Como es costumbre desde hace doce años, los cordobeses, representados por la dirección y técnicos del Museo de Bellas Artes, así como el Foro Cultural Puente de Encuentro, tuvo lugar un acto en el mausoleo familiar.

COMIENZA LA DISERTACIÓN

Presentó el acto José María Palencia, Asesor Técnico de Conservación e Investigación del Museo, quien dio paso a la brillante intervención de Carmelo Casaño, que ofreció una ofrenda oral muy interesante, salpicada con frases irónicas propias de su habitual gracejo.

DOMENECH, CASAÑO, PAVÓN Y PALENCIA

Asistieron al evento entre otras personalidades y cordobeses amigos del acto, el Director del Museo don José María Vázquez Domenech; José María Palencia; María Antonia Aguilar, Concejala de Cultura del Ayuntamiento; Bernardo José Jurado presidente del Foro Cultural Puente de Encuentro; el poeta Francisco Carrasco, el periodista Jesús Cabrera , Francisco Calvo Pavón del Foro Cultural…

Reproducción íntegra de la intervención de don CARMELO CASAÑO SALIDO, abogado, escritor y sobresaliente tertuliano.

Entradilla: F. Bravo Antibón

TEXTO:

En este acto sencillo, conmemorativo de la muerte de Julio Romero de Torres, hay que empezar expresando que el gran simbolista de la pintura española, fue el fruto más conocido de una familia de artistas plásticos, comprometida con todas las manifestaciones de la cultura, que llegó a Córdoba, para quedarse y determinarla, desde un pueblo onubense muy cercano a La Rábida colombina: el Moguer universalizado por Platero y Juan Ramón Jiménez.

JESÚS CABRERA Y FRANCISCO CARRASCO

Romero Barros, padre y maestro de Julio y patriarca del grupo familiar, fue un pintor sobresaliente con un amplio elenco de inquietudes, pedagogías e inconformismos pues, sobrepasando el profesional mundo estético, empleaba igual dedicación, a comprender y remediar, dentro de lo posible, el sufrimiento de los bienaventurados que tenían, como los evangélicos, hambre y sed de justicia.

Ciñéndonos al Julio Romero pintor, queremos detenernos en dos características cardinales de su obra. La primera es que gozó de una personalidad relevante que se traduce en obras pictóricas que son fácilmente identificables por todo el que, sin necesidad de ser perito, alguna vez las ha saboreado; pues sus cuadros, reflejo de un peculiar mundo interior, poseen una impronta inconfundible. Cualidad o huella a la que aspiran todos los pintores pero que muy pocos la consiguen.

La segunda peculiaridad es su singular manera de entender el simbolismo que lo convierte en el gran simbolista de la pintura española. Simbolismo que, ciertamente necesita -pues para eso nace- ser interpretado, ya que se trata de un lenguaje cuasi metafórico que exige el esfuerzo de quien contempla la obra, para conseguir el conocimiento de su profundo significado, cosa que no es tan necesaria en la alegoría a la que se puede considerar la antesala de la manifestación simbólica, y que también atrajo a nuestro pintor desde sus años juveniles.

Nosotros siempre hemos creído que en el simbolismo está el mejor Julio Romero y, en consecuencia, el exacto enjuiciamiento del crítico Antonio Manuel Campoy, cuando escribió que “a Julio Romero se le ha confundido -y se le sigue confundiendo, puntualizamos- con un folklorista y, lo que es peor, se creyó que sus esenciales conceptos y maneras estaban resumidos en La chiquita piconera, cuando ésta, exactamente, puede ser la antítesis del gran pintor de La consagración de la copla y Carmen que son, ni más ni menos, las obras cumbres del prerrafaelismo español”. Hasta aquí, la certera apreciación de Campoy que completaremos con una evasiva, la de su crítico y biógrafo Francisco Zueras, que se limita a asegurar que la pintura de Julio Romero contiene “un simbolismo de difícil interpretación”.

FRANCISCO CALVO, CARMELO CASAÑO Y MARÍA ANTONIA AGUUILAR

Como este no es lugar ni momento para extendernos en interpretaciones que ya intentamos en un amplio ensayo que recoge nuestro punto de vista, ahora nos limitamos a destacar que el pintor, muy guiado por su amigo y maestro cultural Ramón del Valle Inclán, fue el analista infalible de una sociedad levítica y farisea que crucificaba a la pecadora -reconvertida por Julio Romero en su lienzo La Gracia en indudable redentora- sin reconocerse a si misma, sin autocrítica, sin escapar de clichés tópicos, atrapada en un dolorido sentir porque, según palabras de nuestro pintor: “Andalucía quiere ganar el cielo torturándose y haciendo un culto del dolor”

Ahora bien, su actitud crítica la lleva a cabo con habilidad, nadando y guardando la ropa, pues nunca olvidó que en 1906, cuando presentó en Madrid el cuadro Las vividoras del amor se produjo un escándalo clamoroso que incluso traspaso las fronteras. En realidad, el oleo era una obra naturalista, de una bella composición, pero sin concesiones al tartufismo, en la que 4 prostitutas en el zaguán de un ínfimo burdel, aguardaban a la clientela calentándose con un brasero. Por cierto, un tema idéntico al de Las señoritas de Avignon que pintó Picasso el mismo año.

OFRENDA

Para terminar este brevísimo homenaje queremos dejar muy presente que la inteligencia de Julio Romero era despierta, aguda, con propensión al escepticismo y la sensibilidad cortada por las tijeras románticas y muy afín al cante hondo o flamenco. Todo ello propició que fuese proclive a los ideales de la Ilustración que pedían a la sociedad que, prescindiendo de interpretaciones sesgadas, se atreviera a conocer pensando por si misma.

Por todo lo antedicho, desearíamos, hoy, aniversario de su muerte, escribir como homenaje, en la lápida ante la que nos encontramos, las mismas palabras que Rubén Darío quiso grabar sobre la tumba de su admirado Stefan Mallarme. Esas palabras eran: Belleza y Resurrección.

José Luis Cuevas

Montaje y Editor

Escalera del Éxito 254