"En esas tablillas de barro representando al toro, observamos en éste unas marcas en la piel del cuello de dos o más líneas verticales e incluso oblicuas, y algunos con un adorno o marca en la paletilla en forma de corazón sin cerrar, que posiblemente continuaba en la otra paletilla con igual adorno, que bien podía afirmarse que son animales destinados al sacrificio, ya que se observa que el toro está junto a un pesebre de aspecto ritual, de cierta elevación o incluso en el suelo, donde lo están alimentando con algún tipo de cereales, posiblemente macerados con alguna bebida embriagante, bien cerveza o vino; esa costumbre de alimentar a los animales destinados al sacrificio con comida fermentada con alguna bebida embriagante, era algo común en casi todas las sociedades de la antigüedad (…)"

 

 

 

Encima de cada toro hay una leyenda con una serie de signos diferentes, que aún hoy siguen siendo indescifrables, pero que bien podía tratarse de jaculatorias o peticiones de algún favor a la divinidad en demanda, posiblemente, del envío de la lluvia fecundadora, al ser unos pueblos agrícola-ganaderos que, como todos los pueblos de la antigüedad, tenían sus dioses de la lluvia, aunque no conozcamos sus nombres.

 

En la India, al igual que ocurría en Egipto con el toro Apis, los sacerdotes eran los encargados de buscar el toro idóneo destinado a ser la montura sagrada de Shiva, que luego era marcado a fuego con el tridente del dios, tal como nos informa J. R. Conrad en  “El Cuerno y la Espada”:

 

“En la India, los sacerdotes de Shiva están facultados para elegir al toro designado como vehículo del dios. Semejante designación es equivalente a la deificación del toro, porque se cree que el dios habita ahora en su interior. A los toros elegidos se les marca en el anca derecha con un hierro en forma de tridente, que es el símbolo que representa el arma especial de Shiva.”(9)

 

Los hititas utilizaron marcas en el ganado, pero los textos no explican si éstas se realizaban con hierros candentes sobre la piel o simplemente tiñendo su pelaje con tintas, aunque repasando el “Código Hitita”, hacia 1.650 a.C.,  que publica el profesor Fatás de la Universidad de Zaragoza, se puede deducir que tanto el ganado mayor, como menor, estaban perfectamente identificados con sus marcas correspondientes, aunque no tuviesen o no se haya encontrado legislación alguna sobre “registro de marcas”, como ocurre en la actualidad.

 

La existencia de esas señales se puede detectar por el contenido del artículo 60, de dicho Código, al referirse al robo de animales, que en este caso se refiere al toro: “Si alguno encuentra un toro y lo castra; si el dueño lo descubre, el ladrón deberá dar 7 reses: 2 de dos años, 3 de un año y 2 crías; y así restituirá”. Esa identificación, es lógico, la reconocería el dueño por la marca o hierro con que estaba marcado su ganado y que sería distinta a la de sus vecinos.  

 

En ese texto legislativo hitita, de solo doscientos artículos y amplia temática, es curioso comprobar a qué edad consideraban a un toro como tal, como se señala en el artículo 57: “Si alguno roba un toro, si es recién nacido no es un toro; si tiene un año, no es un toro; si tiene dos años es un toro. Antaño debería dar 30 [cabezas de] ganado. Ahora dará 15 cabezas de ganado: 5 de dos años, 5 de un año y 5 crías; y así restituirá”.

 

No haré comentario alguno sobre este artículo, pues es menester que pase su contenido lo más desapercibido posible, no sea que le sirva de inspiración a algún ganadero, no diré taimado, pero sí astuto o avispado, e intente “colarnos” y se lidien como toros “novilladas adelantadas”, más de las que ya padecemos en la actualidad.(3)

 

En Chipre -una de las grandes islas del Mediterráneo, situada en la parte más oriental y codiciada en la antigüedad por sus minas de cobre-, el toro ocupó un lugar preeminente que sus artesanos supieron plasmar, en especial en la cerámica, con escenas campestre como la de una vasija de vino adornada con dos toros que olfatean un árbol, hacia el 1.600 a.C., encontrada entre el ajuar de una tumba funeraria, donde podemos apreciar, en los toros, una serie de adornos o marcas de formas diferentes que, aunque abundantes, nos están indicando que el artesano solo se ocupó, no de inventárselas, sino de estampar las diferentes marcas que conocía y serían de uso común en su zona.  

 

Al mismo tiempo, si observamos las bandas verticales del toro de la izquierda, podemos afirmar, sin peligro a equivocarnos, que se trata de animales pertenecientes al templo o destinados a ofrendas de sacrificios, cuyas bandas colocaban los sacerdotes sobre los animales elegidos para el servicio del templo o para ser inmolados. Algo parecido, con marcas diferentes, podemos observar en el toro que es desparasitado por una garza, pintados en un cuenco hallado en Enkomi, Chipre, hacia el 1.400 a.C. que pone de manifiesto la variedad de señales o marcas en esa isla. (4) 

 

Los egipcios tenían la costumbre de marcar al ganado no solo con hierros candentes de diversas formas -rectangular, estrellado, hexagonal, redondo etc.-, sino con marcas de pintura y eran conocidas desde la Dinastía XVIII (1550-1070, Imperio Nuevo), aunque no cabe duda de que su uso pudo ser muy anterior. (4)

 

Como hemos señalado en la India, también en Egipto eran los sacerdotes los encargados de examinar y seleccionar los bueyes destinados al sacrificio en honor de Apis, tal como nos informa el historiador Heródoto (484-425 a.C.), los cuales procedían de la siguiente forma: “… si se ve en ellos ni que sea un solo pelo negro, se le considera impuro… con el animal de pie y tendido de espaldas, le hace sacar la lengua para ver si está limpio de señales…, mira también si los pelos de la cola han crecido normalmente. Si el animal está limpio de todas estas señales, lo marca con una banda de papiro que enrolla alrededor de los cuernos y después pone encima arcilla sigilar y en ella imprime su sello…”. Después nos detalla la forma de realizar los ritos de sacrificio: “Conducen al animal marcado al altar en que sacrifican, encienden fuego y luego derraman sobre la víctima libaciones de vino, invocan al dios y lo degüellan; ycuando lo han degollado, le cortan la cabeza…”. (6)

Para darnos idea de lo abundante que era la ganadería en aquel tiempo en Egipto, en el “Gran Papiro de Harris” (el mayor papiro encontrado, de 42 metros de largo, datado en la XX Dinastía) se reseña el volumen de la ganadería acumulada por Ramsés III (1184-1153 a.C.) en los 31 años de su reinado:

 

“493.386 cabezas de vacuno como regalo real;

          961 bueyes como contribución egipcia;

           19 bueyes como contribución siria;

    20.602 bueyes como fondo para sacrificios de las propiedades reales”

 

Toda esa cantidad de ganado necesitaba no solo de gran número de pastores, sino de otras instituciones controladoras. A ese respecto, la doctora Linacero nos informa que había dos instituciones para la supervisión del ganado real, una era conocida como “el jefe de los bueyes del rey” que pertenecía a la tesorería real, es decir un inspector de hacienda, y la otra era “la casa del recuento de los bueyes” cargo que ejercía el “superintendente de los bueyes de todo el país”, que al parecer su cometido se limitaba a elaborar unas estadísticas anuales, relativas a nacimientos, muertes, compra-ventas, etc.(2)

Por el geógrafo Estrabón (58 a.C – 25 d.C.) sabemos de la existencia de ganaderos de reses bravas y, por tanto, cada uno marcaría a su ganado con su hierro característico, además de la existencia de plazas de toros donde se realizaban combates entre estos bóvidos, en esa época ya lejana del cambio de Era. En ese relato nos detalla uno de esos combates de toros realizados en Menfis, la ciudad del toro Apis, a la que los egipcios eran tan aficionados (y aún hoy se siguen realizando esos combates en varios países del golfo Pérsico), el relato dice así: ”Aquí está el templo de Apis… Delante, en la avenida, se eleva también un coloso de piedra y es costumbre celebrar luchas de toros en ella, y ciertos hombres crían estos toros con ese propósito, como los criadores de caballos; se sueltan los toros y se enzarzan en combate, y aquel que queda vencedor recibe un premio.”(10)

 

También en el mundo bíblico encontramos grandes ganaderos como Abraham que, además del que ya poseía, recibió del faraón una cantidad importante de animales para que se fuera de Egipto, por culpa de su mujer, por lo que “Era Abraham muy rico en ganados y en plata y oro”(Génesis 13, 2-3); o su hijo Isaac, de quien la Biblia dice que: “…se fue enriqueciendo más y más, hasta llegar a ser riquísimo. Poseía rebaños de ovejas y bueyes y numerosa servidumbre…”(Génesis 26,13); o las riquezas que poseía el santo Job, cuyo libro “sapiencial” comienza diciendo: “Naciéronle siete hijos y tres hijas; y era su hacienda de siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas asnas y siervos en gran número…”(Job 1, 1-3), y cuyas riquezas no solo le fueron devueltas, tras la angustiosa y lacerante prueba a la que fue sometido por Satanás, sino que: “…acrecentó Yahveh hasta el duplo todo cuanto antes poseyera” (Job, 42, 10-11)

 

Por ello y aunque la Biblia no habla en modo alguno de marcas del ganado, sí se preocupó de proteger la propiedad privada y castigar los robos del ganado, tal como se especifica al comienzo de “La Torá”, es decir “La Ley”. Así por ejemplo, en la redacción de las “Leyes relativas a la propiedad”, encontramos la severidad del castigo que imponían a los ladrones de ganado, tal como se relata en el libro del Éxodo, cap. 21, vers. 37: “ Si uno roba un buey o una oveja y la mata o la vende, restituirá cinco bueyes por buey y cuatro ovejas por oveja”. En el capítulo siguiente de ese libro (Ex.22, 3) se refiere al castigo a imponer cuando el ladrón es cogido infraganti: “Si lo que robó, buey, asno u oveja, se encuentra todavía vivo en sus manos, restituirá el doble”.

 

Respecto a la costumbre de marcar a los animales en las pezuñas, como reseñamos anteriormente, encontramos en la mitología griega una curiosa leyenda referida al argonauta Autólico (que significa “el lobo en persona”), que fue el padre de Anticlea, la madre del héroe Odiseo o Ulises.

 

Dicen que Autólico se convirtió en un astuto y famoso ladrón de ganados, gracias a las enseñanzas de su padre Hermes (el dios de los ladrones), quien además le confirió el don de poder cambiar el color de todas las cosas que robase y así no pudiesen ser reconocidas.

 

Entre todas las víctimas de Autólico se encontraba Sísifo, rey y fundador de Corinto, además avaro, ladrón y mentiroso (que fue condenado en el infierno a empujar una enorme piedra redonda cuesta arriba, por una empinada ladera de una colina y antes de que alcanzase la cima la piedra rodaba hacia abajo, por lo que debía intentarlo eternamente, castigo relatado en La Odisea). Sísifo notó que el número de reses de Autólico aumentaba y el suyo disminuía. Conociendo, ambos cuatreros, las tretas que cada uno empleaba para apropiarse de lo ajeno, Sísifo decidió hacer unas marcas a su ganado en el interior de las pezuñas, gracias a cuya estratagema pudo reconocer sus reses, a pesar de que Autólico había cambiado el color del pelaje.

Continuará…