Como el toro he nacido para el luto

y el dolor, como el toro estoy marcado

por un hierro infernal en el costado

y por varón en la ingle con un fruto.

Miguel Hernandez

 

La costumbre inveterada de marcar al ganado como distintivo o identificación de pertenencia, fue una necesidad perentoria del hombre primitivo desde que comenzó a domesticar los animales, primero para distinguirlos de los de sus vecinos, en caso de que se mezclasen, y por otro evitar el robo del ganado; marcas que, posteriormente, desembocaron en la fórmula utilizada para legalizar la pertenencia del ganado de forma oficial.

 

Es natural que, a pesar de lo ancestral que pudo ser la costumbre de marcar el ganado, no poseamos datos de la realización de esas prácticas en la etapa prehistórica; es decir, desde que el hombre primitivo comenzó a domesticar el ganado, en aquel Neolítico temprano (allá por el año 9.000 a.C. fue la oveja y la cabra y el Toro hacia el 6.500 a.C.).

 

No obstante, si observamos algunas pinturas rupestres del Paleolítico Superior que han llegado hasta nosotros, nos encontramos con una sorpresa notable al analizar, por ejemplo, en la cueva de Lascaux, en la Dordoña francesa, unos toros con una serie de puntos o manchas en el cuello, o una vaca de larga cornamenta con varios dibujos ovalados en su cuerpo; así como los caballos punteados de la cueva de Pech-Merle, en los Pirineos franceses; o la yegua en avanzado estado de preñez y una vaca, ambas de la cueva malagueña de La Pileta, cuyas figuras están cubiertas con unas pequeñas líneas paralelas en toda su anatomía, que no por ello podemos afirmar que fuese el comienzo de la costumbre de marcar al ganado, sino, más bien, debemos tomarlo como adornos pictográficos, producto de la imaginación del artista del Paleolítico Superior. Pero puede negarse, a caso, que pudieron servir de inspiración, con el correr de los siglos, a los primitivos ganaderos para marcar sus animales?

 

Con el nacimiento de la Historia, hacia el IV milenio a.C., gracias al desarrollo de la escritura –sin tener en cuenta los grafismos o pictogramas que pertenecen a la “protoescritura-, ésta comienza al dejar constancia escrita de la existencia de la primera sociedad organizada en  Sumeria.

 

Como es natural, al ser una sociedad organizada, todos los actos religiosos y sociales, trabajos diversos, actividades comerciales o artísticas, derecho a la propiedad privada etc., estuvieron perfectamente reglamentados desde un principio, en cuyos preceptos se establecieron una serie de sanciones a las transgresiones, abusos o atropellos que pudieran cometer sus ciudadanos.

 

Como todos sabemos, la organización política en Sumer se caracterizaba por estar estructurada en “ciudades-Estado”, gobernadas por un rey que se consideraba, no solo, designado por los dioses sino que, incluso algunos, se intitulaban hijos de algún dios determinado. Entre todos ellos, por lo que nos han revelado los textos de la época, aparecieron una serie de reyes reformadores y reyes legisladores a mediados del III milenio a.C., cuyos dictados lo hacían bajo la advocación del dios de la justicia, llamado según la época Babbar, Utu o  Shamash, que eran quienes, al parecer, dictaban las leyes a los monarcas respectivos.

Sin entrar a detallar las fuentes del derecho, no cabe duda que lo que las primeras legislaciones, reformas o códigos sumerios hicieron no fue otra cosa que  plasmar por escrito -sobre tablillas de arcilla y en escritura cuneiforme-, lo que, según la costumbre consuetudinaria, venían practicando los habitantes de aquellas zonas, motejados como “los cabezas negras”.

 

Repasando “Los primeros Códigos de la humanidad”, de la mano del profesor Lara Peinado, encontramos indicios suficientes -a pesar de las dificultades o deterioros que presentan las tablillas de arcillas en que fueron escritas-, que nos indican el control que ejercían las autoridades, tanto de profesiones como de ganados, con el fin de fijar los diferentes impuestos a los que eran sometidos.

 

Así por ejemplo, en las reformas de Urukagina o Uruinimgina, (2380-2360 a.C.) gobernador de la ciudad-estado de Lagash, nos habla, con respecto al toro, que “Los bueyes de los dioses araban los campos… los mejores campos de los dioses…” o que “Reatas de asnos y de fogosos bueyes eran amarrados para los administradores del templo…”, de lo que puede deducirse que, tanto los bueyes pertenecientes a los dioses como los de los administradores del templo y los de los ganaderos particulares, se distinguirían de algún modo por algún tipo de señales o marcas, diferentes en cada caso.

 

El rey Shulgi (2094-2047 a.C.) segundo rey de la tercera dinastía de Ur, la ciudad de nacimiento del patriarca Abraham, nos habla del poderío económico que atesoraba y que: “En ese tiempo tenía asnos de raza por el campo, tenía capitanes de navío para el comercio marítimo, tenía pastores que permanecían junto a [los bueyes] que permanecían junto a [los corderos] que permanecían junto a [los asnos…]…” según detalla el artículo 4º de su código. De ello se constata la importancia y abundancia de la ganadería en aquel tiempo. Además la doctora Linacero nos informa que este monarca “creó un gran mercado de animales para aprovisionar el templo del dios Enlil, en la ciudad de Nipur,… además los gobernadores provinciales tenían bajo sus órdenes al jefe de buey…”, que era un funcionario que tenía, además del control del ganado, derecho a poseer una parcela de tierra, llamada “la tierra del buey”, concedida por el rey. (2)

 

Más tarde encontramos en el código de Lipit-Ishtar (1934-1924 a.C.), quinto gobernador de la primera dinastía de la ciudad de Isín, que le dedica, al menos, cuatro artículos al toro, así como las sanciones a imponer a aquel que alquilase un buey y le causara algún daño, bien en “el ojo”, “…le haya roto un cuerno…”, “…ha mutilado la cola…” etc., pero el más significativo es el artículo 39 que dice: “Si un hombre ha alquilado un buey [y] ha desgarrado la carne de [su] espalda, pesará el tercio de su precio”. Se entiende que el pago se refiere al porcentaje del precio de un buey sano, y el hecho de desgarrar “la carne de la espalda” es muy probable que aluda a desgarrar parte de la piel donde estaba puesta la marca por su dueño.(1)       

 

Lo que sí conocemos es que en Mesopotamia, en principio, se marcaba al ganado de cualquier especie con una amalgama de colorantes mezclados o con la brea alquitranada que fluía en las zonas pantanosas de la desembocadura del Tigris y el Éufrates. Más tarde lo hicieron con marcas de fuego sobre la piel, las pezuñas o las astas, bien con palos o barras de cobre candentes, en la Edad del Cobre, y, posteriormente, con hierros de diferentes formas y tamaños, en la Edad de igual nombre, cuando el hombre descubrió este metal. Otra fórmula para marcar el ganado que emplearon los primeros ganaderos, fue el de practicar ciertos cortes en la piel, en especial en las orejas, costumbre que se sigue utilizando en las ganaderías actuales.

 

Con la llegada y establecimiento del imperio babilónico por los amorreos (de origen cananeo), creado por Hammurabi (1792-1750 a.C.), al comprobar este monarca la existencia de una serie de códigos diferentes, según en qué ciudad-estado regían, le llevaron a realizar la primera y más importante obra de compilación, agrupando y acomodando las diferentes legislaciones existente en un solo código para todo el imperio, cuya recopilación fue conocida como el “Código de Hammurabi” (tallado en un bloque de basalto de 2,5m. de altura por 1,90m. de base y fue colocado, en un principio, en el templo de Sippar, y en la actualidad se conserva en el museo del Louvre).

 

En ese nuevo código se detalla, con claridad, el castigo que recibía quien alterara la marca para apropiarse del ganado y venderlo. Así el Art. 265 establece que: “Si un pastor a quien le fue confiado ganado mayor o menor para apacentarlo se ha vuelto infiel y ha cambiado la marca  [de las reses]  y  [las]  ha vendido, se le probará esta acción y pagará a su propietario hasta diez veces lo que haya robado en ganado mayor o menor”.

 

Ese tipo de penalización se refiere al ganado que perteneciera a un particular, en cambio la indemnización se incrementaba hasta treinta veces lo robado, si el ganado pertenecía al templo o al Estado, como se especifica en el Artículo 8: ” Si un señor roba un buey, un cordero, un asno, un cerdo o una barca, si [lo robado pertenece] a la religión [o] si [pertenece] al estado, restituirá hasta treinta veces [su valor]; si [pertenece] a un subalterno lo restituirá hasta diez veces. Si el ladrón no tiene con que restituir, será castigado con la muerte”.

 

Las palabras que van entre [ ] están deterioradas en las tablillas originales y son de difícil lectura ó están borradas, por lo que, las palabras que contienen, hay que tomarlas como deducciones lógicas de existir el texto completo. (2)

 

En la península indostánica encontramos una civilización perdida, pero muy desarrollada de la “Edad del Bronce”, conocida como la “Civilización del Indo” (desde el 3.300 a 1300 a.C.), asentada a lo largo de los valles que riega el río Indo, uno de los dos grandes cursos de agua de la India. Los dos centros principales, o ciudades, de esa civilización eran Mohenjo-Daro y Harappa, cuyo máximo esplendor fue entre el 2600 al 1900 a.C.

 

Aunque, desgraciadamente, solo han llegado hasta nosotros algunos restos arqueológicos sin ningún tipo de documento escrito de esa civilización, al menos por dichos restos y las impresiones en tablillas de barro, sabemos que la mayoría de los animales domésticos que poseían eran el buey, el búfalo de río, el asno o el cebú e incluso el elefante y el rinoceronte indio llegaron a domarlos.

 

En esas tablillas de barro representando al toro, observamos en éste unas marcas en la piel del cuello de dos o más líneas verticales e incluso oblicuas, y algunos con un adorno o marca en la paletilla en forma de corazón sin cerrar, que posiblemente continuaba en la otra paletilla con igual adorno, que bien podía afirmarse que son animales destinados al sacrificio, ya que se observa que el toro está junto a un pesebre de aspecto ritual, de cierta elevación o incluso en el suelo, donde lo están alimentando con algún tipo de cereales, posiblemente macerados con alguna bebida embriagante, bien cerveza o vino; esa costumbre de alimentar a los animales destinados al sacrificio con comida fermentada con alguna bebida embriagante, era algo común en casi todas las sociedades de la antigüedad.

 

Continuará…