He intentado abstraerme de escribir sobre el Centenario luctuoso y terrible que se ha cumplido en esta semana y leer las páginas que tan magníficamente han dedicado la legión de capacitados y acertados comentaristas y críticos. Verdaderamente no he podido quedar impasible con el recuerdo de una vida gloriosa del toreo y cincuenta años de muerte. Belmonte fue el más atípico de los matadores en la época más importante de la fiesta. A pesar de que nada se pueda innovar que contribuya a engrandecer más la figura de este torero, es deber de todos los aficionados dedicar un instante en devolver a Juan Belmonte, a la vida terrenal. El haz de luz que ilumina al genio en todo su esplendor se concreta en palabras surgidas del sentimiento y la admiración.

 

… el toreo es, en resumen, poder más que el toro. Poderle con corazón, cabeza y facultades, al toro. Es así hasta que destacó en el firmamento taurino un astro, un cataclismo. un terremoto, un fenómeno que todo lo hunde y todo lo crea: Juan Belmonte. Si, su muleta maravillosa se supera y cuaja creadora hasta el último pase de su vida en los ruedos, la capichuela de Belmonte es un poema y ciencia nueva. Banderazo y enmiendas componen con armonía su figura que gira suave la cintura. Cargar la suerte, el brazo derecho graciosamente a la altura del hombro y marcar la templada salida y la noble mano suavemente desmayada.

 

Preparado para ligar sin enmienda de pies al toro sin raspaduras los asombrosos lances belmontinos. ¡La verónica de Belmonte sin enmendarse! rematada por la media verónica. Un arco el toro, chascados sus huesos y todo sin esfuerzo, sin poder más que el toro el músculo y la sabiduría, sino el corazón de un elegido y la serena cabeza que crea arte nuevo enraizado en la más pura esencia del toreo. Sin fuerza, sin violencia, estético, impresionante. Ese toreo belmontino, destacadísimo elemento básico de las maravillas y temeridades que se han realizado en los ruedos impregnados, quiéranlo o no, de esencias belmontinas y de la verdad del toreo.

 

Al repasar estas líneas, a la mente se nos vienen algunos de los llamados ídolos actuales y que deberían sentir una necesidad imperiosa de cortarse la falsa coleta para dedicarse a la moda o de tertuliano en un programa de charloteo cutre social televisivo.

 

Sálvese quien pueda.