Es una historia breve, pero no por ello poco interesante y digna de saberse. Es la historia sindical de la agrupación de subalternos, la más seria, la más respetable y la que mejor ha sabido defender los derechos de Picadores, Banderilleros y Puntilleros, gracias a los cimientos que tuvo hace muchos años, los cuales fueron puestos por relevantes subalternos a quienes les deben cuanto hoy disfruta la generación de toreros de las especialidades mencionadas.

 

Román «El Chato» Guzmán se refiere a la formación de su hoy respetada Unión de Picadores y Banderilleros en un escrito dirigido a quien fuera por años y años el eje de la fiesta de toros en México, el Dr. Alfonso Gaona, cuando este fungía como empresario de la plaza capitalina.


En el largo escrito, el que fuera distinguido peón de brega y soberano dominador del arte de clavar pares de banderillas dice:


Querido amigo Alfonso: Siendo miembro activo del Montepío de Toreros en las pocas veces cuando asistí a las juntas, con tristeza comprobé las diferencias que había entre matadores y novilleros con los subalternos, pues nunca se vio que los tomaran en cuenta en las discusiones, ya que no valíamos nada ante ellos aparentemente. Desde entonces me di cuenta perfectamente que los intereses de los matadores y los banderilleros eran enteramente diferentes. Mi idea fue de inmediato fundar, a como diera lugar, una Agrupación, Sindicato o Unión exclusivamente para picadores y banderilleros.


Era el año de 1927 cuando pasaba todo esto. Ese año, aprovechando que fui a torear a Mérida, hice contacto con Saturnino Bolio «Barana», con quien hablé largamente de mi idea sobre unificar a los subalternos y de esa manera proteger sus intereses tan menospreciados y nulos tal y como estaban en ese momento, a pesar de tener derechos legítimos que defender. Nuestras primeras pláticas se reanudaron cuando «Barana» llegó a México y durante ellas fuimos avanzando más para darle forma a una idea.


Recuerdo que las primeras juntas que tuvimos algunos subalternos para exponer la idea de unificarnos, tuvieron lugar en el salón del Club «Alberto Balderas» y poco después, cuando hubo mayores adeptos para buscar la manera de formar la unión, «Barana» consiguió el local donde hacían sus reuniones los beisbolistas, el cual estaba en las calles de Isabel La católica 2, altos y recuerdo el deseo tan grande que tenía de llegar a tener nuestra propia casa.


Pero mientras tanto, ahí tuvimos juntas mas formales a las que asistían picadores y banderilleros que comenzaron a tener fe en lo que perseguíamos y nos acompañaban en las discusiones los periodistas taurinos don Enrique Arzamendi y don José Jiménez Latapí, «Don Dificultades», el matador Alberto Balderas y un señor que se decía licenciado y cuyo nombre no recuerdo, quien nos animaba mucho y nos daba consejos legales para llegar a alcanzar el éxito en cuanto pugnábamos por hacer, asegurándonos que llegaríamos a lograr nuestros propósitos.


Recuerdo como si fuera ahora que «Don Dificultades» decía: Cuando hagan ustedes la unión de subalternos, ya verán que los matadores no tendrán otro remedio que estar junto con ustedes y de paso los novilleros».


Yo en cambio pensaba: «No, nunca estaremos juntos». Y «Barana» opinaba igual que yo. Al correr de los años, aquello que pensábamos fue lo que pasó y hasta hoy los subalternos tienen su unión aparte de los matadores.


¡Por fin… ya tenemos casa!.


Seguía corriendo el tiempo y seguíamos trabajando con ahínco y con enorme fe, tanto, que comenzamos a pagar cuotas que nos permitieron por fin tener un local propio y ese fue una oficinita en San Juan de Letrán en el edificio Rul donde estuviera la sala cinematográfica «Cinelandia».


Poco tiempo duramos ahí, porqué encontramos otro mejor en Gante 21 despacho 7.


Los gastos eran mayores y nos atrevimos a afrontarlos, con la seguridad que da el tener una meta y un buen deseo como era el de agruparnos los subalternos. Recibíamos cutas y alguna ayuda de Alberto Balderas.


Y como no íbamos a tener ganas de hacer una unión, si nos pasaban cosas terribles, como una vez que fuimos a torear a Huetamo, Michoacán, Edmundo Zepeda y yo. Tres corridas trabajamos y cuando en la última le cobramos al matador los 40 pesos convenidos por tres actuaciones, se puso muy valiente y nos dijo: «No les voy a pagar porque no me da la gana y lárguense».


Y claro que nos largamos pero a ver al Presidente Municipal para quejarnos y éste lo obligó a que nos pagara, aunque por la tarde fue a buscarnos a la casa donde estábamos para insultarnos y amenazarnos con una puntilla. Pero la señora de la casa que se dio cuenta, llamó a la policía y se lo llevaron a la cárcel. Ese torero se llamaba Pedro de la Rosa. Tuvimos tristes experiencias como la de Papantla, Veracruz, cuando fuimos a torear otra vez Edmundo Zepeda y yo, a donde para llegar había que trotar a caballo atravesando la sierra, pues no había todavía carretera. En la última corrida de las dos que toreamos, cayó herido uno de nuestros compañeros y como no teníamos suficiente dinero para permanecer ni un día más, alquilamos un caballo y así la emprendimos para México, durando tres días la travesía, con sólo una botella de agua oxigenada, otra de yodo, un paquete de algodón y otro de gasa, un lápiz con el que introducíamos esa gasa según nosotros para canalizar la herida y una navaja. Las curaciones las hacíamos cuando era necesario y encontrábamos un árbol bajo cuya sombra actuábamos los «doctores».


En cuanto llegamos a México, fuimos con el Dr. Francisco Ortega, quien nos hizo el grandísimo favor de curar al colega herido, cosa que solía hacer siempre con un gesto generoso inolvidable, pues fue el Dr. Ortega un benefactor de los toreros que caían heridos, a los que atendía desde que llegaban a sus manos, hasta que quedaban sanos y jamás pretendió cobrar un solo centavo como honorarios. ¡Dios lo tenga en la gloria!…


-Y la carta del «Chato» Guzmán explicando todo esto a su amigo el Dr. Alfonso Gaona, en esta parte, como en otras que se irán conociendo, toma tinte de dramatismo digno de ser conocido.


Dice el «Chato»: En esa época así trataban muchos matadores a los subalternos. Al ver tales cosas tan dolorosas como humillantes, crecía, amigo Alfonso, mi idea ya obsesionante de hacer una unión de subalternos. Casi pedí limosna muchas veces para ayudar a compañeros y curarlos, y si por una parte me preocupaba cuando alguno de nosotros necesitara de ayuda económica y moral, por otra seguía trabajando sin descanso en lo de la agrupación de picadores y banderilleros, a sabiendas que era tarea difícil y, tan difícil, como que había el precedente de otros intentos de hacer el sindicato por toreros subalternos que también humanamente habían sentido el dolor de lo que acontecía en la profesión. Y sabía de los fracasos de esos toreros y sabiéndolo, yo mantenía mi fe en Dios para algún día ver realizado mi propósito.


Ahora que han pasado los años y los subalternos estamos dentro de una Unión que significa garantía a los derechos de cada uno, pienso y aquilato lo que pasaron aquellos de mi época para ser toreros. Aparte de la afición y el valor para estar delante del toro, había que tener un temple y una hombría a toda prueba para soportar tanta tragedia, tanta humillación y tanta indiferencia para el picador y el banderillero por parte de toreros y empresarios.


Te juro amigo Alfonso, que hubo un momento en mi vida de torero, de la etapa difícil a que me vengo refiriendo, que estuve a punto de dejar la profesión. Hoy le doy gracias a Dios que me mantuvo la afición y la paciencia para aguantar todo aquello.


El 2 de noviembre de 1932, día de muertos «Matamos» la esclavitud. En la extensa carta de Román Guzmán enviada al ex empresario Gaona encontramos un párrafo donde afirma: Fue en Morelia donde definitivamente empezamos la lucha para formar nuestra unión. El día aquel fue el 2 de noviembre de 1932, «Día de Muertos» en que simbólicamente «matamos» la esclavitud que padecíamos los subalternos. Es una historia de horas que vale la pena contarla, porque estando ya a punto de fundar el sindicato, padecimos todavía una vejación y arbitrariedad más, «Barana» y un servidor». Pero antes de referirnos a la historia de esas 24 horas del 2 de noviembre de 1932, el gran banderillero refiere esto: Nuestras pláticas con «Barana» no habían dejado de celebrarse y siempre que teníamos días sin torear, nos juntábamos para planear y afinar esos planes. En ese lapso entre los días que precedieron al 2 de noviembre de 1932, tuvimos dos experiencias más sobre arbitrariedades y penas a causa de un compañero herido y de un abuso de un matador.


El compañero Eugenio Cuevas cayó gravemente herido en Veracruz, sufriendo aparte de una cornada muy seria, la fractura de la pierna izquierda. Otra vez pasamos el calvario del traslado de Cuevas a México para refugiarnos en el altruismo del Dr. Francisco Ortega que lo curó, y como siempre, no cobró un solo centavo.

Continuará…