La ocurrencia feliz de las corridas de concurso de ganaderías no debe olvidarse, es el reencuentro del toro y de la Iidia, en concreto un binomio para despertar al aficionado del letargo de rutinas y malos modos que, a veces, transige y aplaude.

 

El sentido de estas corridas debe ser, como ya hemos apuntado, la lidia y la afición al toro. Observar las querencias y cambios del astado. Repetimos, curiosidad por ver al toro. Para comparar a un toro con otro hay que lidiarlos, hay que saber lidiarlos. La esencia de las corridas de concurso la tienen que cumplir los ganaderos asistiendo al concurso con toros, con ejemplares bien presentados y de trapío como mínima y previa condición; después vendrá la bravura, el matiz de la bravura para darle puntos al toro a la hora de calificar por el jurado. Esto de la presentación se debe tener siempre en cuenta. La bravura sólo se ve con una lidia perfecta, adecuada al fin del concurso de la corrida sobre todo en la suerte de varas, que es la que más define la bravura. Ahí se tiene que observar la distancia a que se arranca el toro, la manera de arrancarse, si es pronto o es tardo, si se queda en el caballo o se va, si se queda dejándose pegar o se queda paleando, pulsando sobre las patas, metiendo los riñones, como si para hacer más fuerza se apoyara en el rabo. Todo esto y más hay que ver en la bravura de un toro.

 

En una corrida concurso no se puede andar con disimulas, sino todo lo contrario; hay que ver hasta dónde es bravo un toro o hasta dónde es manso. A veces un toro se duele en un puyazo y se crece en los otros dos, que es buena señal, por ejemplo. No se puede disculpar la bravura; tampoco la lidia para la que tienen que estar habituados los toreros. Hay que colocar al toro, dejarlo ver en la suerte de varas.

 

Las corridas de concurso han de tener la finalidad teórica de estimular a los ganaderos y aficionar al público al toro. A la vista de esta utilidad y esta vocación taurina había que dar también un premio al torero que mejor lidiara un toro. De esta manera no se desentendería de la lidia, como ha ocurrido en desgraciadas ocasiones, hasta de olvidarse del fin de la corrida. Así muchos «pegapases” aprenderían a lidiar, concepto que les está haciendo falta, aunque algunos no lo crean. Gracias a ello el público se aficionaría a ver el toro. Porque como se lidian hoy muchos toros y como se llevan las suertes no se puede estar seguro de haber visto la bravura del toro. Sabiendo los toreros colocar al toro en suerte y dándole los capotazos con buen sentido de lo que requiere el enemigo, podría suceder en una corrida de concurso que el toro mejor lidiado no fuera el toro premiado por su bravura, podría ser el más manso.

 

Todo esto practicado con meticulosidad en las corridas de concurso podría trascender al resto de los festejos taurinos. Ganarían en atractivo las distintas suertes de la lidia, que se practicarían con mejor concepto; cada toro llevaría los pases adecuados y se le prepararía para la muerte debidamente desde el primer capotazo, y nos ahorraríamos esas faenas largas a base de los dos pases que, a veces, no proceden.

 

 

 

 

 

José Julio García

Decano de los críticos taurinos de España