!

Imagen: Jesús Carrera Aparicio