Bardo de la Taurina:

La temporada reciente de la Plaza México sufrió fuerte bamboleada en su prestigio más no como pa’ derrumbarse y lo ocurrido debe de ser aprendido por la empresa, empezando por el hecho de aplicarse taurinamente y de que aprenda a no cargar culpas que no le deberían pertenecer, como son la de encubrir las triquiñuelas que imponen ciertos toreros de extranjería, así como pecar de caprichosos. A eso se reduce el remedio para no aumentar el repudio que la mayoría de la afición les guarda y que sin más se puede evitar.

Ahí les van algunas precisiones que no tienen ciencia: señores Alemán, Herrerías, Castañeda, olvídense del antifuncional anuncio de doce corridas fijas pues esto les impide complacer al público con la repetición inmediata de los toreros triunfadores, y además evitarán el ser satanizados de antemano por los carteles flojos, y para que no les carguen todo el peso de los toros que no tienen peso ni trapío, informen abiertamente que famoso torero está exigiendo venir con determinada corrida ¡y publiquen esas fotos! Hablando de fotos, ¿para qué provocar a la afición ocultando los encierros a lidiar; por puro capricho? Así no es la cosa, además siempre terminan filtrándose las fotos…

Nadie se explicó la programación de ciertos toreros y más aún la repetición de éstos, lo que el público tomó como una afrenta. ¿Con qué propósito? Evítenlo. Otro punto fundamental es el de los jueces, que aunque la empresa diga que eso depende de las autoridades, todos sabemos la realidad, así que empresarios, tóquenle Las golondrinas cuando menos a un par de ellos y recuperen la confianza de los aficionados.

Por último, es innegable el divorcio entre empresa y afición, entonces, ¿por qué no volver al sendero de la cordialidad si a final de cuentas esto va a continuar? Por lógica el primer paso lo debe dar la empresa pues es más fácil que se pongan de acuerdo tres cabezas que son la empresa que miles que son los aficionados. ¡Venga!

Leonardo Páez:

Heriberto Murrieta publicó el pasado miércoles un artículo titulado “Prohibido prohibir”, donde el exitoso empresario, excepto en lo taurino, Miguel Alemán Magnani, externa enjundiosos conceptos en torno a la eventual prohibición de las corridas de toros en el Distrito Federal por parte del Congreso de la Unión -500 diputados y 128 senadores del partido de su elección, con salarios de más de 125 mil pesos mensuales por jugar a la democracia. La nota dice:

«Al que le gusten los toros que vaya a la plaza y al que no le gusten, que no vaya. Así de simple. Lo dice Miguel Alemán Magnani, apelando a una lógica elemental y a la libertad de la ciudadanía para elegir sus actividades”. (Es decir, si a usted no le parece la pobre oferta de espectáculo taurino del señor Alemán y sus operadores, es que no le gustan los toros. “Así de simple” o más bien de simplista, pues una cosa es la rica tradición taurina de México y otra, muy distinta, su remedo por parte de los que dicen arriesgar su dinero, aunque sin rigor de resultados taurinos, artísticos ni económicos.)

“Alemán –prosigue Heriberto-, quien junto con Rafael Herrerías ha participado en la empresa taurina de la Plaza México durante cerca de 25 años, se refiere al peligro de que el Congreso pueda coartar eventualmente dicha libertad: ‘Nada es a fuerza. En todo el mundo se respetan las diferentes instancias y los gustos de las minorías…¡Hay que poner un alto a esa situación!’ (Demanda justiciera que se oyó hasta San Lázaro, pasando por Reforma).

 

(De entrada, la afición ha padecido al Cecetla o Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje, antes Plaza México, 20 años y no 25, ya que el operador de los Alemán ofreció su primera función taurina el 23 de mayo de 1993. “¿Nada es a fuerza?”, excepto autorregulación, ninguneos y connivencias con sucesivas administraciones, en este concepto neofeudal de espaldas a la bravura y a la afición. Lo que denomina “gustos” no son las preferencias del público sino los caprichos de quienes se manejan al margen del reglamento y por encima de una autoridad sin respaldo del Gobierno del DF. Precisamente porque nuestros legisladores son omisos en cuanto a cumplir y hacer cumplir leyes y reglamentos, es que los cecetlos han hecho lo que han querido durante las últimas dos décadas en materia de espectáculo taurino. ¿Quién puede entonces “poner un alto” a este impune tíololismo disfrazado de taurinismo?)

“En efecto -remata Murrieta saleroso-, suprimir la tauromaquia sería una puñalada a la libertad de un país que busca ser democrático (sic), una decisión liberticida (resic) que en lo absoluto conviene… Alemán tiene razón (sicucha) porque cuando el tema de los toros se politiza, la polémica se desvía por otros caminos y se enturbia al ser utilizada para escalar peldaños hacia los escaños” (ripio de muy altos vuelos que nos obliga a guardar nuestro capotito cuestionador para no parecer liberticidas de los taurinos autorregulados y sus voceros).