El toro bravo, es uno de los animales más hermosos de la creación, de hecho la belleza del toro ha subyugado al hombre desde tiempo prehistóricos y no es para menos, porque es un animal majestuoso, imponente, bello.

Los diversos orígenes y los distintos encastes dan variación a su belleza pero, debido a las exigencias de los públicos que, cada día requieren más, el toro inmenso y pesado; tristemente se podría decir que estamos destruyendo su magnificencia, en aras de una “presencia” que imponga.

Si nos tomamos un tiempo para ver corridas antiguas, veremos que los toros no eran como los pesadísimos toros que se lidian ahora mismo en Madrid y alguna otra plaza. 

La bravura y la casta no están en los kilos, están en su comportamiento y, con seguridad, más de una vez nos hemos preguntado si algún toro que no ha tenido movilidad y por tanto no ha servido; hubiese dado otra lidia con menos peso o más bien, con el peso acorde a su estructura ósea.

Y es que, no todos los encastes están en capacidad de acumular los pesos que se exigen en ciertas plazas. 

Pero, a petición de los públicos, se engorda a los animales más de lo que sus estructuras pueden soportar y el resultado es que cada vez más vemos animales que apenas si tienen capacidad de movimiento, a los que solo se les puede “señalar” la puya, si se espera que lleguen con algo de gas, a la faena de muleta.

Muchas veces se acusa a los toros de falta de fuerza, que bien podría ser pero; extrañamente, a nadie se le ocurre pensar que la aparente falta de fuerza puede ser también, sobrepeso.

En cualquier calle del mundo, desgraciadamente, podemos ver caminar gente obesa y si cerca de un obeso, vemos caminar a una persona que mantiene su peso justo, veremos que el primero camina con esfuerzo, con pesadez balanceándose, para que sus pies puedan soportar un peso para el que no están preparados mientras que, el segundo; caminará con agilidad, con energía.

Exactamente lo mismo ocurre con el toro bravo, si se respeta los pesos que deben tener para su estructura ósea, son toros ágiles, alegres, que se arrancan y tienen recorrido, lo que aporta a la faena; luego ya sus condiciones de codicia, fijeza y demás, dependerán del fondo de casta que lleve dentro.

Hay ganaderías a las que les cuesta entrar en ciertas ferias, principalmente San Isidro y todo se debe a que sus toros, no pueden llegar a los pesos que se exige en esas plazas.

El sobrepeso de los toros va en contra de todos: en primer lugar del propio toro y su ganadero porque, al ser pesados, son lentos y al ser lentos; carecen de transmisión, son toros aplomados que no imponen ese respeto que da el ver un toro arrancarse de lejos, embestir con boyantía.

Ese sobrepeso va en contra de los toreros que tienen que mimar al toro, llevándolo siempre a media altura, cuidándolos para que no se desplomen por los suelos y claro, cuando la muleta no baja, cuando hay que tirar de él porque le cuesta caminar, no se puede esperar lucimiento en una faena.

Afecta también a los públicos que, graciosamente; son los que exigen ese toro inmenso. Muy rara vez esos toros monumentales llegan a dar el juego que el público aspira a ver, aquel por el que han pagado.

Quizá deberían plantearse el dejar que los toros tengan el peso que son capaces de soportar y exigir todo lo demás, presencia de pitones, edad, trapío, etc.

Ese toro “grande aunque no ande” no es garantía de espectáculo, es más bien lo contrario, casi una garantía de un muy corto recibo capotero, un brevísimo tercio de varas y una corta y poco atractiva faena de muleta.

Vale la pena preguntarse: ¿A quién se beneficia exigiendo toros con sobrepeso en las corridas?