Termina la temporada y los toreros empacan sus trastos, algunos, y hacen, o intentan, hacer ‘las Américas’. La mayoría se quedan fraguando sus ilusiones en España, del mismo modo que lo hicieron durante la temporada, a la espera de esa oportunidad que pueda ponerles en circulación.

Ese es el sino y el destino de la actividad profesional. Su objetivo es torear y a ser posible vivir de esta actividad, de la profesión elegida.

Los aficionados no hacen ‘las Américas’, ni fijan sus miradas en la preparación, los aficionados son más raros, se apasionan simplemente por aquello que aman. Y si no tienen plazas de toros donde acudir a ver festejos, ellos mismos generan eventos suficientes como para que la espera hasta la temporada próxima no sea un desierto.

Cientos de actos se desarrollan, organizados por los aficionados, en el invierno.

Es aquí donde aparecen multitud de actos en los que las conferencias, las tertulias, las proyecciones de videos con las faenas contempladas recientemente, o incluso películas de otras épocas, van a ocupar el espacio de su afición.

Ese es el mundo cultural del que tanto se habla, mucho más allá de las propias corridas de toros, ese es. En todos esos actos se pone de manifiesto la cultura de un pueblo, y en las que el antitaurino no tiene razones ni elementos para acusar de maltrato, porque lo que en todos ellos se hace no hay esa sangre de por medio que tanto usan para censurar la Fiesta.

Los aficionados son la Fiesta. Sin ellos si que podría acabarse todo. La representación es con un toro y un torero, pero son ellos, los aficionados, quienes sostienen, en verano y en invierno, las raíces de esta fiesta secular.

La llama la mantienen encendida mientras los profesionales se preocupan de si mismos. Por eso son tan censurables los ataques gratuitos que se suelen dar contra ellos, acusándoles de exigentes, de talibanes, de intransigentes. Acusaciones y desprecios a aquellos que son los que sostienen y cuidan la cultura de la propia Fiesta.

En los múltiples actos que se dan en toda la geografía española, no aparecen los públicos que asisten a los toros de manera ocasional. Tampoco se llegan a ellos los del clavel, fundamentalmente porque allí no suelen estar los nombres de las figuras que a ellos les arrastran. No gustan de la Fiesta más allá de unos cuantos nombres que les suenan bastante. Ahí se ve solo a la afición.

Los aficionados lo siguen siendo en invierno y pueden que todos quepan en un autobús -eso si, un autobús en cada pueblo de España-, pero ellos son la vida, la cultura, la razón para que todo esto tenga continuidad, para que exista.

Por todo lo expuesto, les suelo tener siempre muy presentes. El toro es el protagonista del rito, sin duda, pero son los aficionados los que representan la razón de su existencia, incluso los que ponen voz al toro que no la tiene. Ninguna otra actividad lúdica genera a su alrededor esa cantidad de actos culturales, desde el desinterés económico, señal inequívoca de su fuerza y lo arraigada que está la Fiesta en el pueblo.

El día que los aficionados no programen con actos taurinos culturales los inviernos, es cuando  podremos decir que o se acabó la afición o se acabó la Fiesta. Este invierno, una vez más, está muy vigente.

 Imagen: José Mª Fresneda