La Fiesta de los Toros, rito, espectáculo y cultura ancestral de raíces claramente mediterráneas y latinas, discutida y discutible con furibundos detractores y apasionados defensores, eso es en esencia la Fiesta Brava. El juego del hombre con el toro bravo se remonta a mas de 2000 años atrás con evidencias conocidas en la isla de Creta donde las muchachas de la época practicaban las piruetas volteando sus cuerpos parcialmente desnudos por encima de las cabezas astadas de los uros.

 

El toro llegó a la península emigrando desde Turquía por las costas del sur de Europa y por las del norte de África con posterior mestizaje al encontrarse. Hacia el s. XVI fue el objeto de diversión de los nobles caballeros desde sus protegidos corceles y más tarde del pueblo llano a pie, burlando con sus capas de abrigo las tarascadas y acometidas del animal. De aquellos nobles orígenes proviene el que el picador, subalterno del  maestro, pueda vestir y lo haga como su jefe de filas con bordados de oro en sus chaquetillas.

 

El toreo moderno, con reglas, empezó en el siglo XVIII en que se describieron las primeras suertes y se escribieron las primeras tauromaquias –probablemente la de Pepe-Illo en 1796 fue la inicial – y desde entonces hasta nuestros días no ha parado de evolucionar hacia bien, hacia la perfección. Hoy se torea mejor que nunca, aunque los animales no siempre muestran la presencia, el respeto, trapío y bravura que la grandeza del arte reclamaría.

 

En este enfrentamiento/entrega de toros y toreros el animal tiene previstos una serie de pasajes de la lidia en los que recibe por un lado mimos y cuidados, y por otra cruentas agresiones físicas con sufrimiento difícilmente cuantificables de tipo físico y psicológico.

 

 

 

Fig. 1:  El salto del toro juego preferido de las culturas Minoicas en  Creta más de 2000  años a.d.C..

 

 

Estudios científicos basados en la presumible atenuación de ambos en base a las constantes descargas hormonales frente al estrés (adrenalina, endorfinas…) minimizan el padecimiento consciente, en el momento de las distintas suertes. Los aficionados lo aceptamos como parte del rito y apenas nos impacta cuando la lidia se ejecuta de acuerdo con los cánones, sin ensañamiento, retrasos ni encarnizamiento manifiesto.

 

Distinto es cuando el varilargero masacra el morrillo y paletillas del bicorne, casi siempre por indicaciones previas o cifradas del maestro o su cuadrilla, o cuando en el tercio de banderillas las pasadas en falso, las dudas y los miedos acribillan con arponcillos la anatomía superior del toro. Y no digamos cuando tras una faena más o menos compuesta y lucida el “matador” no es capaz de hacer penetrar los aceros en el “triángulo de la muerte” en la cruz, en lo alto del morillo, ni a la primera, ni al la segunda….

 

En cuanto a los mimos, el cuidado, el respeto y el amor los recibe/percibe el bravo, intuimos, cuando los actuantes lo recogen con templanza, lo llevan “bien toreado”, no le molestan, ni “le atacan” ni le agreden, le dan las oportunas pausas para que se recupere, le permiten la distancia y los terrenos que le son cómodos, lo traen y lo llevan sin brusquedades, no dejando que enganche los engaños, le dejan lucir su bravura y acometida, le mandan y le ligan, cuando ya le estaban templando, cuando le dan los necesarios y oportunos “toques” para fijar su atención e imantar su embestida, cuando vuelan sobre el morrillo para hundir la certera estocada, más aún cuando le esperan en un encuentro o recibiéndole en el centro de la suerte suprema…y cuando con respeto le acompañan sin marearle la cuadrilla en su final saliendo su bravura a la luz en sus últimos instantes de lucha con la muerte. En todos esos momentos y muchos más se rinde un homenaje estético, respetuoso  y sentido al toro de lidia.

 

Pero el peligro físico y psicológico para los humanos actuantes, incluso el riesgo de muerte, es consustancial y real en la Fiesta. Es lo que marca  la diferencia y disuade a los que no nos atrevemos nunca a asumirlo y, aún gustándonos, ni intentamos enfrentarnos al toro en serio. El “ponerse  delante” ocasional o frecuentemente de vaquillas o becerros –hasta novilletes- que algunos aficionados prácticos consuman no son más que simulacros, no exentos de riesgo, que no reproduce las posibilidades de cogidas y revolcones de un profesional inmerso en la temporada.

 

 

 

También ese peligro le da grandeza e interés pues, sin que nadie desee la tragedia durante la creación artística, de no estar ahí esa posibilidad bien seguro que las corridas, la tauromaquia desaparecería. Por eso la exigencia de los buenos aficionados de que se preserve la pureza de la especie del toro de lidia, su bravura, trapio y armadura, lo que representa una selección natural para los más valientes, capaces además de crear estética, dominio y placer para ellos y sus seguidores.

 

 

 

Por  eso en cuanto las corridas tomaron protocolo y reglas apareció en el callejón la figura de un galeno, con mayor o menor preparación equipamiento humano y material, encargado de atender a los profesionales y asistentes ante cualquier eventualidad sanitaria relacionada con percances durante la lidia o con sucesos patológicos durante su contemplación.

 

 

 

Ello lleva a que la CIRUGÍA TAURINA tiene una filosofía y misión como es el acercar los cuidados al lugar donde ocurren los sucesos, lesiones, cornadas, traumas o enfermedades. Siempre se ha dicho con razón que si junto a cualquier politraumatizado de carretera o de deporte de riesgo, existiera un profesional sanitario que facilitara las primeras atenciones, la mortalidad  y las consecuencias finales se verían muy reducidas.

 

 

 

Los máximos –que en Sanidad deberían ser igual que los mínimos- son los actuales equipos medicoquirúrgicos multidisciplinares y bien formados que privilegiadamente disfrutamos en las plazas de primera, en las que se dan más de 16 festejos al año. Deberían ejercer  su práctica   en una buena Enfermería acreditada según las disposiciones oficiales reglamentarias y por tanto bien dotada. Unos medios de traslado-evacuación medicalizada y un Centro receptor de referencia completan el triplete necesario – indispensable – para dar a herido o enfermado (un infartado entre los espectadores por ejemplo) las mayores garantías asistenciales  disponibles.

 

 

 

 

 

 


                                   Fig.  2.:  El autor en el quirófano principal de la Plaza Monumental de Barcelona

 

Ese grupo humano, la “cuarta cuadrilla” en metafórica denominación de Juan Soto  Viñolo (*), más o menos numeroso y súper especializado, debe liderarlo un cirujano – general o traumatólogo – experto en los traumatismos de todo tipo, como se atienden en las urgencias de cualquier gran hospital. Las ideas deben estar claras: actuaciones cuanto antes, priorización de gravedades y balance general de las lesiones, a lo que contribuye decisivamente presenciar el percance, conocimiento de las posibilidades propias, del equipo y del lugar, maniobras salvadoras de la vida y decisión acertada del momento de la derivación, sea para  convalecer simplemente o para completar diagnósticos y/o tratar en ambiente y manos especializadas los daños complejos y críticos.

 

 

Fig. 3:  La “cuarta cuadrilla”

(tomado de EL MUNDO, supl. SALUD 21 de mayo de 2005, ilustración de Raúl Arias)

 

 

(*)  Juan  Soto Viñolo. Escritor y Periodista. “La Cuarta Cuadrilla”. Conferencia en la sesión inaugural del XXV Congreso Nacional de Cirugía Taurina. Barcelona 8 de marzo de 2007.

 

El cortejo emocional y las presiones ambientales y mediáticas que se derivan de toda cogida – más aún en las figuras del toreo – sobreañaden dificultades y hace mandatorio que el  Jefe de Equipo prevea mecanismos y circuitos para que en pocos momentos se establezca un absoluto aislamiento entre el interior de la enfermería y el resto del recinto taurino, espectadores, periodistas, entorno del lesionado, autoridades y cualquier otra situación o persona ajena al equipo sanitario.

 

Lo dicho es lo ideal  pero inalcanzable al 100 %  en cosos de menor categoría con pocos festejos al año, no mas allá de los propios de sus fiestas patronales y/o ferias de escasa extensión en fechas localmente señaladas. ¿Y qué decir de las improvisadas plazas de talanqueras o portátiles para festejos populares con sustos, carreras y bravatas de los mozos envalentonados ante los compañeros y mozas con ayuda de las espirituosas libaciones  o,  más modernamente “chutes y porros” ? El nivel óptimo de la enfermería ideal es comprensible que no se tenga y es  imposible de exigir, a unos presupuestos municipales modestos.

 

En esos ámbitos debería al menos haber, eso si, además de las ambulancias más o menos tecnológicas, de las UVI móviles y quirófanos móviles, un Jefe de Equipo con experiencia en salvar vidas  y con los aspectos peculiares de las heridas por asta de toro.  No es aceptable para nadie que un médico generalista del pueblo y un practicante, ambos sin conocimientos ni experiencia quirúrgica más allá de las suturas de heridas “como pueden”, carguen con la inmensa responsabilidad de procurar los debidos cuidados a los lesionados, que en esos acontecimientos son numerosos y gravísimos. La administración local, autonómica, nacional es responsable de que “cualquier ciudadano  tenga iguales oportunidades  sanitarias”. Y esto no se está cumpliendo, aunque raramente  llegan a la información general tales tragedias.

 

Se debe aplicar las mismas premisas que en las plazas de primera, exactamente, pero en un tono menor en cuanto a alcanzar el tratamiento definitivo. Es decir que si en aquellas es mayoritario el número de los heridos, lesionados o enfermados (por encima del 95 %) que salen con un tratamiento correcto o completo ya realizado en la enfermería a convalecer hacia una clínica u hospital, en el extremo opuesto debieran ser mayoría los que tras una atención inicial adecuada y estabilizados con maniobras salvadoras de la vida se trasladen a centros próximos que a su vez deben contar con al menos cirujanos generalistas con ideas claras. Incluso cuando se ubican en zonas con actividad taurina con una preparación específica en esa clase de lesionados.

 

El eterno debate lleva a la reiterada pregunta. ¿ Es la cirugía taurina una especialidad ?. La Comisión Nacional de Especialidades, las autoridades académicas, nunca lo han reconocido. Ni probablemente estaría justificado. Lo que si es una súper especialidad o especialización más enmarcable en el apartado de la cirugía de los traumatismos pero con connotaciones muy diferenciadas de otros tipos de agentes lesivos. Concretamente la cornada es una herida que por la manera que la produce el toro con ataques (“derrotes”) sucesivos contra la presa que enseguida pierde la verticalidad y pivota sobre el cuerno, o queda indefenso en la arena o contra las tablas, hace que las trayectorias sean múltiples y que bajo una puerta de entrada circular y pequeña exista un cono de lesiones con múltiples trayectorias, cuyo reconocimiento y tratamiento en profundidad es imprescindible para una curación sin complicaciones.

 

El cirujano verdaderamente general y polivalente, especie en clara extinción pues dejó de ejercerse tal práctica a principios de los años 70 con el desarrollo de las especialidades en los Centros Hospitalarios, era -es- el perfil idóneo para ser el director de un equipo médico-quirúrgico. La actual cirugía general se ha visto desprovista de regiones y órganos también víctimas de la violencia de los toros. El cuello, el tórax, el aparato locomotor, el sistema urológico y nervioso central y periférico el sistema vascular. Todos ellos son ámbito de especialistas, pero de todos ellos debe tener el actual Jefe de Equipo información y preparación para poner en práctica esas pocas actuaciones que permitan el transporte seguro al hospital de nivelación y equipamiento suficiente para garantizar la correcta atención. Entre sus obligaciones morales y profesionales está sin duda saber qué puede dar de sí cada hospital de su ámbito próximo o medio y que especialidades en cada uno de ellos tienen representación de presencia o localizable las 24 horas de un día festivo o no.

 

 

Fig. 4: Parte del Equipo Médico-Quirúrgico de la Plaza de Barcelona el 17 de junio de 2007

(El interés de la reaparición de José Tomás hace que los Facultativos oficien de foto-videógrafos)

Foto Muriel Feiner

 

Magnífico y loable que se hayan impuesto los elementos de transporte – que según dónde deben contar con helicópteros – para llevar rápidamente al enfermo pero será inútil o insuficiente si el “director de orquesta” no conduce con acierto los primeros compases.

 

La temporada 2007 ha sido, con mucho, taurina y artísticamente la mejor en muchos años. Una baraja de más de 14 toreros bonísimos, interesantes o simplemente emergentes nos han hecho recordar los mejores años 60 y hasta – salvando las distancias – las mejores edades del toreo.  Triunfos sucedidos, faenas para el recuerdo, entrega, pasión, sensaciones….Pero también ha sido de las más cruentas en las que se ha podido evidenciar que estamos lejos de los mínimos ideales.

 

Toreros ha habido que han sufrido las consecuencias de heridas con trayectorias y lesiones profundas no reconocidas y por tanto no tratadas al principio y de traslados por carretera en búsqueda de alguien que sepa por lo menos como ellos mismos sobre el tratamiento correcto de las heridas taurinas.

Los daños desapercibidos y por tanto no tratados de la forma adecuada son la causa de complicaciones graves, inhabilitaciones y retrasos en las curaciones, o peor, o hasta en el pasado fueron motivo evitable de fallecimientos.

 

 

También hay “gestos” equivocados en la tradición taurina como creer en los beneficios inmediatos de un torniquete con el corbatín, que generalmente aún aumenta la hemorragia venosa a la que se priva de su drenaje centrípeto natural al ponerlo por encima y que “afortunadamente”  no se aprieta tanto como para detener una hemorragia de predominio arterial que dejaría la extremidad inmediatamente inútil y propiciaría gravísimos e irreversibles daños neurológicos directos por la presión del cíngulo e indirectos por  la falta de oxígeno en sus estructuras.

 

                            

 

                                    Fig. 5:  El torniquete colocado por encima favorece el sangrado venoso.

 

 

 

 

Sería mucho más acertado, si el torero se niega a pasar a la enfermería hasta matar al toro, que alguien taponara la herida a presión con un paquete de gasas y realizara con rapidez entre barreras un vendaje elástico ancho y apretado. Al menos eso minimizaría las pérdidas sanguíneas y la infección  de una herida que permanece abierta y descubierta en el resto de la lidia.

 

 

 

 

 

El  afeitado de los toros o los encontronazos provocados contra tablas que hacen su agente vulnerador astillado o astillable mucho más lesivo. Por otra parte el prodigar la cirugía de las cornadas – supuestos puntazos – con anestesia local  expone a no identificar como se debe las lesiones en toda su extensión y a que el torero concluida la sutura se escape indebidamente hacia el ruedo.

 

 

 

Cierto es que en aquellos festejos modestos a los que aludíamos antes, la anestesia general puede ser problemática y los medios de apoyo también. Ello no excluye que al menos se traten bien, con la infiltración local de un anestésico, los planos superficiales de la lesión con imprescindible eliminación de los bordes contundidos, con limpieza por arrastre e instalación de drenajes para inmediata derivación y revisión quirúrgica a la menor duda en los hospitales de referencia.

 

 

 

Como en todo el sentido común y la serena experiencia debe presidir las acciones en cada caso con una gran dosis de prudencia y previsión. Todo debe quedar debidamente registrado y constatado porque con frecuencia si las cosas evolucionan mal todas las miradas y dudas se proyectan hacia el cirujano responsable.

 

 

 

Si el lesionado opta, contra la opinión médica, volver a la arena es imperativo hacerlo constar en el parte facultativo, muy especialmente si se considera que la merma de facultades puede propiciar un percance mayor o el mal curso de las lesiones tratadas. Si desoye los consejos de su cirujano y decide marcharse del  centro sanitario e incluso reaparecer prematuramente debe quedar constancia de que lo hace bajo su responsabilidad.

 

 

 

 

En todo caso los cirujanos taurinos son, deben ser, grandes aficionados a la Fiesta para entender bien los terrenos del toro y el torero, valorar por adelantado el riesgo de percance y cómo puede ser en cada caso, ver la cogida con una intuición que da la experiencia y que les indica si hay penetración del cuerno con lesiones asociadas o no.

En la medida que lleguen a conocer el psiquismo especial de los toreros, su estado de ánimo, su momento profesional, perfil y veteranía podrán presumir aún más la posibilidad de la voltereta o la cornada, así como intuir y comprender  sus particulares reacciones.

 

 

 

 

 

 

 

 

Fig. 6: Un niño que no fue torero…. y llegó a cirujano taurino en la “cuarta cuadrilla”

 

 

Grandes aficionados, sí,  para añorar el ambiente de la corrida cuando como en plazas de temporada o de ferias largas los festejos se suceden días y días, semanas y semanas.

 

 

Probablemente incluso, el buen cirujano taurino es aquel que íntimamente hubiera deseado ser torero pero no pudo o no se atrevió y sublima esta frustración personal en su vinculación y entrega al mundo taurino desde el burladero de la “cuarta cuadrilla”.

 

 

 

 

 

 

 

Dr. Enrique Sierra Gil                                                                     Abril de 2008

CIRUJANO JEFE

Plaza Monumental de Barcelon