Por Antonio Luis Aguilera

De los aspectos más importantes de la temporada que está a punto de concluir nos quedamos con la vuelta de la gente joven a las plazas. Da gusto ver los tendidos con tanta juventud, que acude sin complejos a presenciar un espectáculo profundamente arraigado en nuestras costumbres, y que desde hace siglos forma parte de la cultura de España, a pesar del desprecio actual de los políticos ignorantes que gobiernan la nación, quienes tratan de hundirlo con conductas prevaricadoras, como la denegación del subsidio por Covid a los profesionales del toreo, a pesar de las terribles circunstancias económicas, que tuvieron que acudir a los tribunales de Justicia para que estos les reconocieran su derecho a percibirlo, algo increíble en un gobierno de izquierdas que no respeta la diversidad ni el derecho.

El mismo que pretende prohibir la asistencia a los espectáculos taurinos de los menores de 16 años, propuesta que fue llevada el pasado fin de semana al congreso del partido en Valencia; y el que ha sacado de la chistera del dinero público un bono cultural de 400 euros para los jóvenes que cumplan los 18 años en 2022, con el que sin el menor escrúpulo busca la compra de votos, y que con deliberada desvergüenza excluye a la fiesta de los toros, curiosamente a propuesta de la misma ministra —ahora vicepresidenta del gobierno— que tanto daño moral y económico causó a los profesionales del toro denegando las ayudas Covid.

Es decir, un nuevo acto de presunta prevaricación gubernamental, que afortunadamente va a ser llevada a los tribunales por la Fundación del Toro de Lidia, tratando de orillar desde el Estado la ley 18/2013, de 12 de noviembre, para la regulación de la Tauromaquia como patrimonio cultural. Otro obstáculo en el camino del toreo de un gobierno que lo odia y lo margina, no respeta a sus profesionales, ni acepta la libertad consagrada en la Constitución para que la ciudadanía haga y elija lo que le plazca dentro de los límites de legalidad. Otro impedimento más al toreo de esa mediocridad política a la que se le llena la boca hablando de libertad y respeto.

Pero a pesar de este sucio acoso del gobierno a los profesionales taurinos y a los aficionados, la respuesta de la gente joven ha sido la contraria a lo pretendido y esta temporada ha vuelto con fuerza a las plazas, como ha podido verse en las corridas televisadas por el Canal Toros de Movistar, y de forma especial a las corridas donde tomaban parte toreros considerados artistas por la bella y singular manifestación de su acento personal, ese que cuando se expresa ilumina el ruedo con la cegadora fuerza del relámpago para que los tendidos, asombrados ante el fenómeno, liberen el estruendo del ole seco y profundo, la catarsis ante la experiencia vital profunda y comunitaria, que únicamente se desencadena ante unas verónicas ralentizadas, o unos naturales que no terminan en la despaciosa y serpenteante embestida que rodea la cintura del artista que cita, trae, pasa y lleva una amenaza de muerte hasta detrás de su cintura para poder ligar la embestida.

La gente joven ha elegido bien rechazando debates estériles de confrontación política —¡qué lejos quedan los tiempos de consenso y debate de aquellos políticos de talla de cualquier formación en la transición!—y siendo testigos de una temporada fecunda en el toreo de arte, ese que permanece siempre en la mente de la afición, y que será recordado como el suceso de tal plaza o cual feria, porque la firma de su autor no se difuminará con el paso del tiempo, como sí lo harán con toda seguridad los discursos fatuos de la vigente clase política, que tanto hartazgo, desazón y malestar provoca en la ciudadanía.

¿O es que puede olvidarse el hermoso trazo del toreo de Morante, la belleza dibujada por Diego Urdiales o la increíble despaciosidad de Juan Ortega…? Tres nombres propios de la temporada para elegir una terna soñada, a los que cada aficionado podrá añadir algunos más, de esos héroes que jugándose la vida cada tarde han reivindicado en la arena la belleza del toreo en su más excelsa expresión. Y lo han hecho con tanta intensidad que otras manifestaciones artísticas, que antes del Covid estaban de moda, las catalogadas en el concepto del «más difícil todavía», han pasado a un segundo plano ante la poesía del toreo sin estridencias, el de manos bajas, trazos de seda y templado compás, que por su inolvidable plasticidad y verdad eriza el vello, humedece los ojos y seca las gargantas cuando un artista se juega la vida ante un toro bravo.

Eso sí que es arte de verdad y no los groseros ataques y censuras del gobierno de España a la Tauromaquia. Sin bono cultural o pretendida compra anticipada del voto, la gente joven ha vuelto a los toros haciendo uso de su libertad y de su sensibilidad. A pesar de tanta hostilidad los aficionados estamos de enhorabuena.

Imágenes: Arjona (Revista Aplausos y Plaza 1)