La estampa de la gente de coleta en el patio de cuadrillas o guardada entre barreras disfrutando un pitillo tiene su taurinismo, como también, las imágenes en blanco y negro, del gordo y barbón Ernesto Hemingway ocupando una barrera de la Misericordia o de las Ventas con un veguero entre los dedos. En aras de la modernidad y el supuesto respeto a los demás –a los propulsores de estas ideas, se les olvida que los fumadores también merecemos un respeto- en un futuro nos veremos privados del disfrute de echarle humo al corazón mientras paladeamos una faena.

Poco a poco le vamos cambiando la fachada al asunto. Primero fue aquello de entoldar los inmuebles taurómacos. Algunos como La Taurina en Huamantla, o El Relicario en Puebla, quedaron hechos unos adefesios más parecidos a un circo que a una plaza. Ganamos en comodidad, es cierto. Ahora, los taurinos que vamos a las corridas en esos lugares, ya no echamos vistazos al cielo para prever cómo nos tratará el clima por la tarde. Así corran vientos huracanados o el cielo se encapote de nubes negras como morrillos de la manada, el festejo se llevará a cabo, pero a cambio, nunca más disfrutaremos de la vistosidad multicolor y brillante que es una tarde luminosa en el tendido. A los toros con sol y moscas, mandaba el canon que desde hace años es letra muerta. Peor si consideramos, que los toldos dieron paso a las representaciones nocturnas y que del domingo a las cuatro de la tarde, día y hora toreros por excelencia, acabamos en los cargantes viernes, ocho de la noche, en que los jóvenes asisten al tendido para el precopeo antes de marcharse de farra al antro.

Hace unas semanas un guardia de seguridad privada contratado por la empresa, nos detuvo a las puertas de sol de la monumental de Apizaco, indicándonos que no podríamos ingresar a la grada con la bota llena de tintorro, porque estaba prohibido introducir bebidas. Tuvo que venir un supervisor a decirle que lo del cuero lleno de vino sí estaba permitido. No sin antes recibir de nuestra parte toda una arenga sobre las tradiciones, las libertades y su criterio de pájaro.

Lo del billete, a su vez, tuvo su transformación. De los papeles impresos con una pintura de Ruano Llopis, Francisco Flores, o Roberto Domingo que guardábamos como la llave que nos daba entrada el paraíso los días previos a la corrida y posteriormente como un documento coleccionable, sólo han quedado cartoncillos impresos por computadora con claves de seguridad de un sistema muy sofisticado y frío. Ya ni siquiera podemos usar palabras castizas. Hoy debemos pedir los tikets.

Valdría la pena ir pensando en un comité pro defensa del fumador taurino en la plaza. Una agrupación que le recordara a las autoridades que fumar sigue siendo una actividad añeja, placentera y muy apreciable. Sin esa costumbre no existirían la pose de Frank Sinatra con su cigarrillo colgado de los labios, ni la canción Humo en tus ojos, ni las frases célebres de Churchill dichas apaciguadamente en medio de los bombardeos nazis, menos las de Fidel Castro y el Che Guevara discutiendo la mejor forma de incendiar el continente. Tampoco la de Coco Chanel con el largo filtro usado por la modista rebelde. Cigarros taurinos emblemáticos ha habido muchos, los de Agustín Lara, Antoñete, El Pana, el ya nombrado Hemingway y Orson Wells, Joaquín Sabina, tan joven y tan viejo, siguiendo a José Tomás por las plazas del mundo. Nos vamos civilizando y paradójico, cada día nos hacemos la vida más difícil y menos placentera.

 

Desde Puebla, informa José Antonio Luna Alarcón