Parte I

Del ataque

 

La Tauromaquia, cuyos orígenes se remontan a tiempos inmemoriales por esa tradición milenaria entre el hombre y el toro, nunca se ha visto sometida a un ataque generalizado como el que viene sufriendo en la actualidad.

 

No es nuevo esto de atacar la Fiesta de los Toros. Ya en tiempos pasados las prohibiciones de Reyes y Papas se reproducían con los mas disímiles argumentos, los cuales recibieron oportuna y acertada respuesta por parte de los pueblos en donde la Tauromaquia está arraigada. Pero estos solo fueron tímidos intentos de proscribir la Tauromaquia si los comparamos con lo que está ocurriendo ahora.

 

En esta ocasión nos enfrentamos a un enemigo con carácter difuso, compuesto por una amalgama heterogénea de defensores de los animales, ecologistas, políticos verdes o rojos y hasta algún que otro obispo, que utilizan sus tribunas, curules y púlpitos, respaldados por poderosos sectores económicos, para dar zarpazos a la libertad que tenemos los seres humanos de escoger las opciones de ocio que mas nos apetezcan y disfrutar de las expresiones que forman parte de la cultura universal.

 

No reparan para nada en que con cada ataque están arremetiendo contra lo mas sagrado que tiene el hombre que es su libertad, ni que con esas agresiones se están violando derechos humanos fundamentales como son el acceso a la cultura, al trabajo y a la creación artística.

 

Esta estrategia contra la Fiesta de los Toros, como lo ha dicho recientemente el Premio Nóbel de Literatura D. Mario Vargas Llosa, “se ha puesto de moda”, y así vemos como día a día aparecen nuevos actos hostiles, algunos de ellos vandálicos, que hasta la fecha han sido soportados pacientemente por los aficionados y profesionales.

 

Quienes venimos luchando, desde hace casi una década, por defender la Tauromaquia, sabemos que esta agresión sistemática y estratégica se fue gestando durante años y la falta de reacción oportuna del sector ha permitido su extensión incontrolada. La frase que se escuchaba cuando dábamos voces de alarma era la de: ¡ No pasa nada, esto no se acabará nunca!

 

Pero resulta que sí ha pasado y mucho, y lo que es peor, la falta de comprensión y aceptación de esta realidad nos puede hacer tanto daño como la falta de una respuesta coherente.

 

Nos enfrentamos a un enemigo con una estrategia que persigue la abolición de la Tauromaquia y con ella la extinción del toro de lidia. Su ataque comenzó en la península Ibérica penetrando los flancos geográficos más débiles, con campos de cultivo apropiados, como Canarias o Cataluña, para mas recientemente extenderse al País Vasco, Galicia y a las capitales de los países Iberoamericanos donde la Tauromaquia se recrea, estrategia absolutamente lógica desde el punto de vista del agresor, que ha penetrado sus estructuras políticas para utilizarlas en contra de la Fiesta.

 

No es por casualidad que Bogotá, Quito, Lima y México, hayan sufrido recientemente intentos de abolición de la Fiesta de los Toros, canalizados desde alcaldías, ayuntamientos, asambleas o cuerpos legislativos. En Caracas este proceso se vivió con anterioridad y hoy su plaza de toros está destinada a otros usos.

 

Nuestro enemigo sabe perfectamente que acabando con los toros en las capitales de estos países, el proceso de extinción será lento pero seguro. Sus ataques se expresan de diferentes maneras, bien cambiando el destino al uso de las plazas de toros, o sencillamente proscribiendo el espectáculo; impidiendo la construcción de nuevas plazas o prohibiendo la instalación de plazas portátiles, o sencillamente impidiendo la entrada a la plaza de menores, castrando con ello el proceso natural de transmisión generacional de los valores culturales que encierra la Tauromaquia.

 

Pero además de estos ataques objetivos y tangibles, hay una estrategia intangible dirigida a la opinión pública que ha vinculado la Tauromaquia con la crueldad, haciendo extender un manipulado sentimiento colectivo de rechazo a sus valores, del que se han hecho eco medios de comunicación y vastos sectores del conglomerado político y social, al punto de instalarse un complejo sobrevenido de que vincularse a la Fiesta de los Toros es reprobable y sancionable social, comercial y hasta políticamente.

 

De tal manera que esta sistemática y bien pensada trama acorrala de forma absurda e injusta una de las expresiones mas genuinas de nuestra cultura occidental, la Tauromaquia, y la coloca actualmente en situación de grave peligro.

 

Lo de impedir que los niños accedan a las plazas de toros o de que se construyan plazas nuevas es sólo comparable con impedir a los niños escuchar música o prohibir que se construyan conservatorios. Y hoy estamos aceptando esto como normal.

 

Basta que frente a una plaza de toros se coloquen 100 individuos a protestar en contra de la Fiesta y hostigar a quienes asisten al espectáculo, para que esto se convierta en un hecho mediático y no así que dentro de la plaza puedan estar 5.000, 10.000 o 20.000 personas que además pagaron para entrar a ver una de sus expresiones culturales auténticas. Ni que decir cuando las anti se desnudan para llamar la atención como medida extravagante de su defensa animal.

 

 Continuará…