Por Rafael Carvajal Ramos. Escalera del Éxito 177

UN CORDOBES EN PORTUGAL

Sobre el cordobés-rondeño Pedro Romero se ha escrito hasta la saciedad sobre su vida y milagros, muchas de las veces – estamos seguros la mayoría de los que de una forma u otra estudiamos su trayectoria-, de una forma románticamente inventada, lo que desde luego no daña ni tergiversa, aunque tampoco sirva para deformar ni la época ni sus méritos como persona o como torero. La inventiva idealizada y ensoñadora también es una realidad para los que pretendemos recuperar la historia.

Tanto es así, que hay que romperse el cacúmen, o al menos es lo que a mí me sucede como fiel seguidor del astro taurino, para poder clavar la atención en algún pasaje de su devenir, si no oscuro o desconocido, si poco tratado. Y este pasaje bien puede ser el inicio de la vida torera del maestro en los ruedos extranjeros, más concretamente en la vecina Portugal, a la que me acerco a través de unas notas del crítico Martín Maqueda, que graciosamente me ha hecho llegar mi buen amigo Juan Caracuel.

Nos introduce el escritor Maqueda en los dos tipos de corridas que se celebran en tierras lusas, que no por conocidas de los aficionados, tienen menos enjundia, pues están vigentes en la actualidad. Una es la «mixta». De cavaleiros (rejoneadores) y toreros de a pie. En la época que nos ocupa no es de extrañar que pensemos que los únicos toreros de a pie fueran españoles. Estaban siempre compuestas de ocho toros, que se repartían entre jinetes y toreadores. Y otra, «a la antigua portuguesa», que lidian diez toros, ocho para rejoneadores y dos para ser únicamente banderilleados por los de a pie.

Dado que en aquellos momentos aún se sostenía la prohibición que de las corridas taurinas había hecho D. Sebastián José de Carvalho, marqués de Pombal, ministro del rey José I de Portugal, y la tirantez de relaciones que por entonces reinaba entre las dos naciones, extraña que se contratara para torear al maestro Romero, si no es porque su fama de hábil lidiador y fabuloso matador había traspasado fronteras y despertaba pasiones. Sea lo que fuere, Pedro va a torear a Lisboa con motivo de las fiestas reales que se celebran para conmemorar la proclamación de María I «la Piadosa», hija del rey José, como reina gobernanta y esposa de Pedro III, rey consorte, que además era tío suyo. La fecha del enlace fue el 13 de mayo de 1777 según partida registrada en la Enciclopedia Histórica de Portugal y en la Enciclopedia Luso Brasilera. La corrida celebrada por Pedro Romero tuvo lugar en el mes de marzo, sin fecha, según consta en la Historia das Toiradas, de Eduardo de Noroña, y que fue la primera corrida que se celebró tras levantarse la prohibición de Pombal.

Los festejos taurinos se celebraron en la actual plaza cuadrada que entonces se conocía como Terreiro do Pazo, en cuyo centro se erige la figura ecuestre del rey José I, precisamente aquél que fue pare de la reina María que anuló la prohibición de las corridas.

Según consta en la citada obra de Eduardo Noroña, «Pedro Romero mató cuatro toros de los veinte apartados…» Así describe el autor la crónica de la actuación del matador: «…De repente se quedó inmóvil, se colocó casi en el centro de los cuernos, un poco hacia la derecha, recogió la muleta con la mano izquierda, bajó el brazo armado con el estoque, y esperó. El toro soltó un mugido de alegría. Su enemigo estaba allí, frente a frente. Tenía el pecho al descubierto; no le protegía ya el mágico telón que lo hurtaba a los golpes incruentos con que le envestía. Estaba a su merced. Concentró todas las fuerzas, llamó a sí todos los rencores de una venganza presta a escapársele, y arrancó.

Durante unos segundos, hombre y toro formaron un todo tan indivisible que se diría un grupo de bronce fundido de una sola pieza. La concurrencia tuvo un escalofrío de terror.

Los más pusilánimes volvieron la cara, y hubo damas que se desmayaron, otras que rompieron en llanto, burgueses que desearon encontrarse a cien leguas de allí. Todo esto duró lo que dura el resplandor de un disparo. Cuando los más timoratos alzaron la vista, el toro, en los últimos paroxismos, se estremecía en un charco y Pedro Romero, muy risueño, agradecía con un leve inclinar de cabeza las ovaciones que retumbaban en la plaza».

Creo que esto viene a llenar el vacío del año 1.777 en que Pedro Romero no torea en Madrid, plaza en la que era fijo desde 1775, en pugna artística con Joaquín Rodríguez «Costillares». El trato de favor que éste recibía por parte de los miembros de la Junta de Hospitales, desató el enojo de los Romero, padre e hijo, que se niegan a torear en la Corte el citado año, hasta que las pérdidas que esta negativa ocasionó a los de la Junta, hizo que reconsideraran y rectificaran tanto su comportamiento como las cláusulas del contrato con los Romero.

Así lo aclara el expediente que se conserva en el Archivo Histórico Nacional entre documentos del Consejo de Castilla. Los motivos expuestos por Juan Romero padre en carta al conde de Atora (4 de marzo de 1777): “… Creo firmemente que la Junta me quiere, pero también experimenté el año antecedente, que habiendo yo y mi hijo Pedro satisfecho seis corridas de toros supliendo la tercera espada sin más interés que el servir a los señores… y habiéndose ofrecido que mi hijo Juan por accidentado no pudo trabajar un día, al ajuste de cuentas se le descontó ese día, sin atender a mis méritos ni a los de su hermano Pedro…»; y en otra carta al propio rey: «… al riesgo de que la inexperiencia de su hijo Pedro, y su carácter vehemente, le expondrían en una competencia apasionadamente coreada por el público, en una plaza del crédito y responsabilidad de la de la corte…». Alude además de estas razones a otras muchas, como su deseo de no abandonar Andalucía por el precario estado de salud de su hijo Juan y la atención de sus otros hijos menores.

Pero nada de esto convence a la Junta de Hospitales, y el propio Hermano Mayor de ella, conde de Mora, las contradice al presidente del Consejo de Castilla D. Manuel Ventura Figueroa: «… Es evidente, ilustrísimo señor, que si atendemos a las causas que en globo despide la representación de Romero tienen la más convincente apariencia, haciendo muy delicada la materia, pero desmenuzada ésta como corresponde no son en sí tan vigorosas como parecen a primera vista. Supone lo primero Juan Romero que su hijo Pedro carece de la destreza y práctica en el manejo de su ejercicio, de tal modo que faltándole del lado su padre, su fogosidad, pundonor y competencia con los compañeros amenaza su total ruina…

En cuanto a la habilidad de Pedro es evidente, Señor Ilustrísimo, que no solo tiene gran destreza en el oficio, sino que abunda de toda la necesaria para torear sólo y sin arrimos…

Por lo que respecta a la fogosidad de su espíritu valiente, es ciertísimo resplandece en gran manera sobre Perico Romero dimanado de la cortedad de sus años…». El 30 de marzo vuelve a quejarse Juan Romero al rey: » … Insisto en las vejaciones y desaires de que hemos sido blanco el año anterior».

Lo cierto es que entre dimes y diretes, por culpa de unos u otros, y entre razones más o menos válidas, los Romero no torean en este año 1777 en Madrid, pero sí lo hacen por toda Andalucía y Pedro, como hemos visto, airea su arte en Portugal. Lo que viene después, es ya conocido por todos.