Al rememorar los antiguos «Cines de Verano», que fueron en cierta medida la casi única diversión popular y diaria que teníamos los cordobeses, de mis años, durante varias décadas, tenemos que hacerlo clasificándolos en dos grandes apartados; los del centro de la ciudad y los de los barrios. Porque aunque parezca igual no era lo mismo, ver una “pelí» en la Terraza del Góngora que en el Cine “Moñiga” que era como se conocía popularmente el Cine Andalucía de la calle Alfonso XII al que yo de niño frecuentaba… cuando económicamente se podía.

En el centro los cines se limitaban a ser eso, cines, a los que se iba a ver una película y se acabó. En los barrios era otra cosa, ya que disfrutaban de varias condiciones: taberna, punto de reunión y, algunas veces, hasta patio de vecinos; siempre nexo de unión y motivo para que familias distintas pasaran juntas un par de horas al día.

El hecho de ir al cine era la excusa para dos motivaciones totalmente ajenas a la película en sí: estar junto con familiares, amigos y vecinos y, disfrutar un poco del fresco que en ellos se respiraba abandonando la caldeada sala, que constituía, en la mayoría de los casos, la vivienda popular.

Desde los años cuarenta a los sesenta, y hasta los setenta si se quiere alargar la cosa, los cines proliferaron de una forma increíble, ya que a pesar de tener la ciudad un número menor de habitantes, se llegó a contar con uno o dos en cada barrio y, a veces hasta con tres. A pesar de existir tan elevado número casi todos llenaban, sobre todo los fines de semana (sábados y domingos). ¿Como fue ello posible? Simplemente porque el asistir al cine diariamente se convirtió en una necesidad imprescindible. Tan fue así que, había familias que reducían los gastos incluso de la comida con el fin de reunir el dinero necesario para poder asistir a la sesión diaria de cinematografía.


Riadas de familias cargadas con botellas de agua y el socorrido “bocata” de tortilla. Ahí iban el matrimonio, la abuela, el abuelo, los niños… todos a ocupar un espacio en las calenturientas gradas del campo de deportes del estadio San Eulogio, por poner un ejemplo. Como el “boom” fue tan grande, cualquier local un poco espacioso servía para dar cine: un corralón, un patio de vecinos e incluso solares sin edificar, caso del Cine Goya, se convirtieron por arte de “birlibirloque” en Cines de Verano.

Realmente no eran necesarias muchas condiciones para la creación de uno de aquellos locales, solo bastaba una simple pared, debidamente enjalbegada para que sirviera de pantalla, y, un pequeño cuartito frente a ella donde alojar la máquina proyectora. Y si no había ese cuartito o habitación tampoco era insalvable, pues se resolvía construyendo una burda casetilla a una altura prudencial del suelo y sostenida por cuatro pilares de ladrillos. Para que los curiosos y los niños que abundaban entre el público no tuviesen fácil acceso a la sala de proyección las escaleras de subida y bajada a la misma se sustituían por unos hierros en forma de “U” clavados en la pared.

Cine Coliseo San Andres


Para dar una idea de cómo proliferaron señalaremos que solo en el barrio de San Andrés había los siguientes:‐ “El Coliseo de San Andrés” en calle Fernán Pérez de Oliva; “El Realejo» (un patio de vecinos) en Gutiérrez de los Ríos; “El Ramos» (un solar, parte del convento de Madres Dominicas) en Santa María de Gracia y “El Iris» (un corralón) en la calle Abejar, “es decir, cuatro en un espacio que no debe ser mayor que el que ocupa la plaza de Colón con sus jardines. Y eso que no cito dos más en esa misma zona por desconocer los nombres de ambos. Estaban situados, uno en un solar de la calle Encarnación Agustina, que bien pudo llamarse Cine Regina y el otro casi al final a la derecha de la calle Santa María de Gracia yendo para San Lorenzo.

En la mayoría de nuestros barrios, ir al cine desde casa formaba parte del espectáculo ya que el público estaba compuesto mayoritariamente por mujeres y niños que realizaban una marcha ruidosa y alegre. Ellas, además del imprescindible abanico, solían llevar un frasco de gaseosa de litro -de “La Industria” o “Pijuan» que eran las más vendidas- llenito de agua fresquita del pozo, porque al nene siempre le daba sed antes de terminar la película y no era cosa de gastarse una perragorda, que era lo que costaba un vaso, en el ambigú. Claro que cuando el nene bebía, con la calor del ambiente y el constante manoseo que unos y otros le habían “pegao» a la botella, en vez de agua lo que bebían era caldo del puchero.

Todos los locales tenían y en ninguno faltó, el clásico ambigú que en muchos era una especie de bazar en el que se vendía de todo: sobres de cromos, bebidas de todas clases, los típicos chochos, pipas, caramelos, palodú o regaliz y cigarrillos sueltos Celtas, Peninsulares, Ideales, Bisontes etc.

Había un cine, el Coliseo de San Andrés, (al que recuerdo gratamente porque con edad de unos seis o siete años me llevaron mis padres allí a ver una película que era el éxito de la temporada se titulaba: “Esmeralda la Zíngara” un gran trabajo de Charles Laughton (en su papel de Quasimodo) y una jovencísima y muy guapa Mauren O’Hara… perdonen, son recuerdos imborrables para quien escribe.). Bueno, quería decir que en este cine también tenía un ambigú que lo regentaba por aquellos años, la familia Gracia, que, además, explotaba otros similares en distintos locales de la ciudad, el cual disponía de una terraza reservada y ocupada con mesas y sillones mucho más cómodos que las normales sillas de enea. Desde el privilegiado ambigú se podía seguir confortablemente la función. En los días que actuaban en su escenario -único local de verano que lo tenía- alguna troupe flamenca, el ocupar una de sus mesas era punto menos que imposible sino se reservaba con anticipación. En tan señalados días las bebidas consumidas estaban en consonancia con el espectáculo, vino de Montilla y Moriles, ya que todavía no era conocido el whisky al que tan aficionados son ahora los flamencos. De esta forma, para los espectadores afortunados del ambigú, el Coliseo se convertía en un estupendo y fresquíto café cantante. 

El aprovechamiento de solares para su conversión en cines de verano no fue cosa exclusiva de nuestros barrios, sino de toda la geografía urbana cordobesa, por ejemplo: el Cine Alcázar usó en tiempos, el solar de la que fuera la platería “Casa Fragero” (hoy Caja Sur) en la avenida de “Los Tejares”.

En el año 1936 era costumbre pasada la Feria de Mayo, inaugurar los llamados Cines de Verano, ésto solía ocurrir en la primera quincena del mes de junio, cuando las compañías de teatro y varieté, hacían los equipajes para continuar con su tourné y nuestros teatros y cines de invierno cerraban sus puertas, para volverlas abrir en Feria de Septiembre que daba comienzo la temporada otoñal.

Plaza de Toros de Los Tejares


En verano de ese mismo año había ya varios cines, pero el de mayor concurrencia era el de la Plaza de Toros “Los Tejares», que se denominaba Cine Ideal Cinema y por sus precios económicos, dado su gran aforo, estaban al alcance de cualquier bolsillo; tendido o palcos etc, 10 céntimos y sillas en el ruedo 50 céntimos.

Allí habían acomodadores que eran verdaderos malabaristas en el transporte de las sillas. Agarraban hasta ocho o más de una vez y te las servían allá donde tu eligieras sentarte con la familia a cambio, claro está, de una propinilla. Al finalizar la jornada tenían los bolsillos llenos de calderilla, pero los brazos le llegaban al suelo. Los sábados no se daba cine porque estaban las nocturnas o algún otro espectáculo de Lucha Libre Americana, Circo o Flamenco etc. Al atardecer, la gente hacía grandes colas en las taquillas, para sacar sus localidades predominando mujeres y niños. Las películas que se proyectaban en aquella época, las más taquilleras eran: las de Charlot, Carlos Gardel, Imperio Argentina, Miguel Ligero, Antoñita Colomer, “Angelillo», Maurice Chevalier, etc, y los títulos: “Tiempos modernos”, Luces de Buenos Aires”, “Morena Clara”, “El Negro que tenía el alma blanca», “El desfile del amor» etc. Todas protagonizadas por cantantes por cantantes de moda, en aquella época. Se daba el caso curiosísimo de que cuando el artista interpretaba dentro de la película una canción que gustaba al público, éste rompía con una fuerte ovación como si de un directo se tratara, viéndose obligado el operador andar marcha atrás para volver a repetirla. La pantalla estaba situada en la parte del toril, partiendo desde la barrera y el proyector en la Puerta Grande a través de unos ventanillos que se abrieron en los escalones del tendido

Muy cerca de la Plaza de toros, en el paseo, del Gran Capitán, estaba el Teatro Duque de Rivas, antes el Teatro Circo, que en verano disponía de un bonito patio rectangular ajardinado con pantalla y escenario, donde se daba cine, teatro, zarzuela y arte flamenco, sobre todo, la noche de Santiago. Este local se denominaba Cine Parque Recreativo ya que era un verdadero jardín. Da la casualidad que hoy, cuando esto escribo, estamos a sábado 18 de julio del 2020 en plena pandemia, y el 18 del mismo mes del año 36 el cine Recreativo, daba a las nueve de la tarde-noche la película española “Los Claveles» basada en la zarzuela del mismo nombre, y en la Plaza de Toros estaba anunciada para las once de la noche, una novillada económica para los diestros cordobeses: “El negro del Hotel Regina; “Recarcao» y “El Niño del Club»…ambos espectáculos no se pudieron celebrar, porque horas antes y, en lo mismo que en otras ciudades españolas, comenzaba desgraciadamente lo que después se llamaría La Guerra Civil Española. Los Artilleros situados delante de la Plaza de Toros, abrieron fuego lanzando dos cañonazos contra el Gobierno Civil que por lindar con el cine rompieron la mayoría de las sillas e hicieron polvo la pantalla el ambigú etc.

En la calle Alhaken II, muy cerca de la antigua Estación Central del Ferrocarril, estuvo el Cine Alcázar y sus pistas de tenis servían durante el día, para que la buena sociedad cordobesa practicara el bonito juego de la raqueta. Este local por tener muy bajas las tapias, se veía casi bien desde la calle, y a la hora de empezar se congregaban mucha gente dispuesta a ver la película completamente gratis. Algunos…los más avispados, se inventaron unos tableros con unos ganchos , que los colgaban en las ventanas de enfrente de la fábrica de cervezas Mezquita y veían su “peli» cómodamente sentados.

Otro ejemplo nos lo da el que se instaló en el solar que hubo en la esquina de la avenida del mismo nombre con la calle Morería. En ese solar fue donde anteriormente se levantaba el Hotel España Francia. Su empresario, el novato Santiago Repiso, encontró numerosas dificultades para su desarrollo agravadas por estar ubicado en lo más céntrico de la ciudad y tener que compartir el público con otros locales que estaban regidos por empresarios de más solera y tradición. A pesar de ello lo intento todo, hasta dar funciones de teatro en un improvisado escenario durante la temporada de feria del año 1943 en el que actuó la compañía de variedades que encabezaba el imitador de estrellas Bertini. El señor Repiso, a la hora de contratar películas la competencia que tenía que vencer era enorme, ya que las casas distribuidoras preferían a aquellas empresas que explotaban varios locales -circuitos- se le llama en el argot. Cuando lograba alguna película de las llamadas “taquillera», le hacía una propaganda especial y sumamente original, bien formaba una falsa cola ante las taquillas para que el público se animara, o lo que hacía con frecuencia cuando observaba que se paraban a mirar las carteleras que exhibía en la tapia del local; se acercaba cautelosamente y mirando él también los “cuadros» decía en voz alta para que la gente lo oyera: “Anda que no es bonita ni ná esta película”. ¡Yo la vi anoche pero hoy vengo a verla otra vez!”… Y aseguraba que muchos picaban.

Un cine de Categoría Especial, el más pomposo y aparatoso de todos los cines de verano lo fue “La Terraza del Góngora” que se encontraba situado en la azotea del teatro del mismo nombre. El inconveniente de estar en una azotea se soslayaba con el uso de dos grandes ascensores, que fueron de los primeros que se instalaron en Córdoba. Al estar tan alto y al encontrarse su edificio en el núcleo urbano donde más grandes eran las construcciones, se tropezó con el inconveniente de que algunos anuncios luminosos de Las Tendillas, dificultaban la correcta visión, lo que evitó poniendo alrededor de toda aquella planta una celosía de madera pintada de azul por la que trepaba y hasta se enroscaban preciosos rosales de pitiminí y olorosos jazmines que hicieron de “La Terraza del Cine Góngora” un local acogedor en extremo. Naturalmente este cine también tenía su ambigú, pero no se vendían en él ni “chochos» ni pipas, ni “arbellanas” sino dulces y chocolatinas. Los niños vendedores que en los demás cines ofrecían agua fresca en un botijo con una corona de latón terminada en finas y puntiagudas lanzas para que nadie pudiera chupar el pitorreo, se sustituyeron por botones elegantemente uniformados que ofertaban riquísimos bombones

helados. Dada la categoría que gozaba y con el fin de distinguirlo del resto, los acomodadores se convirtieron en bellísimas señoritas que vestían lujosos uniformes y, las sillas de enea, normales en los otros cines se cambiaron por cómodas mecedoras. Total, un cine para la clase pudiente y con todo el confort de que se disponía en aquellos tiempos.

El Parque Recreativo fue otro cine de verano, enclavado en el centro, que tuvo un gran predicamento. En realidad no era sino parte de los amplios espacios que rodeaban al Teatro Duque de Rivas. 

Casi todos los años cambiaba de tamaño aunque siempre giró alrededor del citado teatro, ya que se acomodaba a los espacios que iban dejando libres las nuevas obras de los edificios que se construían y que terminaron por absolverlo.

Empezó llamándose Parque Recreativo y acabó con el mismo nombre del teatro que le daba sombra. Se encontraba situado en la parte de lo que hoy se conoce como el pasaje de “El Gran Capitán” donde se encuentra la Cafetería Milán y otros comercios. El acceso al local era por el mismo sitio que al teatro, un largo y estrecho callejón que formaba linde con el edificio que durante muchos años fue el Gobierno Civil y anteriormente Palacio de los Marqueses del Mérito.

Pan aparte era el Coliseo de San Andrés por su modélico empresario don Antonio Cabrera. Ciertamente y durante muchos años, según las más variadas opiniones de profesionales teatrales y cinematográficos: artistas, actores, divas, flamencos, cantantes, el Coliseo San Andrés (El “Coli» para la gente joven) fue el teatro-cine de verano más cuidado y más bonito de toda Andalucía. Tuvo una gran actividad teatral, por su escenario pasaron, a partir de los años cuarenta, multitud de espectáculos de todas clases: flamencos, comedias, zarzuelas, revistas y variedades. Muchas fueron las compañías que hicieron largas temporadas, la de Casimiro Ortas y la titulada Puchol y Ozores. 

Casimiro Ortas fue un actor cómico que hacía largas temporadas en Madrid estrenando comedias de todos los autores de la época. La compañía Puchol-Ozores estaba formada por Mariano Ozores y su esposa Luisita Puchol, él fue el fundador de la saga Ozores que tan resonados éxitos populares obtenía en su mejor época en el cine comercial. Otra compañía que actuaba con cierta asiduidad era la del actor cordobés Luís Benito Arroyo; también Paco Soria hizo en esa década una extensa temporada teatral. Numerosas fueron también las compañías de zarzuelas que ocuparon su escenario, destacando entre ellas la del barítono paisano José María Aguilar. Entre las flamencas recordamos a las de Pepe Marchena, Canalejas de Puerto Real, Niña de Antequera, Juanito Valderrama, “El Peluso”, Manolo el Malagueño que se hacía anunciar como el galán cantante cinematógrafo. (Este magnífico artista, amigo de mi familia, estuvo y cantó el día de mi bautizo acompañado a la guitarra por mi querido padre).

Uno de los más resonantes éxitos lo obtuvieron Manolo Caracol y Pepe Pinto. Cuando venieron enrolados en un mismo espectáculo cantaban juntos fandangos, un tercio cada uno. El público que en estos espectáculos atestaba el local, bramaba y enloquecía. Entre los de variedades que más éxito lograron, sin duda fue el de Manolo Escobar que por aquellos años empezaba a consolidarse como figura del género, también fue muy sonado el que consiguió, el locutor de Radio Sevilla Rafael Santisteban con su espectáculo “Conozca usted a sus vecinos» en el que hacía un monólogo el tristemente fallecido Pepe Da Rosa. Los de Pepe Marchena era también de los que hacían “crujir” el bonito y cuidado local. Cuando actuaba, la cola de la taquilla llegaba, a veces, hasta la plaza de Orive, donde se encuentra la “Casa er Bute”, por cierto que aunque nos salgamos un poco del tema viene a cuento contar, que dicha casa, formaba un rincón que lo aprovechaban, por lo estratégico y la poquísima luz que tenía, algunos viandantes para hacer sus necesidades fisiológicas. Los dueños de aquella casa y los pocos vecinos que vivían en la calle, pero que también sufrían tan desagradables y antihigienicas malas costumbres, decidieron por su cuenta matar aquel rincón tabicándolo en forma de triángulo para así dificultar su uso a tales menesteres. Pero aquella idea no dio el resultado que se esperaba ya que se seguía empleando como de un escusado se tratara. Entonces, aquellas sufridas familias pensaron en ponerle una luz potente que acabara con el problema de una puñetera vez…y, fue peor, ya que los que iban aprovechaban para leer el periódico mientras lo hacían.

Volviendo al Coliseo nos viene a la memoria que durante muchas temporadas la inauguración teatral corría a cargo siempre del rapsoda José González Marín quien se bastaba el solo para llenar el programa. A González Marín se le llegó a llamar “El Faraón de los Decires». Fue el verdadero creador del personaje que se hizo imprescindible en todos los espectáculos de variedades: el recitador. Hasta que él se atrevió a dar recitales poéticos constituyendo un espectáculo teatral, nadie anteriormente había osado hacer cosa semejante. Siempre que actuó en el Coliseo San Andrés lo hizo a teatro lleno hasta los topes.

Por lo que representó el Coliseo para los cordobeses dentro de lo que eran los cines de verano, no podemos en justicia, dejar de evocar la figura de su fundador, empresario y propietario, don Antonio Cabrera Díaz quien se encontraba muy estrechamente vinculado con su Coliseo, uno de los primeros locales que tuvo en propiedad y al que estaba unido por lazos emotivos y sentimentales. Profesionalmente, en aquellos tiempos, habría pocos empresarios teatrales con más personalidad y que don Antonio Cabrera, personalidad que se reflejaba tanto en su faceta profesional como humana, ya que como marido fue consecuente, sabiendo soportar, con envidiable resignación, la triste y dolorosa enfermedad que aquejó durante años a su esposa (doña Luisa Salcedo); como hijo demostró tener un gran amor filial mientras vivieron sus padres (doña Rufina y don Martín) ni un solo día, hiciera frío o calor, lloviera o venteara, dejó de ir al Coliseo a besarlos. Como padre, tuvo un solo hijo, Francisco Cabrera Perales, “Paquito Cabrera» para sus amigos que eran todos los cordobeses, a quien quiso con auténtico amor paternal.

Continuará… 

Antonio Rodríguez Salido

Compositor y letrista.

– Escalera del Éxito 176.-

Jose Luis Cuevas

Montaje y Editor