El 16 de mayo, una fecha que se enlutó en 1920 con la muerte de Joselito el Gallo, la cátedra más perfecta que ha dado la tauromaquia.

En una entrevista de 1959, le preguntaron al célebre empresario Pedro Balañá Espinós, ¿Cuál es el torero de más porvenir en este instante?, y certeramente respondió: “No se puede prever el porvenir de los toreros”. Qué razón tenía el veterano empresario y propietario de la única plaza que queda en pie, de las inauguró Joselito.

Que Joselito podía morir en las astas de un toro, no entraba dentro de las posibilidades creíbles de la época, y sin embargo la tragedia levantó un viento soporífero que dejó España anonadada.

Para el gran crítico y testigo de la tragedia Gregorio Corrochano, el cadáver de Joselito representaba la imagen de lo imposible. A Rafael el Gallo, le abandonaron las fuerzas y no fue capaz de ver a su hermano inerte en la enfermería de Talavera. Para Juan Belmonte, la reiterativa llamada del teléfono dando la mala noticia, lo hundió en un pesar angustioso que llenó su rostro de lágrimas desconsoladas.

Esa primavera se esculpió una fecha con la muerte de un torero, que vivió como nació, TORERO, y que durante su corta existencia, siempre actuó para su público, sin artimañas, ni mentiras, mostrándose de frente y por derecho.

Tomen nota de ello, los políticos actuales, que en su haber se descubre la granujería, el engaño, el robo, y aun así, se jactan sin vergüenza alguna ante tal desnudez, de gobernar para el pueblo.